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De Valentín Paniagua a Martín Vizcarra

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El Perú está cambiando para bien. No solo por los triunfos deportivos que ensalzan el espíritu de la mayoría sino porque la aparente vergüenza de tener a todos los expresidentes involucrados en temas de corrupción, junto a los principales políticos de la última década, es una emoción positiva.

De hecho, que se investigue a tan “preclaros” individuos aun con las limitaciones que tiene el sistema y aun con la presencia de algunos personajes prácticamente intocables, por el momento, como Keiko Fujimori, es muy valioso que se les confronte y que poco a poco vayan asumiendo sus responsabilidades.

En este sentido, que PPK haya terminado su mandato cubierto de escándalos y potenciales delitos, antes de ser un perjuicio para la moral nacional es un gran gesto de orgullo y de desarrollo porque indica que no hay impunidad absoluta y nos demuestra que los atentados contra el país recibirán una sanción sin importar la investidura del transgresor de la ley.

Esclarecer y erradicar del medio público a quienes son turbios y malintencionados es mucho mejor que ser alcahuetes de sus malas obras, es decir, de la corrupción inherente al modo de vida de estos forajidos. Permite al menos, que, como comunidad, podamos respirar aire fresco, libre de la peste cloacal de estos escenarios, y levantar colectivamente la cabeza con dignidad.

Por otro lado, el gobierno de Vizcarra deberá ser una singular transición porque este período de tres años no puede degenerar en lo que fue la tibia “transición” paniaguista que no cambió nada excepto los rótulos de las oficinas de cada funcionario público en ejercicio desde esos tiempos. Por ello, es muy importante que se investigue a los funcionarios y políticos corruptos. Pero mucho más importante es que se llegue a sancionarlos.

Solo debe preocuparnos que el único remedio para esta crisis es el surgimiento de una nueva clase política porque esta renovación nos interpela a todos y solo llegará existir si cada ciudadano realiza acciones políticas progresivas e inmediatas desde el barrio en el que vive, foco mínimo y básico de ejercicio colectivo, a fin de llegar, en algún momento, hasta las más altas esferas del poder nacional.

Es decir que, sin el compromiso político de cada ciudadano, el Perú seguirá siendo el salón de apuestas que es y que ha sido durante toda su historia y eso solo perjudicará a los que dejan en manos ajenas lo que corresponde a sus propias manos, la administración de su vida y de la “res” pública.

Toda la vasta hueste de electores que se preocupan más de no pagar una multa cada cinco años antes que de ejercer con plenitud todos sus derechos y deberes ciudadanos y políticos, deben asumir su responsabilidad y reflexionar para ver si en algo pueden contribuir a resolver los problemas que afrontamos como comunidad.

De no ser así, es decir, si cada ciudadano no ejerce una acción política directa, el interés de los inversionistas de las campañas seguirá prevaleciendo sobre el interés y el bienestar popular para perjuicio del pueblo mismo.

Debemos darnos cuenta que hemos llegado a esta crisis, precisamente, por ello. Por haber cedido la defensa de los derechos de los ciudadanos peruanos a gente comprada o rentada por el capital de aquellos que como los representantes de Odebrecht solo han buscado enriquecerse a costa del dinero ajeno.

Finalmente, me preocupa que mucha gente diga «que bien dada está la medida de impedimento de salida del país en contra de PPK» y, al mismo tiempo, reclame que Keiko debería recibir una medida parecida. 

En efecto, ambos personajes deben ser sancionados con toda la gravedad que corresponda, pero debe recordarse que las posibilidades de su eventual sanción se derivan de factores políticos antes que jurídicos. 

A PPK no lo defiende nadie. En cambio, a Keiko, aunque parezca mentira, la sostiene su bancada y otros personajes que colocó en puestos estratégicos dentro de la Administración Pública. 

Así que no nos preguntemos porque Keiko se ve privilegiada e indemne pese a estar envuelta en la misma porquería que el ex-presidente. En lugar de eso, preocupémonos por hacer que esa condición malsana cese.

P.S.

Los vladivideos y los kenjivideos son una muestra de lo mismo. Ambos provienen de la misma casa y enseñan que la corrupción no distingue ideologías ni partidos políticos.


Los primeros aunque se difundieron para derrocar a una dictadura solo sirvieron, con el paso del tiempo, para comprobar que la alternancia de presidentes no garantiza a la democracia y que la corrupción nunca cesará en tanto los mejores ciudadanos no se hagan con el poder.


Los últimos solo esclarecen que la corrupción y la traición son los signos más distintivos de la clase política peruana.

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