Opinión
¿Decir groserías da votos? La política peruana como comedia de callejón
Nuestra política es un barco a la deriva, pero no por falta de timón, sino porque el capitán decidió entretener a los pasajeros con chistes mientras el barco se hunde. Y lo peor: los pasajeros aplauden.
Hemos llegado al punto en que la política peruana se parece más a un “sketch” de comedia de mediodía que a un proyecto serio de nación. En lugar de ideas, nos venden palabrotas. En lugar de planes, nos regalan palabreo barato. Hoy, los asesores de imagen de ciertos candidatos parecen más interesados en crear memes virales que en diseñar políticas públicas. ¿Este es el nivel?
VÍDEO DE HERNANDO DE SOTO DICIENDO “HUEVÓN”
En un reciente episodio del podcast No te lo pierdas, el candidato Hernando de Soto —ese mismo que alguna vez fue asesor de líderes mundiales— soltó un “huevón” al aire con una sonrisa cómplice. Lo dijo como quien lanza un anzuelo para pescar likes, no ideas. Luego, como si se tratara de un debut en el mundo del habla popular, confesó que era la primera vez que llamaba así a alguien. ¿Y eso qué? ¿Debemos aplaudirle por bajarse del Olimpo tecnocrático para codearse con el pueblo desde la grosería?
No, señor. No necesitamos políticos que hablen como el pueblo. Necesitamos políticos que planteen políticas por y con el pueblo. Que propongan. Que trabajen. Que se ensucien las manos con soluciones, no con frases hechas para el trending topic.
He escuchado a jóvenes decir: “Al menos ese candidato habla como nosotros”. ¿Eso basta? ¿Acaso queremos presidentes que nos hagan reír cinco minutos y nos condenen cinco años?
Esto no es nuevo. Ya lo vimos en el Congreso. Recordemos a esa congresista chumpunera gritándole “¡que se vaya al carajo!” al expresidente Castillo. ¿Eso es valentía? ¿Eso es política? No. Eso es show barato. Circo. Payasada con presupuesto del Estado.
¿Dónde están las propuestas de desarrollo sostenible? ¿La reforma educativa? ¿La estrategia frente al cambio climático? ¿El nuevo modelo productivo? Nada. Solo hay gritos, gestos, palabras fuertes y micrófonos calientes. La política peruana se ha convertido en un callejón donde el más malhablado se lleva los aplausos. ¿Y el futuro? Bien, gracias.
Se nos viene una generación de votantes jóvenes. Según el Registro Nacional de Identificación y Estado Civil (Reniec), se estima que más de 2.5 millones de peruanos votarán por primera vez en las elecciones generales de 2026. Estos nuevos votantes representan aproximadamente el 9% del total del padrón electoral, que supera los 27 millones de ciudadanos habilitados para sufragar.
Además, Reniec ha informado que el 25.6% del electorado tendrá menos de 30 años, lo que equivale a alrededor de 6.7 millones de personas. Este segmento joven del electorado podría desempeñar un papel significativo en los resultados de los comicios.
¿Y esto es lo que tienen para ellos? ¿Un repertorio de insultos con disfraz de cercanía? Creen que conquistar a la juventud es hablar como en TikTok. Pero los jóvenes no son tontos. Quieren oportunidades. Quieren empleo. Quieren universidades dignas, salud pública que funcione, transporte que no sea una trampa mortal, quieren motivos para quedarse en el Perú.
La política se ha vuelto una parodia de sí misma. Es como ver a un viejo actor de Shakespeare actuando en un reality de chismes. Triste. Incoherente. Penoso.
La política hoy parece el arte de simular. Simular empatía. Simular cercanía. Simular humanidad. Todo medido, todo calculado. Dicen “carajo” con la misma precisión con la que miden el plano de una sonrisa falsa.
No podemos seguir normalizando la vulgaridad como estrategia electoral. No podemos aplaudir a quien cree que basta con decir “huevón”, “mierda” u otros términos en una entrevista para ganarse el respeto. La política no es una taberna. Es, o debería ser, un espacio de diálogo, propuestas y decisiones que afecten la vida de millones.
Señores candidatos: No se disfracen de pueblo. Sean pueblo. Y eso empieza por respetar la inteligencia del elector, no por subestimarla. La nueva forma de hacer política no puede ser solo ruido. Una última cosa: no queremos “bufones” en el poder. Queremos líderes. ¿Es mucho pedir?