Cultura

Cuento: «El olor de la lluvia», por Porfirio Mamani Macedo

Un cuento de Porfirio Mamani Macedo

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Escribe Porfirio Mamami Macedo

PRIMERA HISTORIA / El olor de la lluvia

– Hubiera sido diferente-, dijo

Estaba sentado sobre el filo de una cama vieja. Se miraba los pies desnudos, arrugados por el agua de la lluvia. Los pelos desordenados le caían por la frente como hojas marchitadas. A veces se metía las manos en los bolsillos, buscando algo que no encontraba, luego se apretaba las manos desesperadas.

-Corrí todo lo que puede-, dijo.

Se levantó y dio unos pasos sobre el piso de tierra. Aún sonaban truenos a lo lejos, y de vez en cuando se alumbraba la noche, por los rayos que pasaban, iluminando mejor el interior de la casa. El resplandor entraba por entre las rendijas de la puerta, de la ventana y por las fisuras del techo de calamina. Intentó mirar la noche por una rendija de la ventana, pero no vio nada, solo se acomodó los pelos de la cabeza.

-No fue culpa mía-dijo-, solo quise ayudar para que sea diferente, pero no salió como lo esperábamos. Uno puede equivocarse.

Afuera había calmado por completo la lluvia, y los perros se pusieron a ladrar por las calles. Comenzaba a sentirse el olor de la tierra después de la lluvia. El volvió a sentarse en el filo de la cama, mirando el vaso de chicha que le habían dejado en la mesita que estaba en la esquina de la habitación.

-Hice todo lo que pude-dijo.

Aún tenía la ropa mojada con manchas en todas partes. El pantalón y la camisa estaban desgarrados. Abrió la puerta y miró hacia afuera. No había nadie: Las calles estaban desierta como si la lluvia o la noche se los hubiera llevado a todos. Solo él luchaba contra sí mismo. A ratos pasaba alguna araña corriendo por el techo en dirección desconocida. Esos raros arácnidos, algunas veces se detenían a propósito, tan solo para mirarlo. Luego seguían su rumbo y se perdían por entre las tantas rendijas que habitaban esa casa. 

Se sentía el olor de la lluvia. La noche estaba ahí, al otro lado de la puerta, y él, tan solo miraba el hilo de luz de la vela.

Sintió el chirrido de la puerta, levantó la cabeza y vio la sombra humana en el umbral de la puerta. Solo el reflejo del puñal brillaba, y después ya no dijo nada.

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