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¿Cuartos sin presión?

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En una llave, Alemania atrapó al gallito francés y lo mantuvo amarrado con un solitario gol desde los 13 minutos de juego. En la otra, el sueño colombiano estalló en mil pedazos con un bazukazo de David Luiz al promediar el segundo tiempo.

Vencer con amplitud en las fases previas no favoreció anímicamente a Francia ni a Colombia. El sendero pedregoso transitado por Alemania y Brasil, sorteando rivales de mayor fuste, les sirvió de aliciente para superarse. Como siempre, la cruda realidad se impuso a la romántica ilusión.

Lloris, el arquero galo, llegó a estas instancias como uno de los pocos en este mundial que no había brillado ni sido figura espectacular, signo evidente de que tampoco había sido exigido en sus anteriores presentaciones. Sus compañeros llevaron a un extremo insalvable los conceptos de su técnico Didier Deschamps cuando declaró a la prensa, en un notorio afán por relajarlos, que los cuartos de final no eran para sufrir ninguna presión sino para jugar con placer. Respetaron su estilo de acelerar el ritmo y amenazar con ataques sorpresivos, pero les faltó sangre para cristalizar sus aspiraciones.

Alemania se recompuso y desplegó otra vez su habitual capacidad avasalladora. La anotación prematura de Hummels le permitió controlar el resto del cotejo, sin duda una virtud de cuadro poderoso, a diferencia de otros que no pueden ni saben sostener una ventaja durante 10 minutos o 30 segundos.

Para estar a tono con el inicio del invierno carioca, el partido fue intenso, pero frío; en muchos momentos desvergonzadamente aburrido. Ni punto de comparación con aquél –épico- de España 82’, en el que descolló el ahora gordo directivo de la FIFA, Michel Platini. Con certeza el choque habría ganado en emoción si los alemanes hubieran tenido la necesidad de remontar el marcador.

Lo de Colombia rozó los límites del autoengaño. Mientras duró fue como una droga que hizo alucinar a todos. Después de sus paseos con oponentes menores, había que verla en acción sometida a condiciones hostiles. Enfrentó a un enemigo herido dispuesto a matar antes de morir. El deslumbramiento preliminar de pronto se opacó. Desde los himnos y los saludos, los pupilos de Pekerman lucían asustados. Se olvidaron del toque y terminaron echando mano de la garra. Pero ése es un terreno ajeno a ellos; no son charrúas. Los apretaron un poco y se derritieron. El arbitraje –aunque pésimo- no influyó en el resultado.

Brasil, exhibiendo una de las peores selecciones de su historia –sino la peor-, levantó la cabeza. Los tiempos han cambiado. Es verdad que los chicos se han agrandado y los grandes se han achicado. En el pasado normalmente Brasil hacía temblar a sus adversarios. Hoy es al revés. No es una herejía, en ese sentido, admitir que el jugador más valioso de Brasil en la actualidad sea un zaguero central.

La primera mancuerna de semifinales está definida. Difícil pensar que la verdeamarela pueda seguir flameando en la justa.

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