Nací cuando los diarios en el Perú tenían su sello propio –La Prensa, La Crónica, El Comercio etc. –. Cierto, y los periodistas eran de otra laya. Vargas Llosa, Ribeyro dan cuenta de esos talantes. Tipos apasionados pero cultos. Zileri, por ejemplo. Ser destacado a cronista parlamentario era el paso anterior para ser director de un periódico. Hoy es al revés. Al congreso van los más jóvenes. Cierto también que los parlamentarios eran de otro talante y no los badulaques de hoy que compiten apenas con el nivel intelectual del arquero del Sport Chavelines.
De la televisión no hablo. Prefiero la Limonada Markos. Pero sí uno escoge al azar tres diarios limeños, tendrá la impresión que los hacen en la misma mesa de redacción. ¿Concentración de medios? Sí pero también aglutinación de inhábiles y obtusos. Existe un déficit de Capote, de Lee Anderson, de Svetlana Alexiévich. Vamos, escribir por ejemplo, juntar palabras, tejer ideas, trenzar conceptos. De esa habilidad, muy poco. ¿Y de las otras? Del buen cine, la música brillante, el arte genial. Tampoco. Entonces estoy pidiendo uvas a un cocotero.
Arturo Pérez-Reverte a propósito de su nueva novela histórica El italiano, dice que le gusta escribir del pasado porque: “el siglo XXI ha conseguido militar en la mediocridad. Por miedo a vulnerar los cánones sociales actuales, estamos siendo mediocres. La brillantez se penaliza. Y eso satisface a los cobardes, pero calla a los inteligentes”. Existe el consuelo, este Pérez no se refiere a los periodistas peruanos. La pandemia global de la ignorancia nos atacó antes que el Covid-19. Y ese estándar impuesto en el Perú por el fujimorismo no lo evita ni mil dosis de vacunas.
Pero soy un hombre de fe y esperanza. En mi país cada vez se escriben textos deslumbrantes. Y en agosto, mis amigos me enviaron a casa sus libros recientes. Hace unos días llegó Qosqo Rymi, la obra póstuma de Pablo Guevara preparada por Odi Gonzales. Y Jesús Raymundo trajo en su talega Generación B. Y desde la Amazonía vino De marocas y tombos calatos de Alberto Chirif. También Helio Ramos me trajo su Gauguin en la avenida Emancipación.
Y Alonso Ruiz Rosas me regaló su finísimo En la ascensión. Y Miguel Laura me trajo su Historia de la cumbia peruana. Y Carlos Enrique Freyre llegó con su novela El miedo del lobo. Y la saga de Zein Zorrilla El mestizo de los andes y su destino ya está en mi escritorio. Y ayer presenté la antología de crónicas preparada por Rubén Barcelli, El Perú en cuarentena y hoy comento el libro Estado pluricultural, Perú del bicentenario del maestro Vicente Ota y Óscar Chacón. Entonces, no tengo porque mirar la televisión.