Cultura

De la poética a la prosística (la mutación en Enmanuel Grau o reflexiones sobre Hijos de la guerra)

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Roberto Bermúdez –así con ese nombre conocí a Enmanuel Grau, y lo digo súbitamente con la confianza que tengo de conocerlo durante años–  fue uno de mis amigos cercanos en aquellos locos y juveniles años de la universidad, donde prácticamente todo lo que nos importaba giraba en torno a volvernos escritores o poetas y nuestras lecturas.

Por esos días Roberto Bermúdez me habló de unos cuentos inéditos de Valdelomar que había leído en una de sus lecturas en la Biblioteca Nacional. Yo, muchísimo tiempo antes de entrar a la universidad había leído en internet el manifiesto Palabras Urgentes de Hora Zero y me había fascinado esa forma de ser y entender la poesía. Es que, valgan verdades, con Hora Zero, no solo ingresa lo coloquial anglosajón más acriollado sino también un estilo de libertad, del poeta como ser lanzado a la vida y su épica como motor. 

Supongo que me acuerdo lo de Valdelomar por la rareza, lo sutil o digamos variopinto del caso; la necesaria magia que tenía y tiene Roberto (diré, Enmanuel) en los detalles; particularmente a mí no se me habría jamás ocurrido ir a buscar un libro así  a la Biblioteca Nacional. Eran las épocas en las cuales Roberto arañaba sus primeros poemas en partes blancas de los afiches de academias pre-universitarias que repartían en la avenida Nicolás de Piérola y su verbo poético era fluido como un río.

También se me viene a la mente los días en que vagábamos, así llamábamos a este ejercicio de pensar y charlar por Lima disertando de poetas; quimérico tema que crece rápido cuando la sed por conocer es idónea; y me hablaba de la sugerencia que poseen los poetas como Salaverry o Eguren:

-Mi abuelo me contaba –comentaba Enmanuel–, que el arte poético es más sugerir que decir. Que no hay que decirlo de forma exacta sino sugerir y dar la sensación.

-Sí, lo sé, -le decía yo- y eso es lo fascinante del arte poético, aunque leyendo a los Hora Zero creo que lo mejor es idear una nueva sensibilidad; algo que no sea solo repetir su onda, sino extenderla, hacer un tajo en nuestra tradición, romper el maldito servilismo académico.

-Cierto, todo eso mata. Mira a todas las personas ahora, Julio, qué loco, ¿no? Todos preocupados por comprar, pagar sus deudas y vivir lo mismo de siempre, y tú y yo hablando de estos temas hermano, qué loco. 

-Es que igual –reflexionaba mirando las calles– siempre fue así… al menos en nuestro Perú.

Eran días de andar y conversar y no ir a clases para si ir a un café, al Café Sonida, donde también caía Eduardo, Oscar, Omar, Chumbile, Miguel, Cynthia, Renzo, Olger, Karol, Plinio, Deno, y tantos otros amigos y amigas, narradores o poetas, pintores y vagos o sociólogos inventando nuevas teorías para la izquierda enclenque o gente que buscaba reformas universitarias organizando tomas de universidad; yo me acuerdo que ya iba pensando cómo armar un espacio de poetas en la universidad que sirviera como soporte de movimiento de nuestras lecturas, debates, revistas; y así fundamos con Roberto el primer número de la revista que tendría una larga vida de casi 6 años con dos etapas marcadas claramente. Digamos, la Primera Etapa a nivel universitario, con Roberto, Plinio, Omar y Miguel como núcleo duro; y la Segunda Etapa, con Chumbile, Omar, Rafaelle y Deno, eran días que después se volvieron un continuo habitar con Chumbile leyendo Me llamo Sudor bajo la llovizna de Lima; Miguel Urbizagástegui armando Escombros, libro que contaba como pie de página la historia del terremoto que derrumbó la casa de Pisco de Enrique Verástegui; también Renzo Quiróz devolvía claridad a los dibujos, con magníficas caricaturas; tantos poetas, tantos amigos, tanta belleza y vida vivida.

Al grupo, a veces, se sumaba Óscar Zapata, que fue mi compañero de carpeta de la academia Aduni y que motivaba la conversa con sus lecturas  críticas. También por esos días Eduardo Borjas, autor del emblemático poemario Trendelemburg, nos trajo una edición de Un par de vueltas por la realidad, que le acababa de prestar Miguel Ildefonso y literalmente toda la mancha fotocopio y repartió ejemplares de Un par de vueltas por la realidad.

Este libro, como también la obra de Vargas Llosa (que yo había leído en la secundaria en soledad y que ahora mis amigos empezaban a conocer) En todos, el fuego de la creación literaria, era fuerte y contundente, arañaba, dejaba marcas internas jodidas, tan jodidas como un tajo, un rasguño, un corte en la mano.

