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CUENTO: PURA GENEROSIDAD

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Cuando llegué al salón me estaba esperando desnudo, sentado en el sofá y con dos botellines de cerveza abiertos sobre la mesita que había delante. Me senté a su lado y cogí uno de los botellines. Me bebí la mitad casi sin respirar porque estaba sedienta y él aprovechó para quitarme la toalla. La casa estaba calentita porque tenían calefacción central pero tampoco hacía tanto calor como para pasearse en bolas así que mis pezones se erizaron por culpa de la temperatura y él sonrió al darse cuenta. Los pobres estaban un poco magullados, enrojecidos, irritados e hinchados por sus atenciones de hacía un momento. Se disculpó por haberme mordido y lo hizo a base de suaves caricias con la lengua mientras sus manos me abrían las piernas y sus dedos se deslizaban por mi sexo muy despacito para comprobar si seguía igual de animada.

Él tendría que esperar un poco, me decía, a menos que quisiera colaborarle. No me lo pensé y me puse de rodillas entre sus piernas. Acerqué mi boca a su boca mientras sujetaba su pene con una mano, moviéndola despacio para que cogiera algo de consistencia, y con la otra jugaba con sus testículos. Aquello reaccionó rápido así que empecé a lamerle el tronco muy despacio y a bajarle la piel que cubría el glande. Fui subiendo por el tronco poco a poco y cuando llegué al glande lo lamí por completo y me lo metí en la boca. Estaba aprendiendo a hacerlo y cada vez se me daba mejor. Subía y bajaba la cabeza haciendo que su pene entrara en mi boca sin dejar de acariciarlo con la lengua. Por primera vez noté que su mano me sujetaba el cuello intentando que aquel trozo de carne entrara por completo, que llegara hasta mi garganta. Yo notaba como aquello crecía y crecía dentro de mi boca y cada vez me costaba más respirar así que trataba de liberarme de la presión de su mano para sacarlo del todo y lo volvía a meter por mi cuenta. Como el objetivo sólo era calentarlo y aquello ya estaba bien caliente me fui apartando lentamente. No pensaba terminar lo que había empezado y él me miraba confuso. Me puse de pie y me incliné lo justo para besarle con ganas, mordiéndole yo a él.

-Ya no hace falta esperar ¿Verdad?- le dije, con un tonito que le sentó fatal.

Me sujetó por las caderas y me tumbó en el sofá. No dejaba de besarme y yo de escaparme, de revolverme, evitando que me pudiera colocar como él quería hasta que acabé de espaldas y terminó poniéndome a cuatro patas. Me mantenía agarrada por las caderas pero yo estaba cómoda en aquella postura y apreté los muslos, levanté el culo y apoyé la cabeza en las manos. Quería tener cierto control sobre su juego. Quería ver si la noche se presentaba egoísta o generosa. Tampoco me apetecía mirarle a la cara. Noté su mano acariciándome el culo y buscando mi sexo. Intentaba saber si estaba lo suficientemente húmeda como para ahorrarse preliminares y probó directamente con un par de dedos que le demostraron que yo estaba como una moto. Lo siguiente que noté fue la cabeza de su pene en mi sexo, rozándolo de arriba abajo e introduciéndose poco a poco en mi vagina porque la postura no le permitía hacerlo de golpe. Tenía que ir corrigiendo el ángulo y la penetración fue muy lenta.

Yo sentía como cada centímetro de su pene se introducía en mi sexo que estaba especialmente apretadito. Él no le recibía como otras veces, se limitaba a dejarse invadir y en cuanto noté el golpe de sus testículos contra mi vulva ahí sí le mordió como si de un animal herido se tratara y le obligó a gemir y a clavarme las uñas en las nalgas. Controlada por su parte la postura empezó a embestirme. Arremetidas rápidas y profundas. Seguía con el tonito egoísta de perro en celo. Aunque esta vez mi sexo más que pararle le atacaba a él en respuesta a sus violentas embestidas. Sus gruñidos eran constantes y tenía que sujetar mis caderas firmemente porque si no aquel ritmo otra vez frenético, endiablado, podía acabar haciendo que yo terminara saliendo despedida. Yo me aferraba al brazo del sofá y trataba de mantener mi cuerpo lo más estable que podía, echándolo hacia atrás cada vez que me empujaba hacia delante. Mi cuerpo le respondía porque el pobre era muy agradecido y le valía todo. Más agradecido de la cuenta. Su mete-saca descontrolado incluía salidas por completo acompañadas de penetraciones hasta el fondo sin la mínima consideración.

