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Dan las tres y nadie llama

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Foto: Nico Nordström

I.  25 de Enero, 2014

Trato de tranquilizarme. Miro el reloj y mi cabeza acompaña el sentido de las agujas, lentamente. Doy vueltas por la casa como un lobo herido. Me dijo que iba a llamar y no llama; maldigo.

Me dirijo a mi habitación, desesperado; busco mi agenda telefónica, debo tener su número en algún lugar. Mas su voz me dijo que iba a llamar y que me iba a dar su respuesta definitiva.

Empiezo a ojear una revista pasada; me detengo en un artículo sobre la hipnosis y los sueños. Se ve bueno. Lo termino de leer sin mucha convicción y lo arrojo al suelo. De pronto me siento mal, me doy cuenta de todo. La última conversación que tuvimos hace dos semanas la noté totalmente cambiada, diferente ¿y al final de qué conversamos? No hubo conversación, ella empezó a hablar y yo la oía.

¡Tonto, pero si me acuerdo muy bien! Era de noche; ella, yo, y todo el espacio del mundo. Silencio alrededor. Su voz rompe con la monotonía que nos abrazaba. Volteo para ver si alguien nos acompañaba. Nadie, absolutamente nadie a nuestro alrededor. ¡Pero si alguien nos acompañaba, lo juro!

Estaba extraña, la notaba ajena a mí. La tenía justo delante de mí pero daba la impresión de ser solo un espejismo. Preguntó cómo me sentía, yo incliné la cabeza haciéndole saber que me sentía incómodo; ella se acercó un poco más hacía mí pero aun así no se le veía muy bien el rostro. Era curioso, no había bruma y la noche estaba abierta.

Mi alma se encogía ante ella. Murmuró un par de palabras que no llegué a entender muy bien salvo un “todo va a estar bien, Facundo”, y con su mano derecha, tan pálida, alzó mi mentón y me miró. Otra vez oí que alguien nos llamaba y volteé nuevamente para ver quién era. Nadie. Observé que las calles no se detenían y no había un final visible en su camino. Y la noche que era diáfana y fresca carecía de estrellas en su velo.

Así de absoluta me daba Dios un momento con el amor de mi vida, y el amor de mi vida, que se llamaba Isabel, se alejaba de mí. Yo le dije “espera, te tengo una pregunta” mientras intentaba acercarme hacia ella; y ella, sin perder el paso me dijo que me iba a llamar, “la hora”, mencioné casi suplicando. Y ella, cuidadosamente mirando, no a mí sino a hacia las calles vacías que habían a mis espaldas susurró “a las tres, mi amor”. Y después se marchó, desapareciendo como una sombra.

Y ya van dos semanas que la espero. Me miro en el espejo, me veo terrible. Es como si la tierra se hubiese tragado a Isabel. Mi Isabel, mira en qué estado me encuentro sin ti que no quiero ver a nadie. Dios mío, no me hagas esto.

En un momento me animé en ir a buscarte a tu casa pero con el problema que tengo con tus padres desde esa vez ya no voy. Qué gracioso fue esa vez, pero desde ese momento tus viejos ya no me pasan. Así quedamos, pues, Isabel. Tú me llamas y quedamos en encontrarnos en algún lugar. Ya ves, Isabel, lo que hago por ti, hablar solo o conmigo mismo, igual da.

De repente suena la puerta y una carta aparece por debajo de ella. Era de Isabel. Abro la puerta para ver quién era pero el mensajero ya se había marchado. Ahora la carta la tengo en mis manos; un escalofrío recorre mi cuerpo de inmediato. Empiezo a leerla:

Lima, 25 de enero del 2014

Torres Madrid, Facundo Andrés

Estimado Facundo:

Para empezar el que escribe es el padre de Isabel, Antonio Valle, y es mi deber hacerte saber antes que nadie que en estos tiempos le ha ocurrido una tragedia irreparable a mi familia.

No sé cómo explicarte, Facundo. Un padre no está acostumbrado a dar esta clase de noticias a un desconocido, pero siendo ésta una ocasión penosa – y sabiendo lo mucho que querías a mi hija- me veo obligado a concertar una tregua. Trataré de ser cauto con mis palabras y lo más diligente posible sin faltar a la verdad.

