Escribe Jorge Cuba Luque
Ha
pasado medio siglo de aquel 31 de agosto de 1969 cuando, en el temible bastión
del club Boca Juniors de Buenos Aires, la Bombonera, la selección peruana de
fútbol se clasificó para el Mundial de México 70 al empatar 2-2 con la de
Argentina, con los goles peruanos anotados por Oswaldo “Cachito” Ramírez. Ese
mismo día, tras el silbato final del árbitro, el chileno Rafael Hormazábal,
aquel partido se convirtió en la más gloriosa proeza del deporte nacional, alcanzando
la categoría de partido legendario, de hito en la historia del fútbol peruano.
Son
varias las razones que hacen de aquel match un referente bendito por la gloria.
La primera es sin duda futbolística: la clasificación significaba volver a un
Mundial tras cuarenta años de ausencia, esta vez con la participación ganada en
el terreno de juego. La segunda es que aquel combinado nacional era una selección
compuesta por una generación de jugadores no solo de gran calidad y maestría,
sino también carismáticos y desenfadado, comprometidos con la casaquilla
rojiblanca, conocidos y admirados: Héctor Chumpitaz, Roberto Challe, Luis
Cruzadon de la U; Luis Rubiños, Orlando De la Torre, Eloy Campos, Ramón
Mifflin, de Sporting Cristal; Rafael Risco, de Dfensor Arica; Teófilo Cubillas,
Pedro “Perico” León, Julio Baylón,de Alianza Lima, Ramírez, de Sport Boys, por
citar sólo a los que jugaron en la Bbombonera. Este “once” sería indudablemente
incompleto sin la figura que lo ensambló y dirigió, le insufló talante
artístico, vocación de ganador, ansias de grandezas: Didí, Waldir Pereira, dos
veces campeón del mundo con la Seleção.
En
aquella oportunidad, Perú conformaba un grupo eliminatorio con Bolivia, además
de Argentina. En su debut, Bolivia se impuso como local a Argentina por un amplio
3-1; la semana siguiente, en Lima, Argentina volvió a caer, gracias a un gol de
Perico León, dos derrotas consecutivas que hacían difícil la clasificación de
los rioplatenses. Ese resultado persuadió a los bolivianos de que, de locales,
tenían que ganarle a Perú a como diera lugar. Y así ocurrió, el partido en La
Paz fue arbitrado por un juez, Chechelev, abiertamente parcializado con los
locales, que anuló un gol peruano y expulsó a dos de los dirigidos por Didí. La
revancha peruana no tardaría pues la semana siguiente, en Lima, Perú se impone fácilmente
por 3-0. De pronto sin brújula, Bolivia vuelve a caer en Buenos Aires, 1-0. Al llegar a la Bombonera, Perú precisaba de
un empate para ganar su boleto a México, mientras los albicelestes precisaban
de un triunfo para que se jugara una nueva tanda de partidos las tres
selecciones habrían empatado a cuatro puntos. Dicen que la mejor defensa es un
buen ataque, así que Didí optó por una estrategia más bien agresiva; su
problema era que el titular de los ataques por la punta izquierda, Alberto
Gallardo, se acababa de lesionar, y tuvo
que echar mano de Cachito Ramírez, que tenía fama de goleador suertudo, aunque
sin las sutilezas y ni el dominio de
pelota de Gallardo. En un partido técnicamente irregular, lleno de incidentes
cómicos y dramáticos como la voluntaria ruptura de su pantaloneta hecha a
Perico León, el penal pateado a dos tiempos logrado por Albrecht, el gesto de
Challe de poner la pelota en la cabeza de Rulli, el coraje de Rendo, la
anulación por posición adelantada de un gol argentino, y ese público
enfervorizado en las graderías que parecía que en cualquier momento iba a
invadir el terreno de juego…
Pero
está también lo extra futbolístico: el momento político que vivía el país,
gobernado por una junta militar a cuya cabeza el general Juan Velasco había
sorprendido a medio mundo expropiando el gran consorcio petrolero
estadounidense que operaba en el Perú, la IPC, y luego la dación de la ley de
reforma agraria, medida sin precedentes en el país, que harían de Velasco un
personaje aplaudido por un amploi sector de la población. Estaban también las
voces de la radio y la televisión, voces del fútbol como las de Humberto
Martínez Morosini, “Rulito” Pinasco, Pocho Rospigliosi, Eduardo San Román, y la
Augusto Ferrando, locutor hípico y conductor de un programa de concurso,
chsites y regalos en Panamericana Televisión, de vozarrón inconfundible que,
poco antes del final del partido en la Bombonera, ante los tenaces y desesperados
ataques argentinos, irrumpió en la narración televisiva y exclamó: “no nos
ganan, ni con Chechelev, no nos ganan, lo digo con lágrimas en los ojos”. Y
están también las imágenes en blanco y negro, las imágenes de esa Bombonera
siempre intimidante, de ese grupo de peruanos que alza en hombros a Didí, de la
emoción de ese momento irrepetible, que se recuerda a pesar de los cincuenta
años pasados y se seguirá recordando en cincuenta más porque forma parte de la
historia social de los peruanos que, gracias a los dos goles de Cachito
Ramírez, tuvieron como nación un momento de felicidad.