Literatura

CUENTO: Un bar y mil historias

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Ya estamos algo sazonados de tantos pomos de cerveza. Han transcurrido  casi cinco horas desde el inicio. Empezamos como a las tres de la tarde en la calle Quilca, buscando algunos títulos de ediciones antiguas, y por fortuna encontré un par de reliquias. Entonces, para celebrar las adquisiciones, nos metimos al bar Queirolo; y aquí estamos; hablando tantas tonterías. Y para colmo estamos en el salón de al fondo llamado Hora Zero, en honor al movimiento poético de los setentas. Y aunque el salón, a pesar de estar abarrotado de bebedores y bebedoras, no despide ese olor de cantina nauseabunda en donde se mezclan el aserrín, los orines y el perfume barato de alguna meretriz.

— ¡oye Juan! Escúchame no te distraigas—
Me habla fuerte Sebastián:
— Tranquilo—   le digo  —no te preocupes, si tu papá te jode mucho, entonces vete a vivir donde tu madre, y asunto arreglado—
— no es así de fácil— me dice  — ¿qué quieres? ¿Que me quede sin plata?  ¡Ni pensarlo!, mi viejo es el que me provee de billete,  y así lo tendré que soportar—
—Bueno, con tal de que no dejes la universidad, el resto no importa. Ya sabes.  Tienes que pensar en tu futuro—
Y al soltar la carcajada, me responde: — ¿oye Juan, tú crees que la literatura me va a dar billete?—
—Bueno, quizá no al principio… pero después, ¿quién sabe? Además no debes pensar solo en billete, también hay otras cosas—
— ¿otras cosas?—
—sí, ¿cuáles son esas cosas?—   Pregunta un viejo ebrio y desaliñado del grupo de la mesa del costado que está muy cerca de nosotros. Y yo respondo:
—Bueno… son muchas. Está por ejemplo, tener la satisfacción de hacer lo que realmente quieres; o llegar a publicar tu primer libro; y así poder contarle algún día a tus nietos tus experiencias, solo por el hecho de haber conocido personajes interesantes.
— ¡Bien dicho jovencito!—   interviene el viejo que lleva una barba a lo Rip Van Winkle.   —Por lo visto, a pesar de tu corta edad tienes algo de mundo; y eso es saludable para ustedes los jóvenes—   Pero luego interviene Sebastián:
—Pero ni siquiera he escrito dos cuentos, y para colmo, cada uno de ellos me demandó un año entero. En realidad me gusta la narrativa, pero creo que no me entra—-
—No debes preocuparte—  responde el viejo  —esto es un asunto para los más tercos, solo tienes que ser laborioso y disciplinado, y finalmente en algunos años, quizá hayan frutos— solo tienes que tomar las cosas con más calma—
Y mientras  moja sus rojizos y cuarteados labios con un  sorbo de licor, lo observamos detalladamente y nos preguntamos, de donde ha salido este viejo que más parece un mendigo. Pues lleva puesto un abrigo en paño negro, totalmente apolillado. Y en un arranque desafiante le preguntamos:
— ¿Cómo es que usted sabe tanto? ¿Acaso es escritor?—
—En cierto modo creo que lo fui. Pues, llegué a escribir crónicas en algunos periódicos importantes de la época.
— ¿Entonces fue usted periodista?—  insistimos:
—Algo así; aunque en esa época no se estudiaba para ser periodista, porque antes tenías que haber recorrido las calles y conocer a todo tipo de personajes, tanto marginales como brillantes, además de tener buen olfato y principalmente mostrar cualidades para escribir—
—Pero ahora vivimos otras épocas, y tenemos que estudiar mucho—  Le respondo junto a Sebastián.
—En parte sí. Pero también necesitan de algo más importante—   aclara el viejo  —solo tienen que adentrarse a un círculo del cual terminarán tan inmersos sin siquiera sospecharlo.
—Y cómo lograremos lo que usted dice ?—   le preguntamos al unísono.
—Pues, necesitan más bohemia, deben de recorrer más calle, tienen que meterse a la movida cultural; pero a la popular; no a la clasista. Deben conocer personajes marginales y atravesados. También a las putas, pero las más avezadas, esas que andan en La Parada; pero sobre todo no deben olvidarse de los  poetas malditos, esos que son vetados por la clase intelectual. Solo así, de esa manera tendrán bagaje para poder crear sus personajes—
