Entre los escritores latinoamericanos contemporáneos, ninguno eleva la oralidad a los reinos celestiales de la impureza literaria como el chileno Pedro Lemebel.
De alguna u otra manera, conocemos la obra literaria de Lemebel. Sea cual fuera nuestra apreciación de la misma, constatamos que su hacedor no escribe ni habla, sino que cantabajo el compás de tres ritmos que hermana: la verdad, la denuncia y la indignación.
Resulta imposible no referirnos a él como un artista e intelectual comprometido, que ha encontrado en la realidad inmediata el voltaje verbal que valida todos sus reconocimientos. Voltaje verbal que hace eco en uno ni bien lo lees o escuchas por primera vez. Así son los grandes, marcan terreno en el imaginario del lector/espectador en una. Por ejemplo: conozco a más de uno que lo admira sin haberlo leído, lo cual no me sorprende, porque en esta admiración juega la imagen que Lemebel ha forjado de sí mismo: la de un homosexual desenfadado y teatrero que diserta de cualquier tema sin tapujos, haciendo uso del humor, la ironía y la rabia, actitud que le celebran hastalos más conservadores.
No pocos se preguntan en qué radica su hechizo, esa mezcla de musicalidad y despreocupación que seduce alectores cuajados y doctos. Anotemos también que su obra es una de las más estudiadas en el ámbito académico no necesariamente hispanoamericano.Lemebel escribe de Chile, su mirada se alimenta de sus gentes y calles, y es precisamente esa mirada la que lo extrae de su contexto, radiografiando así la actual realidad latinoamericana, sea abriendo heridas o removiendo traumas nacionales, heridas y traumas lejanos de esa falsa idea de progreso que se nos quiere vender. Lemebel irrumpe en la fiesta del dizque desarrollo y nos grita alegremente y en tono cachoso que estamos ingresando al primer mundo, sí, pero por la puerta de servicio.
Por esta actitud es que nos gusta Lemebel, pese a que no compartamos su ideología y opción política. Lemebel escribe con rabia política, rabia política alejada de la sobredosis panfletaria, que no macula la plástica tersura de su prosa, que a buena hora le hace ascos a los registros ortodoxos de la “crónica limpia” y que se reconoce en el verbo callejero, ramplón, es decir, en la marginalidad, plasmado en un discurso no culto que a la fecha podemos catalogar de proyectivo gracias a su libertad en el nervio narrativo.
Un detalle ilumina esta propuesta, lo suficiente como para diferenciarla. Hemos hablado del endiablado voltaje verbal, pero este sería inútil sino se sustentara en la valentía personal del autor. El chileno no escribe desde la distancia, sino desde el compromiso y la cercanía, o sea, en la verdad y no en la verosimilitud. En este sentido, Lemebel es más hombre y valiente que muchos escritores machos latinoamericanos, de derecha e izquierda, que fungen de comisarios literarios e intelectuales, perdidos en las medias tintas, los discursos torcidos y, vaya novedad, puestos en evidencia por su inconsecuencia.
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Esta postura ante la vida y que justifica la obra de Lemebel la podemos ver en Poco hombre (Ediciones UDP, 2013), en donde encontramos una atractiva cartografía de cuarenta años de lo mejor de su involuntario género natural: la crónica.
Lemebel no es periodista, tampoco cronista.
Se le llama cronista porque de alguna manera hay que definirlo. Si lo prefieres, podríamos decir que es un escritor que escribe crónicas. He allí la razón del involuntario género natural.
Por otra parte, nunca te hagas problemas con los géneros literarios, solo déjate llevar y disfruta de lo que lees.
Lo que no dejará de llamarnos la atención es la frescura que exhibe la escritura de Lemebel, frescura que nos remite a Arlt. En las crónicas de la presente publicación apreciamos una sostenida tensión en el lenguaje, la consolidación de un lenguaje literario, llevado al límite, que se ha mentido en su ley desde sus inicios. En otras palabras: somos testigos del por qué Lemebel es considerado la prosa en castellano más viva y plástica de la actualidad.
Desde la primera página el sureño arremete. A saber, un fragmento del poema “Manifiesto”: “Me apesta la injusticia/ Y sospecho de esta cueca democrática/ Pero no me hable del proletariado/ Ser pobre y maricón es peor/ Hay que ser ácido para soportarlo”.
Somos pues partícipes de esta acidez.
Y somos también partícipes de la fuerza que emanan cada una de las crónicas seleccionadas, a años luz del ripio. Crónicas seleccionadas por el crítico español Ignacio Echevarría, que se encarga también del prólogo que nos sumerge en la galaxia lemebeliana. Las crónicas se agrupan en las secciones “Los duendes de la noche”, “Hacer como que nada, soñar como que nunca”, “¿Dónde estabas tú?”, “Su sonrisa loca” y “Chile mar y cueca”, secciones autónomas y complementarias, las cuales nos brindan esa gran puerta a lo más destacado de un gran escritor, gran escritor dispuesto a todo, pero jamás dispuesto a agradar.