Cine

Days, de Tsai ming-liang (2020)

Lee la crítica de cine de la semana de Mario Castro Cobos.

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Una expresión como ‘vivencia del tiempo real’ o vivencia real del tiempo… o vivencia en tiempo real, tiende a no significar nada (me digo, me dirán) pero en este caso es directamente casi toda la explicación. ‘Cine de la realidad’ sería otra expresión o modulación de, en líneas generales, la misma idea. Así que ya no hay cine, solo hay vida, para decirlo de manera brutal (me dirán que aún así está el ritmo propio del sujeto percipiente, y sí).

Otras expresiones. No un cine-vida pero sí un cine (por lo menos, y no es poco) más cerca de la vida. ¿Tan cerca como se pueda? De lo que se sigue. ¿Qué tan cerca se puede…? Un cine que registre o fije momentos que no son dramáticos. Lo no dramático no es necesariamente menos importante. Un cine que atestigue más detalladamente los procesos. Un cine que intensifique la tranquilidad o lentitud o sutileza del tiempo o del paso del tiempo, o de la acumulación (fabulosa) del tiempo. Que conocemos tan bien y que siempre nos sorprende.

Irónicamente el experimento de ‘volver a lo real’ parece extremado, radical, vanguardista, revolucionario. El asunto se cae de simple. ¿Sabemos sentir los espacios (y las situaciones) en donde estamos, los vivimos, los llenamos o actuamos como seres fantasmales, inconscientes, abstractos? ¿Huimos en vez de estar más presentes? Nuestra experiencia de lo cotidiano debería ser liberadora, plena y no alienante, no angustiosa.

Urge, nada más claro, aunque se oculte sistemáticamente, una nueva pedagogía del cine, para no decir que urge una manera nueva de ver la vida, de saborearla más lentamente en sus más variados matices. Se nos escapa bastante de la vida en eso que llaman (expresión gastada) tiempos muertos. ¿No hay, pensándolo bien, demasiado de la vida en esos tiempos supuestamente muertos? ¿De qué nos estaremos perdiendo?

Days multiplica ejemplos. Cómo un hombre desnudo siendo masajeado entreabriendo un ojo (¡miren bien cómo se ve ese ojo!) y emitiendo ciertos sonidos, puede ser considerado (no es broma) como un verdadero acontecimiento.

O el poder de una cajita de música para expresar lo inexpresado, para retratar un estado particular, un conjunto de hechos emocionales, donde el efecto acumulativo, el dejar que le tiempo pase para sentir, es lo esencial.

Los geómetras del guion saltándose la tersura o aspereza de la espera vs. los delicados y pertinaces observadores del carácter misterioso de lo trivial, de lo real… La vida misma, y siempre una nueva capa.

Alguien como Schrader podría hablar de ‘la exacerbación de lo cotidiano’. Y poner de ejemplo a Warhol. Y no estamos lejos de ahí… Qué tal si esa exacerbación de la mirada ‘sobre la nada’ es la sustancia (negada) de la vida…

Constituye una paradoja que este tipo de cine no sea difícil de hacer en un sentido factual pero requiere un gran atervimiento: es la pregunta, puesta en película, en qué se distingue el cine de la vida, o ya no se distinguen o apenas si se distinguen…

Finalizo. Lo que no saben muchos lectores es que este tipo de películas ya se habían intentando, por ejemplo aquí, en Perú, al menos una vez; y me refiero nada menos que a una de las mejores y más radicales películas peruanas que yo haya visto jamás: Detrás del mar, de Raúl Del Busto (2005).

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