—Oiga señor, pero todo lo que usted dice… ¡Lo estamos haciendo!—
—Perdónenme jóvenes, pero ustedes todavía son unos pichones, y eso se nota a leguas—
— ¡Pero señor! Usted mismo lo está diciendo, todavía somos jóvenes—
—Por eso. No deben preocuparse antes de tiempo—
En esos momentos, uno de los del grupo de la mesa del viejo, que por cierto es otro viejo, se incorpora hacia nosotros y nos advierte: — ¡no le crean nada a éste señor, sólo es un borracho que inventa historias!—  Y se vuelve nuevamente a su grupo.
Entonces, el viejo; nuestro viejo, prosigue con nosotros:
—Miren, antes aquí, en el centro de la ciudad, se desarrollaba toda la bohemia limeña, abundaban las encerronas, las jaranas, las poesías, los encuentros izquierdistas y muchas otras cosas. Por ejemplo, todos los de  la redacción, antes y después de los cierres nos íbamos a burdelear, al jirón Huatica casi siempre; y hacíamos cola para rendirnos ante los encantos de “La Shimabuco”, pero el hijueputa de Prado lo mandó clausurar en el 56, por eso luego le sacamos el jugo al “corralón” de la avenida México. Recuerdo, que uno de los más burdeleros además de Ribeyro, era Jorge “Veguita”. Creo que, finalmente con él nos hemos tirado casi medio Lima. Pero luego de allí irrumpíamos a los bares del centro. Estaban por ejemplo; el Negro-Negro, en el sótano de la plaza San Martin—
— ¿Es verdad que ese es el bar “La Catedral” de la novela de Vargas Llosa? Pregunta Sebastián.
— En realidad Vargas Llosa, iba muchas veces al Negro-Negro, aunque no bebía mucho; pero creo que ahí se inspiró en los personajes de la novela. Pero también íbamos más allá, bajo los portales, al Zela; y en la siguiente cuadra  en la avenida La Colmena, al Palermo, y otras veces al Chino-Chino. Pero tampoco quiero olvidarme del que está al costado de Palacio, donde nos servían un tremendo Tacu-Tacu—
— ¿Cuál?—   Le preguntamos.
 —Ahí, en la calle Ancash; El famoso Cordano— Por eso creo, que los que hemos llegado a pisar estos huariques; ahora podemos morirnos tranquilos. Así como lo hicieron Martín Adán,  el propio Ribeyro, Arguedas, Salazar Bondy, Sérvulo Gutiérrez, Humareda, Eleodoro Vargas Vicuña, Luis Alberto Sánchez, Romualdo y Pablo Guevara entre muchos otros que ya el “Chilcano” no me hace recordar.
—Bueno—  Intervengo ante la mirada atenta de Sebastián — ¿estamos en el Queirolo no? Por algo hay que empezar—
—Bien dicho muchacho, si observas a todos los personajes que reposan en las paredes de éste salón; todos hicieron escala aquí. Pues Hora Zero nació en este mismo bar en el setenta. Pero antes pasaron desde Vallejo hasta el mismo Manuel Prado, que vivía aquí cerca, en la cuadra nueve de Camaná; y que antes de irse a Palacio de Gobierno hacía una parada obligatoria para servirse una copa de pisco—
En eso, el viejo hace una breve pausa para darle un sonoro sorbo a su pequeña copa de chilcano, mientras que nosotros hacemos lo mismo con nuestras cervezas. Pero el otro viejo del grupo de nuestro amigo el viejo; se incorpora nuevamente y haciendo irregulares bamboleos, hasta llegar a nuestro lado y le dice al viejo: — ¡Qué coño haces con estos niños!—regresa con nosotros para seguir contándote sobre la Manuela de Luna Pizarro. Y lo coge  del brazo y se lo lleva para siempre.
Sebastián y yo terminamos la última cerveza que queda en la mesa, y como por acto involuntario miro la hora en mi reloj;  ya dan la una de la mañana.  Al rato, salimos del bar algo ecuánimes para poder ir sin problemas por la mañana a la universidad. Y al llegar a casa, me lancé sobre la única cama que tengo.
Son las cinco de la mañana, y apenas habré dormido tres horas y media, pero acabo de darme una ducha fría  y mis ganas se parecen a una pila alcalina.
Tengo que aprovechar las tres horas que me quedan para irme a mis clases, procedo a encender mi portátil y me embarga una repentina euforia.
¡Qué alegría! Ahora ya no le tengo más miedo a la hoja en blanco y como un condenado empiezo a teclear…

Luis Chavez A.

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