El verso era natural hemorragia, continuidad de nuestra forma de respirar. Nosotros sufríamos de hambre de querer leer y aprender en un país donde todo sueño literario sucumbe bajo el gravamen del libre mercado, la prensa amarilla, la educación paupérrima. Roberto, entre otras cosas, era mi amigo también por su vitalidad; vitalidad que era y fue torrente de sus primeros poemas, con la textura tan fresca de su tono tan intenso de versar.

La vida para el poeta en el Perú como en cualquier mundo es difícil; primero porque tiene que luchar contra sus propios pensamientos, como después contra los prejuicios y malicias de una sociedad enferma con los otros, que no acepta mentalmente nada que salga del pensamiento establecido por el libre mercado de compra y ventas.

-Tus poemas no son la realidad, ¿entiendes? -te dicen los Medios de Comunicación- La realidad es comprarse una tele plasma de mil pulgadas y ver Netflix.

Ese pensamiento dominante, bobo e insípido, hace que muchos deserten del poema y su acto. Escribir es, como leía el otro día, una resistencia.

La gente que piensa o escribe en los países latinoamericanos de inicios del siglo XXI aún vivimos en medio de una alta ignorancia y olvido de la literatura y descrédito de los que se dedican en cuerpo y mente y alma y sangre a ella.

En ese cosmos, el poeta lleva la peor parte. La lleva en el propio trato diario, como también en el logos social de nuestro medio. Como la literatura es también un espacio de Poder y Relaciones Humanas, los que hacen Novelas son más cercanos a estos Poderes. Ningún poeta nacional, por ejemplo, tiene presencia en los medios de comunicación de masa: sea Tele o Radio; recientemente, gracias al internet, se puede fluir y abrir más espacios. Aunque son, en cierto modo y si no tienes recursos, modos aún incipientes. Intuyo, digo, que en ese mundo, el poeta es el, sin embargo, lleva la tarea de descifrar los signos y cantar las energías, dibujas las mentes y situar la realidad de las seres. Discurso intransitable para una sociedad tan plástica y vacua.

Con Tajo, y coincidiendo todos en Villarreal armamos la movida, como también se iba armando, a nivel universitario, otras en La San Marcos o La Católica y La Cantuta.

De aquellos días a la escritura de Los hijos de la guerra (2020, Hipocampoeditores) hay un abismo de sensaciones, generaciones y un peso de años sumados al arte de escribir; la vieja y musical poética de Roberto ahora es la prosa limpia y  vargasllosiana de Enmanuel. Vargasllosiana, es decir, narrada con un pulso neutral y urbano, ese urbanismo técnicamente adjetivado, de líneas adustas y largas, en la onda de Conversación en la Catedral; a este estilo, Enmanuel aporta su voz, pero más que eso, su universo de sentimientos personal. 

Quizá Enmanuel leyó esos versos populares de Jorge Pimentel donde explicaba con ironía que ser poeta más allá de los 25 años es una locura. Lo cierto es que la poesía de sus versos, ahora es tema de alguno de sus cuentos. Lo vemos en el epígrafe con un verso de poeta guerrillero Javier Heraud: “Yo soy el río que viaja dentro de los hombres”

Como también vemos ese musgo poético en los temas de algunos cuentos. Ojo que, curiosamente, siguiendo la onda de la prosa vargasllosiana y la poesía al javierheraudmodo muchos recordarán el encuentro entre el Nobel con el guerrillero, donde este último decidió dejar el camino de una vida literaria por seguir el rumbo de la guerrilla.

La poesía, entonces, como temática de sus cuentos. Por ejemplo,  en el primer caso, Guerra Perpetua  tenemos un relato de la historia de la esposa de Vallejo, Geogette, narrado en primera persona; el cuento se sostiene por ser una prosa diáfana, como también por mantener un ritmo reflexivo sobre la realidad, citemos:

“Poco antes de que esta discusión nos sumiera en el silencio, una tarde en que la luz de la calle hacía vibrar tenuemente la figura de las palomas en los vidrios, hicimos el amor, y hablamos durante mucho tiempo del Perú, de Lima y sus calles y su ruido y su alienación brillante.(PÁGINA 13)”

Texto, en suma, que nos permite observar la situación  de un artista, su esposa, una guerra, la inevitable necesidad de escribir, las obligaciones de la pareja, la soledad, la pobreza y la miseria. Como también, curiosamente, la esposa de Vallejo como la de Vargas Llosa, son enfrentadas a la reflexión de Grau:

“César dormía, lo copié, página por página, entre cables de guerra, soportando con dulzura toda la violencia que ese tiempo nos entregó a cambio de nuestros mejores años.”(PÁGINA 14)

Otro cuento que transita por la poesía es Juanrra, que ya desde el título nos avisa que tratará sobre el inolvidable poeta –a tiempo completo– Juan Ramírez Ruiz. Para esto Enmanuel, diseña la historia de unas charlas con el autor de Vida Perpetua, en el que curiosamente un personaje tiene mi nombre:

“–¿Qué es la poesía, Juan? –le dijo Julio de golpe.

