Opinión

De amor se vive, de Silvano Agosti (1984)

Lee la columna de Mario Castro Cobos

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¿Quiénes somos? ¿Cómo vivir? Nos preguntamos por la esencia o por lo mejor (aunque de repente la esencia no tiene que ser por qué ser ‘lo mejor’, aunque, sí, pensamos que lo mejor tendría que ser la esencia) de los seres humanos. ¿O ya ni nos preguntamos más por eso? ¿Cuándo fue la última vez que lo hicimos? ¿Encontramos una respuesta, y si la encontramos, fuimos fieles a ella? ¿Qué tan difícil será ser lo que somos, o lo que queremos ser?

O nos vimos simplemente arrastrados por las preocupaciones del día a día. Y el sistema, la estructura social devoradora y alienante y esclavizante y mutiladora no nos dejó mucho tiempo en paz o la tomamos de pretexto para dejarnos llevar por un escapismo sistemático. En este sentido, qué película tan potente para constituir un acto de resistencia, un momento de reajuste existencial, un campo de flores para descansar y mirar al cielo, una zona de liberación (tal vez algo perturbadora) en la que se puede pensar qué se ha hecho hasta aquí. Y comparar de buena manera nuestra vida con la de otros. Solo unas preguntas, casi al paso, donde la gente se desnuda. Se trata de entender, que es un acto de amor, también.

Hay mucha bondad e inteligencia en esta película, mucha sabiduría. Delicada o cruda. Cómo vivir no es una pregunta cualquiera. Es una pregunta a la razón, al pensamiento, y también o aún más, al cuerpo, al instinto, a lo más visceral. Al cómo se siente estar vivo aquí y ahora. Es una pregunta muy grande, pero también muy hecha, felizmente, de una multitud de pequeños detalles, de actitudes practicables, de ensayos que permiten irse orientando. Y es una película entre alegre y triste.

Se podría pensar que las personas entrevistadas (la película como forma luce muy sencilla y transparente) son o representan grupos minoritarios o que son casos extraordinarios o excepcionales, pero lo que nos une a todos si profundizamos de verdad es sorprendentemente común, aunque no niego que las respuestas que pueda dar cada quien al hecho de estar vivo puedan ser muy disímiles.

La escena final, irónica, trágica, tierna, no elude la duda de si proyectamos sobre los otros nuestras propias necesidades, que nos convierten a todos en fantasmas: ¿la vida es sueño, y así hay que tomarla?

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