Por: Márlet Ríos.
Debido a mis obligaciones, llegué al tercer día del congreso, como delegado de la Coordinadora de Familias por una Banca Solidaria (Cofabs). Eran los últimos días de enero del 2024. En el local, ubicado a la espalda del circo permanente llamado Congreso de la República, me esperaba el coordinador general de Cofabs, Tino Santander.
Después de acreditarme, pasé al enorme auditorio y esperé a mi coordinador, a quien había estado llamando por celular sin buenos resultados. Al rato, lo veo ingresar por la otra puerta del auditorio y decido acercarme. Los dos nos saludamos y nos sentamos en la tercera fila, cerca del estrado. No pasaron muchos minutos para que los del gremio de construcción civil hicieran sentir su presencia en el congreso con lemas y vítores atronadores. Esta acción se iba a repetir toda la mañana, ante la permisividad de los que conducían el evento. En efecto, se trataba de una demostración de fuerza (y poder). Ellos apoyaban a la lista oficial, de tendencia derechista, cuya cabeza buscaba la reelección. El buen Tino desaparece por unos minutos y, al rato, ingresa con varios de la lista opositora, de tendencia ‘progre’. Los de construcción civil se esfuerzan por permanecer impasibles, pero ipso facto arremeten con más ímpetu; sus arengas son ensordecedoras. Eran alrededor de las once de la mañana y Tino Santander pide la palabra, luego de la intervención de los dirigentes sindicales que presidían las dos listas en competencia. Lo que dijo representó un punto de inflexión y provocó que mi nivel de adrenalina se disparara hasta la estratósfera. “Yo les tengo mucho cariño a los compañeros de construcción civil, pero debo decir que, en este momento, se están comportando como la barra brava del Alianza Lima. Y como no hay garantías para el libre desarrollo del congreso, procedo a retirarme con mi base sindical”, espetó sin inmutarse el fundador de Cofabs y abandonó el recinto ante la ira de los obreros de construcción civil. No había ninguna duda, yo también debía salir del auditorio.
Ya, afuera, en el patio, Tino recibió el apoyo de algunos delegados, pero fue encarado por varios obreros de construcción civil, quienes salieron furiosos del recinto y prácticamente lo conminaron a rectificarse. Fue muy racional de su parte, pues nosotros estábamos virtualmente en franca minoría. Al rato, se produce un receso y todos los que apoyábamos a la lista contraria a la oficialista pasamos a un salón amplio. A partir de ese momento, pude enterarme de las malas artes y las maniobras arteras de los oficialistas. De esta manera, varios delegados opositores fueron impedidos de ingresar al congreso, incluso de provincia. Asimismo, se estaba llevando a cabo una estratagema para inflar los votos de los que buscaban la reelección. Al parecer, la politiquería y el clientelismo no eran ajenos al mundo sindical, pues se trataba de una vil compra de votos. La indignación ya se había extendido entre todos nosotros. Entonces, comencé a hacerme, para mis adentros, unas preguntas inocentes: ¿El congreso acabaría violentamente, a empellones y balazos? ¿Me vería obligado a escapar intempestivamente, junto con Tino, de la ira –nada santa– de los de construcción civil? ¿O yo exageraba y no debería rememorar películas como Reds y Hoffa?
Tino y yo salimos a almorzar comida china y, al regresar, él y los otros dirigentes sindicales se decidieron por la salida más óptima y ponderada: impugnar el proceso electoral de listas, al considerar que no había las suficientes garantías y la total transparencia. Los de construcción civil y su lista no tendrían, así, la necesaria legitimidad y se tendría que convocar a otro congreso. Intuyo que fue la opción más sensata y yo no iba a coronar la jornada en medio de una gresca descomunal y nada incruenta. Total, no estábamos en los tiempos de mi abuelo sindicalista, cuando se enfrentaba a los búfalos apristas a cadenazos, por el control del sindicato de obreros del petróleo en la soleada Talara de los años 40.