El detrás de cámaras es la película. El ensayo es la obra. O en buena parte en ambos casos. No escondas el dispositivo; muéstralo, así es mejor, porque esto es una película, y, a la vez, o por eso: se trata de captar lo que está vivo. Tanto si te lo inventas como si lo descubres (sutil o invisible diferencia, pero existe).
Y qué es lo que importa: pequeños momentos de energía y gracia. (Esto es: no al guión de fierro y no a la maniática ilusión ‘realista’. Vieja desgracia del cine peruano más retrógrado.)
El error, la imperfección, el accidente son aprovechables, son parte integrante del proceso (de la vida y de la obra). O por qué llamarlo error, imperfección, accidente… si es la vida misma. Así que todo esto (o parte de esto) lo verás también en la obra misma. Evidenciarlo es (literalmente) constructivo, además de divertido -y en realidad bastante instructivo; debería hacerse más-.
Se trata, como se dice, de ‘la gente del lugar’ donde nació César Vallejo; gente que, muy animadamente, se presta al juego. Sé que es o que termina siendo un retrato de la gente más que un retrato de Vallejo pero me pregunto quién es Vallejo para ellos (aunque está claro que a algunos sí les importa algo más). ¿Y qué hacen ellos con sus palabras?
«Todo acto o voz genial viene del pueblo y va hacia él» son palabras del poeta que no se citan ni se declaman en la película pero algo de eso está… Con todo, las palabras de Vallejo siguen traspasando el tiempo (ese es su poder) y siguen describiendo vivencias humanas. Rompiendo el lenguaje. Y el pueblo juega con el juguete.
Así, lo que me atrae más es el registro (casi siempre fresco) de las intersecciones de un puñado de habitantes de Santiago de Chuco con algunas palabras —sigo con la duda, qué tan importante será Vallejo para cada uno de ellos, pero también puedo pensar en qué tan importantes fueron para Vallejo personas sencillas como las personas filmadas— de uno de los poetas más extraordinarios del siglo XX. Las palabras habitan estos cuerpos tan distintos, como habitaron el cuerpo del poeta.
Encuentro empatía, naturalidad, un sentido del tacto y la discreción -así como de la fabulación- y aprovechamiento del cine de, entre otros, Eduardo Coutinho y Nicolás Prividera. Y más allá, el cine-encuesta (‘cine-verdad’) practicado por Rouch y Morin en Crónica de un verano (1961).
Y si la película no bucea (digamos, a lo Vallejo), navega de manera ingeniosa y apreciable por su galería de personajes más acá y más allá de Vallejo. ¿Y si el texto era un pretexto? Pero sin pretexto no hay película.