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Crítica: «Un día cualquiera en Austin, Texas 1979», por Gustavo Vargas Torres

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Portada de la segunda edición de «Austin, Texas 1979», de Francisco Ángeles (Ed. Animal de invierno, 2015)

Escribe: Gustavo Vargas Torres 

«Me miro en el espejo y soy feliz

y no pienso nunca en nadie más que en mí»

Parálisis Permanente, Autosuficiencia

El deuterio es un isótopo del hidrógeno que, a diferencia del elemento nativo, tiene un neutrón en el núcleo. La mezcla de dos moléculas de deuterio y una molécula de oxígeno produce agua. Para nuestros sentidos, podría no tener diferencia con el agua corriente, y, sin embargo, experimentos realizados con ratas de laboratorio a las que se suministró este tipo de agua originaron la muerte de los desafortunados roedores. Los organismos vivos no pueden asimilar el agua proveniente del deuterio, también conocida como «agua pesada». No mueren envenenados. Mueren de sed.

Se me hace necesaria esta digresión inicial para hablar de Austin, Texas 1979, una novela que se encuadra dentro de una nueva corriente en la literatura nacional encaminada a la exploración del universo íntimo del ser humano del último milenio; en especial, del sector educado de la clase media–alta: individualista, carente de ideología, poco comprometido con su entorno y deseoso de mirar hacia adelante y olvidar fantasmas del pasado, tales como la guerra interna y las turbulencias políticas que fueron características de las últimas décadas del siglo XX. Era cuestión de tiempo hasta que apareciera este individuo literario, con sus costumbres, sus espacios (franquicias internacionales de restaurantes, avenidas miraflorinas, interiores de departamentos con arquitectura estándar), sus tribulaciones diarias y sus anhelos. Aquí no caben las reflexiones sobre los eternos problemas nacionales: el racismo, la pobreza, la injusticia, a los que este personaje querrá mirar lo menos posible, ni la identificación con colectivos que representan todo lo contrario a su concepto de éxito, tales como partidos políticos, grupos de defensa de los derechos humanos o el medio ambiente, o escenas de vanguardia artística (y ni pensar siquiera en la marginalidad o veleidades subversivas de cualquier tipo). Un acercamiento literario a este personaje, por tanto, tiene que pasar por una mirada al interior de su refugio privado. Y es aquí donde existe un gran riesgo para esta corriente: la potencia de este tipo de narración será directamente proporcional a la riqueza de cada mundo interior, un riesgo ante el que Austin, Texas 1979, desde mi punto de vista, ha sucumbido.

La novela consiste en la historia de Pablo, un joven de veintisiete años que ha caído en una profunda depresión luego del fin de su matrimonio. Por este motivo, inicia un tratamiento con un psiquiatra, que es interrumpido como consecuencia de la extraña relación que sostiene con Adriana, hija del terapeuta.  Las historias acerca de los padres de ambos jóvenes, trágica una y melancólica la otra, conforman las siguientes partes del libro. Al final, Pablo, después de haber cavilado acerca de todo lo sucedido, da con la solución que le permite superar esta crisis personal y pasar a una nueva etapa en su vida. En principio, suena como una narración, hasta cierto punto, interesante. Sin embargo, el texto está plagado de momentos tales como la escena en que Pablo llama a su exesposa de madrugada para comentarle que no puede dormir, las extrañas y gratuitas muertes ocasionadas por dos de los personajes, la forma en que Adriana intenta sabotear a su padre como profesional, el alevoso y reiterado maltrato a un animal indefenso, no por crueldad, sino por desidia e indolencia; alguna espasmódica carrera para devolver un lápiz, y, en especial, la decisión escogida como punto final a toda esta historia. Todo ello hace que, al terminar, uno repase mentalmente toda su trayectoria como bibliómano y acabe preguntándose cómo terminó leyendo un libro semejante.

Lo primero que pensé cuando terminé de leer la novela es que se trata de un mundo dentro de una gota de rocío. Pero, después de pensarlo mejor, me dije que, incluso dentro de una gota de rocío, existe vida, naturaleza, fertilidad, elementos del todo ausentes en Austin, Texas 1979. Es un universo en miniatura, pero vacío, estéril, incapaz de generar vida, donde ni siquiera existen bacterias, nutrientes, minerales básicos. Podría decir, más bien,  que se trata de un mundo dentro de una gota de agua pesada. Los personajes carecen por completo de empatía, ideales, sueños, emociones, ética, raciocinio. Más que seres humanos, parecen amebas moviéndose a partir de impulsos aleatorios, o pelotas que rebotan contra las paredes de compartimientos estancos. Se me ocurre que el continuo uso de los adverbios terminados en «-mente» tiene el objetivo de que la mente aparezca por algún lado, ya que todos los personajes carecen de ella. No es un libro sobre la desolación; es un libro desolador. No es la poética del vacío; es el vacío de la poética. Un texto lleno de elementos sin ningún sentido, en el que no se respetan las más elementales relaciones de “causa efecto” y en el que un lenguaje trepidante y desprolijo (lo cual no siempre es un defecto) no consigue enmascarar la pobreza interior de los personajes y las historias.

Para finalizar, no creo que este texto sea «prescindible» u «olvidable». Debe ser leído y estudiado con mucha atención: Austin, Texas 1979 es una de las primeras novelas que intenta poner bajo nuestro campo visual a este nuevo individuo literario. Ya llegará (y quizás sea el mismo Francisco Ángeles) quien, con una mejor perspectiva, una mayor agudeza y una mayor riqueza literaria, logre convertir al limeño de clase media–alta de inicios del siglo XXI en un personaje entrañable, en un nuevo Julius, en un nuevo Zavalita, en una versión «joven ejecutivo» de Los Inocentes, en alguien que futuras generaciones se apasionen por recordar.

 

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