El poeta levantó la cara de la taza y sin apartar los ojos del libro se puso a temblar.

–Sí, Juanrra, la maldita poesía.

Habíamos leído mil veces todos sus libros y además de admirarlo sentíamos lastima por él.

–No hay duda que es un gran poeta.

–Es el mejor de todos, y está jodido.” (PÁGINA 47)

Y está jodido, dice y yo lo repito para mí. Curiosamente, nuestro grupo se llamó Tajo, pero el blog donde subíamos las reseñas y comentarios se llamó tajotajodido.blogspot.com Eso de estar jodido era natural para un escritor fiel a su arte y que no se vende al Sistema de Cosas Impuesto. Su situación jodida incluso responde a la pregunta vargasllosiana de “¿en qué momento se jodió el Perú?” Entonces, en la prosa de Enmanuel siento que cuestiona la propia poesía de Roberto. Incluso el autor de La historia de Mayta es un desertor del género poético al que en las ocasiones que puede denigra; también recordemos que en un inicio Mario fue poeta hasta que tomó la drástica medida de solo dedicarse a la novelística. La narración enmanuelgraudiana continua con escenas surrealistas donde la poesía era la invitada a la fiesta, el centro del conversatorio y el más perfecto idioma:

 “Sabíamos que la obra de un poeta no solo estaba escrita en tinta, sino también en tonos más sutiles, estructura alegórica en la que siempre está cifrada su propia vida. De esto existían, como es lógico, un sin número de casos; ninguno como Juanrra. (PÁGINA 50)”

Como también es destacable la forma de contarnos e introducirnos a la vida y obras de Juan Ramírez Ruiz, poeta del norte peruano, de Chiclayo, que curiosamente fundó Hora Zero en las aulas de la Villarreal, la misma donde fundamos Tajo. Enmanuel escribe:

 “Lo demás es historia: libros, recitales, manifiestos y en el centro la figura de Juanrra in crescendo como un torbellino en la pacata sociedad peruana de las letras y extendiéndose todavía más, tocando incluso otros continentes, despertando otros corazones. A los veintiocho años había publicado dos libros y preparaba otro, donde –como dando cauce a intuiciones juveniles–, servirían de hilo conductor entre vida y poesía, los algoritmos y las matemáticas. (PÁGINA 52)”

Me acuerdo que cierta vez, andando con Eduardo Borjas en la Villarreal, nos vimos en la cola de almuerzo del cafetín universitario. Eduardo miró a todos y dijo sereno:

-Tú y yo hablando de poesía y todos aquí esperando que sea viernes para ir a perrear y chupar.

Sigo leyendo el cuento de Enmanuel Grau y siento ese doble desencanto del que observa la poesía lejos de su campos magnética y la explora. Alejarte de la música para entenderla. Finalmente, el tema de Juanrra es el encuentro de la poesía, su búsqueda detectivesca, que es también la respuesta a por qué carajos uno escribe poesía. Respuesta y preguntan obligan al deseo a crearse un discurso que lo justifique y lo resuelva. La duda o la interrogación es el viaje del creador. La prosa aquí ampara esa reflexión y ayuda a situar en un contexto la voz poética.  Como Cortazar en El Perseguidor, o Bolaño en Los detectives salvajes. Igual la prosa, que se aleja de lo cántico del verbo poético, sirve para solidificar realidades que cuestionan y narran.

Al narrar, al prosar, se entiende bajo otro razonamiento, lógico, de sentidos que van del inicio al desenlace, se racionaliza el acto. Enmanuel Grau, en estos relatos confirma su deuda con la poesía como su necesidad de narrar, deja el cantar para meterse al contar; es decir, contar, dejarnos ver los dibujos y teoremas de sus historias.

Sin  duda, los otros relatos, amplían los temas y nos hacen ver que Grau narra desde las periferias, con  docta experiencia de sus escenas y manejo del ritmo y claridad etcétera; pero en relación al todo, me quedo con Juanrra, que resulta también un cuento interesante para pensar en la poesía, en estos tiempos. Me resulta curioso cómo la poesía y los poetas siguen siendo tema de los relatos por estos días, donde sencillamente el papel de las humanidades es desplazo por un campo limitado de temas científicos o estadísticos.

La deuda, no es solo con Vargas Llosa, también sentimos aquí algo de Reynoso, algo que en autores como Enmanuel Grau nos devuelve el oxígeno no de una prosa almidonada, sino que respira, es sangre, fluye y mana en síntesis con su ritmo interno. La mutación del poeta que yo conocí, al prosista que ahora leo es sin duda una positiva floración en el vasto jardín de las letras continentales.

(Lima, julio, 2020)

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