Por: Raúl Villavicencio H.
Antes de que el hombre colocara por primera vez su pie en la misteriosa, lejana y brillante Luna, hubo un inventor peruano, arequipeño él, que entre sus sueños, casi 70 años atrás, podía rozar con las yemas de sus dedos la agreste y fría superficie lunar; entre su mundo de fantasías, Pedro Paulet viajaba hacia el infinito encima de un “motor- cohete” a propulsión inventado por él. Sus sueños, con el tiempo y la ciencia, se hicieron realidad décadas después, por lo que en la actualidad se le considera como el ‘Padre de la astronáutica’.
Inspirado en el cuento ‘De la Tierra a la Luna’ (1865) de Julio Verne, el ingeniero químico, geógrafo, escritor, inventor, arquitecto, periodista characato supo colocar los primeros cimientos para los vuelos espaciales, plasmando en detallados planos todas sus invenciones para conseguir semejante proeza, sin embargo, los pocos recursos le impidieron que su “motor – cohete” alce vuelo ante el imponente Misti de su ciudad natal.
El sabio arequipeño, en 1901, mientras todo el mundo volaba con hélices y combustible sólido, había construido un “motor -cohete” de vanadio capaz de generar una presión de noventa kilos, produciendo trescientas explosiones por minuto, utilizando para ello gasolina como combustible y peróxido de nitrógeno como oxidante. Todo eso lo realizó mientras estudiaba ingeniería en la Universidad de Paris. Su “Avión Torpedo” había nacido.
Tuvieron que pasar más de 20 años para que destacados científicos europeos como el austriaco Max Valier calificara el cohete de Paulet con una “asombrosa potencia”, o Wernher von Braun le diera el justo y merecidísimo reconocimiento ante toda la comunidad científica a Paulet por haber inventado aquel motor capaz de elevar a la humanidad hasta aquella esfera luminosa que cada noche nos invitara a visitarla.
Su relevancia es tanta a nivel mundial, pues sus ideas pioneras fueron el verdadero derrotero para la carrera espacial. En la actualidad, se le recuerda en los billetes de 100 soles o en un peculiar comercial de una academia militar.
El genio falleció un 30 de enero de 1945, casi culminando la Segunda Guerra Mundial. Siempre se opuso a que su invento sea utilizado por los Nazis para fines bélicos. Sus restos se guardan en un mausoleo del Cementerio Presbítero Maestro de Lima.
Columna publicada en el Diario Uno.