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CUENTO // PROHIBIDO BESAR A LAS CHOLAS

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Quiero ser Presidente. Le dije a mi mamá en un mitin de la plaza 28 de Julio en la ciudad de Iquitos. Tenía la edad de 5 años y Fernando Belaúnde levantaba el brazo en señal de “adelante” saludando al mar de gente. Me impactó sobre manera ver cómo es que tantas personas comulgaban con el ideal de un mismo hombre. Esa imagen y ese sueño se grabaron en mi subconsciente, se archivaron en un tierno rincón de mi mente pueril mientras crecía y, volvieron a reaparecer hace unos años, con mayor insistencia hace unos días, todo gracias a Ernestina.

Terminada la universidad, ingresé a laborar a un caótico lugar, ruinoso y de mala entraña, (ahora, por suerte, estoy en Sunat para mejor) existía una bien surcada discriminación. Nunca un jefe saludaba al personal de “rango inferior”. Cómo puedes saludar con beso a esa chola, anda al baño y lávate. Me increpaba una abogada regordeta refiriéndose a Ernestina del personal de limpieza, pero la que en realidad necesitaba ir al baño y lavarse era aquella mofletuda que siempre olía a pezuña de burro, expedía un aroma de aire viciado, por demás rancio. Ernestina se escabullía avergonzada de la oficina sin mirar atrás.

Joven, ya no me salude delante de los jefes, mejor abajo nomás en la entradita y, arriba, haga de cuenta que ni me conoce. Decía ella con una sonrisa precaria y gris. Jamás le hice caso, la saludaba con beso donde me la encontraba y con mayor gusto si había un jefe por ahí. Siempre la traté con cariño, en innumerables ocasiones escuché atento sus conversaciones tan sentidas, ciertamente encontraba interesante todas sus experiencias de vida, era fiel a sus consejos porque realmente lo creía, era un convencido de la importancia que tenía la esencia de ese ser humano.

Una tarde, revisando los correos en el trabajo, me llega el aviso de un banco que financiaba una maestría en gestión pública. Mi subconsciente activó como alerta de luz parpadeante el recuerdo y el sueño grabados en el mitin. Una herramienta en gestión es fundamental si se quiere ocupar un rol protagónico en el Estado y más aún si pretendo un gobierno en algo decente. Pensé. Me tomó un mes reunir toda la documentación que me exigían, nadie quiso ser mi aval, pero no me importó.

¿A dónde va tan contento joven?. Pregunta Ernestina. Voy a… voy a ser Presidente del Perú. Respondo. Dejo mi solicitud en el banco. Las clases comienzan en una semana. La espera es insufrible. A 48 horas del inicio de clases, el banco por fin contesta. Usted tiene una cita con su sectorista hoy a las 5:30 pm. Dice el correo. ¿Por qué tan tarde? Cuestiono para mis adentros. Salgo del trabajo con tiempo y llego temprano. El sectorista me recibe con una cordialidad promedio y con el rostro serio, algo anda mal. Perdone que hayamos demorado tanto pero hemos sido muy minuciosos con su expediente, el comité de riesgos ha encontrado inconsistencias en usted, lamento informarle que su préstamo ha sido rechazado. Dice el sectorista con palabras técnicas y en tono solemne, en lugar de expresar sin reparos que mi sueldo tiene aspecto de mierda, sabe a mierda y no puede ser otra cosa más que mierda pura por lo que teniendo esa sesuda conclusión, dudan con justa razón de mi capacidad de pago.

La luz deja de parpadear, el sueño se apagó, la oportunidad áurea de estar al frente de un mitin se fue. La cita había sido a esa hora porque el sectorista sabía que no duraría más de 5 minutos. Tuve que tragarme el sapo y regresar al trabajo cabizbajo a terminar con mis pendientes. Desmotivado y afligido, Ernestina advierte mi malestar. ¿Todo bien joven? Pregunta. Sí, solo que tendrás que esperar un poco para que sea presidente, rechazaron mi préstamo. Digo. ¿Puedo ayudarlo en algo? Vuelve a preguntar. La verdad no creo que mucho, necesito $12,500 dólares a primera hora. Respondo. Ernestina, limpia ese baño que está inmundo y no interrumpas al doctor. Llama la atención con su vozarrón la abogada mofletuda que huele a pezuña. Chaucito joven. Se despide. Hago un amago de sonrisa, tengo el semblante averiado por la tristeza.

Al día siguiente y algo recompuesto, Ernestina se me acerca como escondiéndose, así lo hacía todas las veces por la vergüenza que le habían instaurado. Joven, un favor, quiero que converses con un amigo, te va a esperar. Ernestina me da un papel con una dirección. ¿Para qué? Pregunto. Anda nomás, de ahí me cuenta, Chaucito. Dice y se va. Llegada la noche, veo el papel en mi bolsillo, desganado y a regañadientes, pues no tenía muchas ganas de nada, decido ir. Acudo a la dirección para ver cuál era el favor que quería Ernestina. Llego a una casa por el olivar de San Isidro, pasaje Cura Béjar # 169. Toco la puerta, pido con el nombre que tengo en el papel. Una señora entrada en años me hace pasar. El señor baja en un momento. Me dice. Observo la sala, hay un stand con varios libros de tapas añejas, sin duda el dueño de casa es una persona mayor que lee mucho. Gustavo Ontaneda para servirlo. Me sorprende una voz mientras husmeo los libros. Le doy la mano y sonrío. Estimado Luizcarlos, una amiga me ha hablado de ti. Me dice. Aquel señor era un alto funcionario del banco, Ernestina había trabajado más de 15 años con él. La persona que menos recursos tenía fue mi aval, sin dar un centavo y tan sólo con el valor de su palabra abogó por mí.

A la otra mañana, el sectorista adusto, ahora me pela los dientes, me sonríe con fervor y me trata como a un rey. Hubieras empezado diciéndome que conocías al gerente pues luchito, firma aquí. Me dice el jijuna y yo escudriño todos sus movimientos con desprecio, con frialdad oriental. Regreso a mi trabajo, delante de todos, abrazo a Ernestina e inflo sus cachetes a besos. Dime qué puedo hacer para pagarte todo esto. Digo. Joven, usted ya hizo mucho por mí, la humildad y la sencillez no se negocian. Responde. Se me hacen agua los ojos y la vuelvo a abrazar. Es inevitable recordarla cuando estoy a pocos meses de la graduación. Con su trabajo diario supo ganarse la admiración y el respeto de muchos, porque ella es como un billete de un millón de dólares que por más que la arruguen, la tiren al suelo y la pisen, nunca perderá su verdadero valor, siempre seguirá valiendo exactamente lo mismo. Elegí entregarle mi amistad sin condición, ella a cambio me devolvió un sueño, yo no sé si llegue a ser presidente, pero de lo que estoy seguro es que su ser y su palabra valen un mundo, su esfuerzo por salir adelante aún más y ante una eventual campaña electoral la elegiría de nuevo. Yo voto por ella. Gracias Ernestina. Un beso.

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