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Danzas macabras, esqueletos y otras fantasías, de Rita Azevedo Gomes, Jean-Louis Schefer y Pierre Léon (2019)*

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Las notables, vistosas, coloridas y chistosas figuritas de esqueletos que aparecieron casi como auténticas apariciones pintadas de un momento a otro en el curso de la Edad Media, eso sí, en el contexto de la peste negra que asoló Europa, que además llegó nada menos que de Oriente desplazándose lentamente como un pulpo… son la imagen favorita de esta película que trabaja verbalmente de manera muy intensa con el tema, a que no adivinan, de la imagen.

Pero para qué sirven estos huesitos humanos danzantes, cuál es su papel, qué función cumplen… Una función que no se sabe bien cuál es, y que pareciera que los mantiene muy vitales hasta hoy en el curioso asunto de la economía psíquica de valorar la muerte desde la risa y la fiesta. La incansablemente brillante y erudita divagación de Schefer a quien nada extrañamente las imágenes acaban importándole más que las personas… lo que implica una vieja sospecha que comparto con él: las imágenes son más reales que nosotros.  

Semejanza o sustitución. El pago para aplacar a los cargosos dioses era uno mismo, luego una rebajita, el animal más noble, tu caballo, pero podría ser otra cosa, por favor, entonces un búfalo, o un lechón, o ya pues, un pastelito, para al final supongo que por cansancio ser un caballo dibujado o tan solo la sola palabra caballo. LQQD (lo que queríamos demostrar): la imagen tiene un valor sacrificial (a lo que se suma que en el extremo de la cadena de sustituciones aparece esa imagen que se llama el dinero…) Y Schefer, buceando en aguas más íntimas, rememora a una niña amiga suya a la que amó y que le dio un regalo (una imagen, imagínate tú) y que luego murió, y luego cómo ese regalo que no se parecía a la niña, no obstante, la reemplazó toda la vida…

No olvido el tema de cómo trabajar con la imagen de un hombre hablando. Uno solo, la mayor parte del tiempo. Aquí Azevedo se asegura de administrar bien su economía de medios, una cálida luz por aquí y una sillita roja por acá, se asegura de procurar una sencillez en la que asoma una sutileza en algún momento memorable: como cuando ella está en un extremo de la ventana y al otro, ambos de perfil, su amigo que ha servido de oído del sabio poseído por su pasión por las obras de arte que siguen irradiando imperturbables su inteligente e inagotable belleza y complejidad. La luz que entra hace de ellos algo semejante a las fascinantes pinturas tan elocuentemente traducidas por nuestro historiador filósofo en el fondo un sentimental, en perpetuo y obsesivo estado de gracia.

*Película vista en Frontera Sur 3° Festival Internacional de Cine de No_Ficción.

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