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Correteos, papeletas, imprudencia y muerte: la informalidad del transporte urbano impera en el país
La ciudad es invadida en la noche por combis destartaladas, cústers con cientos de papeletas, ni bien se van los policías de tránsito.
“Es lo que hay”, responde una usuaria que forzosamente tiene que abordar un vehículo que luce completamente descuidado, sin revisiones técnicas, con un rosario de papeletas, sin ventanas, con un chofer más concentrado en su celular, mientras que el cobrador vocifera, con voz rasposa, el trayecto de la ruta, colgando de una baranda.
Sí, lamentablemente es lo que hay para miles de ciudadanos que no tienen otra alternativa que subirse a vehículos que en teoría deberían de encontrarse en un depósito o en una chatarrera, pero increíblemente continúan circulando en las narices de los policías de tránsito. No pueden perder mucho tiempo para llegar a su centro de labores, pues las líneas formales demoran hasta quince minutos en llegar, o sencillamente no existe otra empresa de transportes que los lleve a su destino.
La pregunta siempre termina flotando en el aire: ¿cómo es posible que continúen transitando? Todo apuntaría a que no existe una fiscalización eficaz por parte de las autoridades del Ministerio de Transporte y Comunicaciones (MTC), pues son ellos los responsables de regular y exigir un servicio de calidad. Pero también existe responsabilidad por parte de la policía de tránsito, en cuanto son ellos de imponer las papeletas y controlar que toda la documentación de los vehículos esté en orden. Si ambas entidades no hacen su trabajo de manera correcta es muy difícil cambiar la realidad de nuestro servicio de transportes.
Tiene que ocurrir un accidente fatal para otra vez esas autoridades salgan ante las cámaras a decir que realizarán operativos inopinados, a repetir que están del lado del pueblo, pero caída la noche, como por arte magia, desaparecen de las calles; es ahí, como si se tratara de fantasmas, aparecen las combis asesinas, con su música a todo volumen, estacionándose en mitad de la pista para recoger pasajeros. Carros sin ventanas, destartalados, con los sillones a punto de caerse, sin espejos retrovisores, frenando y arrancando de manera torpe y descuida. Quién no se ha abordado a uno y experimentado que el chofer empieza a hacer carreras con otra unidad de transporte.
Tres vidas se perdieron de manera absurda y lo que más duele es que una de las víctimas era un joven de tan solo 24 años que forzosamente tal vez tuvo que abordar uno de esos peligrosos vehículos. Más vidas continuarán ensangrentando las pistas de nuestro país mientras que no ocurra un cambio radical. Mientras eso ocurra pareciera que estuviéramos yendo en retro.