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¿Debemos tumbar la estatua de Cristóbal Colón?

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¿Fue Colón un asesino, saqueador, genocida? ¿Fue un pro – hombre, un héroe, alguien que merece un espacio público para ser honrado? ¿Los indígenas vivían en paz y armonía, antes de la llegada de Colón y sus huestes? ¿América, sin Colón, era un paraíso terrenal? Cada 12 de Octubre —y con más acritud, desde el primado de las redes sociales— se genera un debate que enfrenta a buenos contra malos. Ganadores contra perdedores. Sin embargo, luego de esta borrachera de ideas, insultos, ataques ad – hominem y demás, no queda claro qué se ganó y qué se perdió.  

Parece que discutir sobre Colón y los colonizadores, en lugar de solucionar conflictos del ayer, ocasiona nuevos problemas en el presente y en el futuro. En el fondo, nadie cree que tirar abajo unas cuantas estatuas vaya a cambiar el status quo. Y si alguien así lo cree. ¿Cuántas estatuas tienen que caer para eliminar el racismo? ¿Cuántas para que cese la discriminación? Si los vicios y las miserias de la humanidad desaparecieran con la caída de las estatuas, entonces las naciones deberían reemplazar los parlamentos y los poderes ejecutivos por una compañía de demolición.

Para bien o para mal, el estado de cosas no funciona así. Existe una gran verdad detrás de quienes niegan el estatus de benefactor a Colón. Una verdad que convive con la censura y con el impulso, tan humano, de destruir lo antiguo tomando como modelo el canon del presente. Colón no fue, bajo ningún punto de vista, un pro – hombre, un dechado de virtudes ni el benefactor de la humanidad: Colón no fue un bienaventurado, Colón nunca dio la otra mejilla ni curó a los enfermos. Colón no fue Jesús. Pero a la vez impulsó, de un modo u otro, los resortes y los cimientos del mundo contemporáneo que conocemos. Negar eso es tomar la parte por el todo y no comprender que, en la humanidad, lo positivo y lo negativo  conviven en romance perpetuo.

Hay un capítulo de Rayuela donde Horacio y la Maga contemplan un acuario y especulan sobre la hermosura de los peces. Ponderan sus cualidades, su belleza, su modo de estar en el mundo. De pronto un pez defeca: “una rayita inmóvil vertical en el agua … un lastre que de golpe los pone entre nosotros, los arranca a su perfección de imágenes puras, los compromete, por decirlo con una de las grandes palabras que tanto empleábamos por ahí y en esos días”. No hay necesidad que Cortázar mencione cuál es esa gran palabra. Se perdería la belleza. La Historia Universal es también esa palabra. Es también, pero no únicamente.

Comprender la Historia es entender que los valores del bien y del mal, desde los que se juzga, necesitan un anclaje en la realidad. Aquellos que encargaron la estatua a Colón, fueron los representantes de una República muy ajena a los vaivenes del presente. En la temprana República, a pesar del discurso igualitario; la discriminación y la distinción entre ciudadanos —criollos, mestizos, indígenas y negros—  estaba institucionalizada. Desde esa perspectiva se tiene que comprender la edificación de estatuas que perduran hasta nuestros días. Sin embargo, eso no debe promover el derrocamiento de las mismas. Tampoco la admiración hacia esas figuras de la Historia. Sólo el conocimiento de los hechos históricos creará las formas críticas para que cada ciudadano pueda juzgar a estas figuras sin necesidad de derrocarlas. Además, Cristóbal Colón, en la avenida que lleva su nombre está bien ubicado. Una avenida en la que partidos políticos, travestis y prostitutas, comparten un espacio democrático es un lugar preciso para recordarlo.

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