Opinión

Cuento chino. Sobre un legado polémico

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Por Márlet Ríos

Para mi generación Fujimori representa lo más cercano que tenemos a un dictador. ¿Alguien que gobernó con mano dura durante 10 años, después del desastre aprista, disfrutó de todas las prerrogativas del poder y quiso perpetuarse en el gobierno –con malas artes– merecía mejor suerte que la cárcel? Para muchos peruanos, Fujimori es el salvador de la patria, una especie de mesías que marca un antes y después en la historia del Perú. Nada (ni nadie) podrá convencerlos de lo contrario, a pesar de las evidencias y los datos fácticos contundentes del colosal pillaje y peculado durante su régimen. Robó, pero hizo obras. En la práctica, el régimen bicéfalo de Fujimori y Montesinos (como lo catalogó Alfonso Quiroz en Historia de la corrupción en el Perú) se convirtió en un totalitarismo, con fuertes semejanzas a las dictaduras comunistas de Europa del Este (incluyendo la antigua URSS). Todas las instituciones estuvieron sometidas a la férula del partido gobernante (Cambio 90). El culto a la personalidad fue indiscutible y el Chino sacó provecho de ello. Grandes empresarios, militares, periodistas, jueces y fiscales, etc., bailaron al ritmo del Chino. Incluso varios artistas y hasta literatos como Carlos Orellana.

A sus 86 años, con su salud muy resquebrajada, Fujimori dejó este mundo sin pedir perdón a las víctimas asesinadas durante su régimen. Sus herederos políticos se encargarán de perennizar su legado. Por lo tanto, lo seguirán presentando como a un exitoso y eficaz gobernante, que supo derrotar a Sendero Luminoso y controlar la hiperinflación. El “lado oscuro” –infame– será invisibilizado por completo. Sus antiguos aliados lo sobreviven (Montesinos, Hermoza Ríos, etc.). No tuvo la menor intención de pagar los 57 millo­nes de soles de la reparación civil. El antiguo muchachito temerario que, hacia 1996, se involucró en el activismo político no celebrará por la desaparición física de Fujimori. El fujimorismo nos acompañará durante muchos años más. El autoritarismo y las malas artes seguirán. Y esto no es motivo para celebrar.

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