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CRÓNICA: EL TORO SALVAJE

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Foto Jorge Verástegui

Edmundo Quiñones “Negro Mundo”, fue el último peleador callejero, todo un personaje en el barrio de Surquillo y una leyenda de varios relatos de Julio Ramón Ribeyro.

Y de pronto, el insospechado zurdazo de “Carta brava” le pegó en la punta de la mandíbula y “Negro mundo” rodó como un buey abatido por un rayo. La turbamulta que rodeaba ese ring imaginario entró en un sopor extraño. A “Negro mundo” ninguno de los peleadores callejeros lo había tirado a la pista. Y ahí estaba cual monumento a la vergüenza, agazapado, con la mirada perdida, mirando para adentro. Pero el negro de pronto sintió como un ventarrón que venía del cielo. Recordó a su abuela Eduviges y al tío Pancho Caliente, se alzó como con un resorte, se volvió a cuadrar y de no se sabe de dónde, sacó un derechazo que “Carta brava” lo tuvieron que internar en el viejo “Dispensario” con fractura en la quijada y parte de la rabadilla.

Así eran las peleas de ese tiempo. A la criolla. Se pactaba el pugilato en medio de la calle, se cerraba la cuadra y ahí, sin camisa, los peleadores callejeros se fajaban hasta que el otro pidiese “chepa” que era el fatídico punto final a su trayectoria de ídolo del barrio. En Surquillo, fueron famosos Gastón Bullón Frías, Ismael Morua, Jaime Ávalos, que peleaba sin zapatos, “Carta brava y Tempesta, que llegaba de Miraflores. Otros barrios también tenían lo suyo. Trompeadores de Barranco, Chorrillos, Lince, La Victoria y El Callao, llegaban a desafiar a los surquillanos y las peleas podían durar días enteros. De eso saben los poetas ilustres, Reynaldo Naranjo, Jorge Pimentel y el escritor Antonio Muñoz Monge.

“Negro mundo” gozaba del respeto de todo el barrio porque nunca fue abusivo. Cuando su rival caía al piso ya no lo golpeaba. Era la “ley de la calle” y él la respetaba. Por ello fue personajes de relatos de Julio Ramón Ribeyro. En la novela “Los geniecillos dominicales” figura con nombre propio e igual ocurre en los cuentos “De color modesto” y “El próximo mes me nivelo” donde está descrito como un zambo dicharachero y peleador. Eran los años del bar «El Triunfo», en el corazón de Surquillo. Hasta allí llegaba desde su casa de la calle Colina en Miraflores =y cruzando la línea del tranvía= el maestro Raúl Porras Barrenechea, sus discípulos Mario Vargas Llosa y Ribeyro mismo. Obvio que de lo que se hablaba era de las tremendas trompeaderas de “Negro mundo” en las épocas en que el compositor Manuel Acosta Ojeda componía el valse “Madre” y era un bohemio diplomado y trashumante de los bares el “Taca taca”, el “Michú”,  “El Silletazo” y el “40 voces”.

LLEGA MARCELO QUIÑONES
Una mañana de invierno en la Gran Unidad Escolar Ricardo Palma los alumnos despertamos eufóricos. La noticia de que Marcelo Quiñones, quien cursaba el cuarto año de Comercial, había resultado campeón Latinoamericano de boxeo en Uruguay, nos puso de vuelta y media. Marcelo era nada menos que el hijo de “Negro mundo” y de pronto ya lo traían y lo paseaban en hombros por todo el patio del colegio. Entonces el grito salió desde los salones del fondo. “Asueto”, “asueto”, asueto” gritábamos todo. El director del colegio no tuvo más remedio. Tomó el micro y gritó: “jóvenes alumnos, por nuestro compañero Quiñones, orgullo de nuestro casa de estudios, hoy no hay clases”. Fue la locura. Así quisimos más a ese hijo del inolvidable “Negro mundo. Luego Marcelo sería campeón de los Mediano y estuvo a un paso del título mundial de boxeo en Nueva York.