Exactamente el once de enero mi hija Isabel de tan solo veinte años sufrió un incidente camino a mi hogar. Siendo casi las once de de la noche fue asaltada por unos drogadictos que en su necesidad, y faltos de total dominio de sus facultades mentales, asesinaron a mi querida hija de manera absurda y salvaje.

Lamento lo tardía de esta carta pero realmente me resultaba imposible ubicarte. Gracias a una amiga de Isabel es posible hacerte llegar esta noticia que ha enlutado mi familia y seguramente ha consternado tu vida.

                                                                              Se despide, Antonio Valle Isla.

Mis manos empezaron a temblar, casi autónomas a mis pensamientos. Mi alrededor también se movía con cada palabra de la carta. Era como si las palabras tuvieran vida propia y empezaran a golpear las paredes de mi sala, tratando de escapar de la carta.

Y era mi total confusión. Mi desaliento, mi ruina absoluta con un final tan impersonal. ¿Por qué a mí? Maldecía me retorcía de dolor. Las primeras lágrimas no tardaron en aparecer, silenciosas, imperceptibles, y mi piel lo más transparente posible. No elaboraba una oración coherente. Mirar a todos lados, buscar una maldita respuesta. Caerme rendido, suplicando, sollozar como un niño; un mareo repentino, un peso extra en mi cuerpo.

En eso la miro. Isabel. ¿Era posible? Muerta. No más de ella; no más de su respiración; no más recuerdos de ella; no más encuentros a escondidas; no más su voz ni su mirada. No más futuro para ambos. De un momento a otro se me dio la idea de agradecer a Dios por las dos semanas donde te creía con vida. Lo entendía todo. Sonreí.

Sonó el teléfono. Era Isabel.

II. 25 de Enero del 2014 (3:00 pm)

En la habitación número veintidós de la clínica Javier Prado yace el cuerpo sin vida de Facundo Salazar Bermúdez luego de una penosa agonía de dos semanas en estado comatoso.

En su entorno familiares y amigos lloran desconsolados su muerte. Desgarradoras escenas por parte de su enamorada aturden a los presentes que hacen el intento por tratar de calmar. Isabel llora a su costado, trata de reanimarlo, lo llama “Facundo, Facundo”, repite su nombre; lo acaricia, se lamenta y cierra los ojos. No lo puede creer.

La madre de Facundo se acerca indecisa hasta Isabel, trata de tranquilizarla de cualquier manera aunque de forma poco efectiva ya que ella misma tenía su calvario a cuestas y sus piernas la hacían pasar un mal momento. Eran dos semanas de incertidumbre, de desesperación, era cada segundo importantísimo. De vida o muerte, para su hijo. Era casi como si su hijo se hubiese llevado una parte de su vida, de sus fuerzas. Ella, su madre, se mordía los labios por la impotencia y se resigna a tragarse su llanto. Finalmente llega a tocar el hombro de Isabel y se queda en silencio. No podía soporta más.

El médico revisa el pulso de Facundo. Estaba todo consumado. Isabel lo mira con un brillo inocente de esperanza. El médico mueve la cabeza afirmando el deceso; agacha la mirada. Apaga el monitor del pulso y se retira pidiendo disculpas.

El remordimiento invade los pensamientos de Isabel. Ese día tenían que encontrarse como siempre a escondidas, pero Facundo nunca llegó. Ella días antes le había insistido para encontrarse en un nuevo lugar. Una lágrima finalmente, una del alma, recorre su rostro mientras le hablaba al oído “perdón, mi amor… perdón, perdón; perdóname, por favor”

Facundo, decía una vez más como la primera vez que llegó de emergencia a la clínica. Una vez más pero Facundo nunca volteó, como en su sueño, ese que creía que llegó a tiempo a la cita y escuchaba que alguien lo llamaba: “Facundo, Facundo”.

El padre de Facundo, que en todo este tiempo trató de mantener la compostura, tragó un poco de saliva y se pronunció derrotado por la muerte:

Exactamente el once de Enero, mi hijo Facundo sufrió un incidente… siendo las nueve de la noche fue asaltado por unos drogadictos, que en su necesidad…

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