Con sensaciones de miedo de algunos parlamentarios, exigencias de pena de muerte de algunos otros, y sustitución de texto por sintagmas nominales menos duros, el Congreso de Perú viene pasando la pelota de la ola de inseguridad que padece Lima. Por cierto, hoy es feriado público y el problema sigue allí.
Cuando despertó el dinosaurio seguía allí. Así es nuestra situación. El Congreso sigue durmiendo feliz, salvo contadas excepciones, mientras la delincuencia prosigue en el Perú.
Hemos llegado al lunes y sin soluciones, después de una acalorada semana de debates y discusiones no se ha llegado todavía a nada. Se avanza más rápido en la Javier Prado en hora punta que en una semana de legislación en el Congreso. Sin embargo, hubo tiempo para declaraciones con sabor a guasa y emociones fuertes que buscan una empatía imposible.
El congresista Edwin Martínez declaró en el pasado pleno: «Aquellos que están tratando de seguirme, por cierto tengo carro nuevo, síganme, es de color blanco, Mitsubishi. Ni les tengo miedo». Qué fácil decirlo cuando se lleva custodia.
Entretanto, la congresista Vivian Olivos denunció que es víctima de cupos, y declaró que se siente «un ciudadano más (…) he sido víctima de una extorsión porque lo sé, porque lo he vivido y porque siento temor».
El parlamentario Pasión Dávila confirmó lo mismo en su persona: «hace meses que vengo siendo extorsionado. Lamentablemente la delincuencia ha llegado a las esferas más seguras de nuestro país».
Entretanto, el defensor de la cadena perpetua y la pena de muerte, Wilson Soto tiene motivos personales para su cruzada, cuando un sobrino suyo fue alcanzado por una bala en un restaurante, esto según lo informa él.
Tal vez y solo tal vez cuando los parlamentarios sientan como propias nuestras penurias cotidianas, solo entonces haya esperanza de una legislación pronta e inteligente. Mientras tanto, es feriado en el Congreso.