“El material noble” de sus callejones, quintas y solares del viejo Surquillo son habitados por estos seres azambados, sacalaguas, encholados, variopintos, pelirrojos, patirrubios, chinos, japoneses en la parihuela de la contradicción, en la reciprocidad de la miseria de la mano con la promiscuidad, del pie con el medio hostil y violento de la urbe. Por eso en la calle Leoncio Prado, los disformes adolescentes, rapean cualquier rumba, mambo o guaracha sagrada porque les llega al nabo y hay protesta y se van a las manos y triunfa el choro plantado, el fibroso estibador, el popular Tempesta  –quien había trabajado como sparring de Sonny Liston– diácono del sacrosanto destino de las rumbas. Y al toque se arma la chancha y el anclaje de un par de cajas de Pilsen no se tarda… “pero el negro de tus ojos que no muera, y el canela de tu piel se quede igual”, se entona en ritmo de bolero.

LA HISTORIA DE SURQUILLO
Con  “Negro  mundo” está concentrada buena parte de la historia de Surquillo. Edmundo Quiñones había llegado al distrito cuando era un embrión de pueblo, en 1929. Ya desde ese tiempo, habitaban las gargantas más bravas del planeta. La familia Charún, los hermanos Reyes, los Lobatón. Y se jugaba carnavales y se celebraba la vida en todas las esquinas de aquella polisemia del barrio. Y el barrio -según los fastos de las ciencias sociales- es el espacio controversial de su cultura, su economía y su leyenda. El jirón Dante, por ejemplo, todavía conserva la música criolla y se baila con los sones de la música latina y así como había buenas familias y gente decente, fue (es) habitado por personajes del hampa, la vida alegre, los bajos fondos, la bohemia, el acero criollo y el fútbol.

En su bar también se preparaban escabeches, previo cebiche traficado y trepidante del decoroso jurel. Ahí fui con mi padre y luego llevé a mis hijos. Para los vecinos más jóvenes “Negro mundo” era una suerte de padrino y confesor. Por algo no era cargador de la Hermandad del Señor de los Milagros y era hombre de pocas palabras pero grandes acciones. De él se contaba que era huesero, médium y hasta hacía milagros. En la puerta de su casa lucía estacionado un viejo auto que le servía para mudanzas, ir a la playa o velorios. Otros, como el famoso “Negro Petro”, el hombre de la tercera pierna, lo usaba de hotel con vista al mal. Cierto, en su antro no se hablaba lisuras, y se jugaba al póker y al “Callao 5 rayas”. El sitio, finalmente, siempre resultó botica para aquellos que sufrían del mal de amores y de los entuertos del corazón amotinado.

Cuando murió “Negro mundo” el 5 de Noviembre de 2009 llegaron sus hijos Juan, Marcelo y Malena; los ocho hermanos de Edmundo, encabezados por Miguel. Los muchachos de los años 50 que formaron en el “Surquillo FBC” de Miguelito Loayza, con su capitán Rodolfo Angulo. Al pie de su tumba, en el Pabellón “San Carlos”, nicho D-15, un grupo criollo interpretó antiguas coplas que tanto gustaban al “rey del puñete”. Allí juntaron sus voces, guitarras y cajón, Michel Urbano, primera voz de “Los Chamas”, Ernesto Ramírez, Percy Flores y Miguel Palma. “Surquillo no será más el pueblo de siempre, sin su viejo celador y guardián de sus prestigios. Ponemos en duda que pueda abrir sus puertas un bar que sirvió no como negocio para su propietario, sino como el lugar propicio para dar rienda suelta a la amistad”, termina diciendo Justo Linares.