Aquel golpeteo constante de sus testículos contra mi cuerpo, haciendo un ruidito característico, me distraía un montón. Era un poco complicado, con un pene entrando y saliendo de mí de forma violenta y rápida y yo pensando en el dichoso ruidito que me estaba poniendo de los nervios. Por eso no me dí cuenta hasta el último momento que tenía intención de cambiar de objetivo porque tampoco se había puesto el condón esta vez. En una de aquellas salidas no volvió a entrar por donde debía sino que penetró mi ano de golpe y hasta el fondo, con algo de resistencia pero más por la sorpresa que por otra cosa. Llevaba preparándolo un rato, dándome azotes suaves en las nalgas para que se fueran relajando y como tampoco es que necesitaran demasiada atención para estar hambrientas y celosas de mi sexo, dejaban que coqueteara con ellas y mi ano se dilataba un poco esperando recibir un trato especial. Y lo tuvo porque después de aquella primera embestida le proporcionó el mismo trato que hasta ese momento su rival había recibido.

Era una verdadera bestia, descontrolada, ansiosa y se estaba dejando llevar como nunca. Sin embargo, también estaba perdiendo todo su encanto, porque para hacer de un polvo salvaje algo aburrido y monótono hay que tener una habilidad especial. O lo mismo era yo que le encontraba pegas a todo y cuando empezaba así no solía haber vuelta atrás. Me estaba cansando del jueguito dominante de Santiago y sólo quería que terminara de una vez pero no había forma. Él seguía con aquel mete-saca, con sus gruñidos, sudando la gota gorda y jadeando. No se el tiempo que estuvo en ese plan pero los minutos se hacían realmente largos y yo luchaba por mantenerme sujeta al sofá. Todo mi cuerpo se bamboleaba hacia delante y hacia atrás. A veces corregía mi posición a tirones porque me había desplazado un poco hacia delante. Ya no sabía qué hacer así que en una de sus embestidas profundas apreté el esfínter hasta estrujarle a base de bien y eyaculó enseguida y con fuerza a pesar de que era la segunda vez esa noche.

Yo notaba los chorros de semen caliente saliendo dentro de mi ano y él seguía moviéndose más despacio. No tardó mucho en derrumbarse sobre mí diciendo una sarta de barbaridades, de frasecitas de esas sacadas de una película porno que a pocos les consentía y con él había hecho la excepción porque era algo diferente, pero todo cansa. Estaba harta y muy decepcionada y en cuanto noté que aquello había disminuido de tamaño lo suficiente me moví un poco y se salió haciendo que aquel líquido grumoso, blanquecino y pringoso se escurriera por mis muslos. Con el argumento de no querer manchar el sofá me escabullí camino del baño y me metí en la ducha. Había sido bastante bruto porque estaba dolorida más por los golpetazos de sus caderas que por otra cosa. Me limpié a conciencia y me quedé un buen rato debajo del agua caliente relajándome y lamentándome por haber aceptado su invitación.

Apareció después de dar por hecho que no iba a volver, se metió en la ducha conmigo y cuando empezó a meterme mano preferí salir y dejar que se duchara solo. Ninguno de los dos estaba contento con la nochecita de marras y como en su cuarto había dos camas me mandó a la del amigo con toda la delicadeza de la que era capaz.

-Tú duermes ahí- Y sin decir nada más se acostó.

Yo me metí desnuda entre las sábanas limpias de su compañero de piso, no sin antes dejar mi ropa doblada y recogida en una silla junto a la cama para poder vestirme y desaparecer de aquella casa en cuanto amaneciera. No pensaba volver. Sin embargo, nada más quedarme dormida, sentí el calor de su cuerpo a mi lado. Se había colado en mi cama y me besaba con mucho cuidado. Abrí los ojos y se apartó un poco pero seguía muy cerca de mi boca. Buscaba una reconciliación sin disculpas.

-No hace falta que digas nada. Si sabes que yo te perdono todo siempre- decía, mientras me envolvía con sus brazos, aferrándose a mi cuerpo con fuerza para que no volviera a escaparme.

 

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