Hace unos días, el 20 de junio falleció el destacado escritor y catedrático sanmarquino Antonio Gálvez Ronceros a la edad de 90 años.
El maestro Gálvez Ronceros siempre tuvo vocación de pedagogo del idioma castellano, porque no dudó en volver a su tierra natal Chincha para ejercer la docencia escolar en el colegio José Pardo que de niño lo albergó como alumno. Sin embargo, su mayor labor catedrática la desempeñó en la decana de América UNMSM, donde además de impartir los cursos de redacción, estuvo a cargo junto a los intelectuales Jorge Valenzuela y José Antonio Bravo, del taller de narración de la Escuela Profesional de Literatura.
Desde la primera vez que leímos y escuchamos el discurso oral de Gálvez Ronceros, supimos que nació para ser escritor, porque solo él sabia rendirle un tributo a la palabra, pero no nos referimos a esa palabra escrupulosa propia de un leguaje rebuscado; sino a ese lenguaje sencillo y corriente, que solo un campesino o habitante de la campiña chinchana puede decir.
No por algo su devoción por Chincha lo acompañó siempre en sus pensamientos y aseveraciones públicas:
“Las cosas que he escrito hasta el momento no las habría podido escribir sino hubiera nacido en Chincha. El modo de ser de la gente de provincia… la gente sencilla, la gente no ilustrada; pero cuando tienen que expresarse no son mudos. Ponen en juego la imaginación para utilizar diversas formas, ya que carecen de un rico vocabulario. Utilizan formas en el nivel fraseológico y esa forma les permite comunicarse”.
No solo por haber pertenecido a la generación del 50 y ser uno de los últimos miembros del Grupo Narración, Gálvez Ronceros ha dejado una huella indeleble a todos los peruanos que reímos con el humor y la picardía de sus inolvidables títulos: Los Ermitaños, Monólogos desde las Tinieblas y su única novela Perro con poeta en la taberna.
Alguna vez su hija Mabel me explicó: “Mi padre es único porque es fiel a sus convicciones”.
Y desde aquí solo te decimos: ¡Decansa en paz, maestro!
(Columna publicada en diario Uno)