EL RITUAL DEL MAESTRO
“Negro mundo” se levantaba muy temprano. A las 9 de la mañana abría el bar. La señora, la “Mamita” para todos, le preparaba un desayuno descomunal. Una paila de avena Tres ositos con cocoa, diez panes con mortadela y queso de chancho y harto café pasado. Edmundo, mientras ajusticiaba ese expediente, atendía cuentas, pagaba recibos, aconsejaba a las vecinas que venían con el chisme y a veces daba sesiones de frotación para los males del alma. Ahí mismo empalmaba con el almuerzo, casi siempre menestras con su sábana de pescado frio y más panes. “Negro mundo” ya no está más.  Y el sol se ha marchado sonando alto, sin sombrero, con sed a las estrellas y dorado como el día. En la calle Dante nadie se salva de la rumba, porque a cualquiera lo lleva hasta la tumba y retumba la otra tumba, y el bongó y los timbales. Y las muchachas, pausadas y jamás cansadas, van a la ventana abierta, no sin luchar en el viento, que  esculpe sus cuerpos a pesar de las mallas, como si estuvieran en la proa de un barco. Y el barrio negro y la negra noche trenzan los cuerpos. Y las estrellas brillan todavía, transparentes y sinfónicas en aquel fondo luminoso, tal gotas de agua sobre la piel de una joven rendida. Y en el fulgor rojizo, apago la radio.

“TÓMATE LA OTRA”
En 1954 el hermano de “Negro mundo”, Leopoldo Quiñones ya había triunfado en el fútbol de Colombia y México. Cuando volvió a  Surquillo, abrió el bar “Tómate la otra” en la esquina de San Carlos con Dante. Leopoldo instaló allí la primera rockola, la novedosa “última maravilla” de la electrónica de entonces. Leopoldo era un justiciero nato. Así, sin que nadie se lo pidiera, solía entrar a los salones de billar para sorprender a los menores de edad que merodeaban por allí. Muchacho que encontraba los sacaba literalmente de las orejas de aquel billar que quedaba al costado del cine Surquillo (luego cine Ricardo Palma), en el jirón Huáscar. Sólo estaba permitido entrar a partir de lo que entonces era edad ciudadana, a los 21 años. Así era la vida, rigurosa en todas sus licencias.

EL BAR Y LA ETERNIDAD
“Apenas cumplimos los 21 años, lo primero que hice fue concurrir al bar del “Negro mundo”, en la calle Leoncio Prado 449, para tomarme unos tragos inaugurando mi mayoría de edad. Ansiaba darle cuenta a “mi tío Mundo” que yo ya era “maltoncito”. Edmundo virtualmente atendió su negocio hasta el límite de su existencia. Era un bar pequeño, chapado a la antigua,  refugio de la nostalgia surquillana. Íbamos a escuchar acerca de los partidos de la primera hora del fútbol del distrito, en donde tuvieron fulgor de estrellas los hermanos Carlos y Pedro Moscoso (el primero de ellos, primer capitán de las selecciones peruanas, en 1927); los hermanos Roberto, Julio y Ernesto “Chicha” Morales; los hermanos Trigo—todos ellos, junto con el inolvidable Jorge Gorrio, de la vecindad del bar del negro mundo.

Ese era el lugar donde se narraban las grandes trompeaderas, a puño limpio, de Edmundo y, entre otros, de Gastón Bullón Frías, considerado como el más grande trompeador callejero surquillano de siempre. Cuando falleció “Negro Mundo” le hemos despedido como él hubiera dispuesto. Con sus amigos de siempre, encabezados por Héctor “el mocho” Sotil, ahora cargando traviesos 90 años. Con la presencia en el velorio de la primera autoridad distrital. La Municipalidad brindó la escolta de sus vehículos del Serenazgo para abrir paso al cortejo fúnebre de este gran hombre. Se ha ido, entre  cánticos religiosos, un miembro de la Quinta Cuadrilla del Señor de Los Milagros de Las Nazarenas, fundador y capataz general de la Hermandad de Barranco”. / Justo Linares Chumpitaz

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