—La Luna de tu novio se encuentra en Capricornio y la tuya en Aries.
—¿Y eso es malo? —le pregunto a la astróloga mientras miro aterrada la pantalla del computador (con esta pandemia todo se ha vuelto on line).
—Déjame ver. Uy, tienes a Urano retrógrado en casa VII que hace oposición con su Marte en casa I.
—Ya… imagino que no son buenas noticias.
—Definitivamente no, con esas cuadraturas tu pareja podría sufrir hasta un accidente fatal.
—¡¿Es en serio?!
—Lo único que los salva es la compatibilidad solar, porque él es Cáncer, y tú, Piscis. El resto es un desastre, querida.
Esta nefasta predicción revelada me costó 150 dólares. Y la culpa de este mal rato se la debo a mi amiga Maite Benites, quien fue la que me recomendó a esta especie de Maléfica. Ahora no sé si esta seudo astróloga me ha embaucado o si es cierto que los planetas de Lito y los míos no están alineados y esto podría llevarlo infaustamente a la muerte.
Maite es mi amiga de toda la vida. El primer recuerdo que se me viene a la cabeza cada vez que pienso en ella es el del patio de mi colegio, uno de los más religiosos de Lima, por cierto. La demente de mi amiga había encontrado un escondite detrás del patio de primaria donde nos reuníamos en el recreo algunas ilusas adolescentes para contactarnos con los espíritus chocarreros. Nuestro vehículo: el voluminoso libro Baldor. Maite, como en un ritual mágico, buscaba cualquier ilustración de aquel gordo libro, colocaba encima unas tijeras de acero, lo envolvía todo con un pañuelo morado que había hurtado de su mamá, y luego recitaba un cántico raro. Otras dos tocábamos los ojales de las tijeras y, bueno, lo demás es historia. De pronto, la tijera se movía y podíamos preguntarle lo que quisiéramos. Eran los noventa y no existían películas como El Conjuro o La Ouija, así que nadie tenía miedo de que ocurriera alguna posesión demoniaca. Más bien, era toda una novedad, así que nos moríamos de curiosidad por conocer nuestro futuro; y qué mejor si los vaticinios venían de personalidades tan ilustres como Arquímedes, Pitágoras o Platón. Todo iba viento en popa hasta que un día —como siempre ocurre con toda aventura que se precie— alguien nos acusó con la Madre Superiora y todas terminamos con matrícula condicional.
Después de ese suceso Maite quedó fichada, tanto por las monjas del cole como por nuestros padres. Se convirtió en una apestada, en el bicho raro. El sueño de Maite era ser astróloga, pero su papá, un abogado muy serio e importante, la obligó a estudiar Derecho para continuar con el legado familiar. Se convirtió en una gran abogada, aunque continúo con sus estudios paralelos en esoterismo. Las amigas que continuamos frecuentándola sabíamos de sus aventuras esotéricas, pero en esta vez sí se pasó.
—Maite, ¡la bruja que me recomendaste predijo que Lito se iba a morir si continuábamos juntos! Pucha, recontra mala onda. Le pagué 150 dólares para que me diga que mi planeta asesinará a mi flaco. ¡No puede ser!
—Beatriz, cálmate, respira.
—¿Dónde conseguiste a esa bruja del mal?
—La conocí por medio de Phrabu Kavi Chandra, mi gurú. ¿Te acuerdas de él?
—¿El viejito que me presentaste la vez que pasamos un fin de semana en el Ashram de los Hare Krishna y dormimos en una habitación hecha de caca de vaca?
—Así es.
—Ya, y tú dime, ¿qué hago ahora yo con ese vaticinio?
—Bea, percibo que estás demasiado alterada. ¿Desde hace cuánto que no te haces una alineación de los chacras?
—No te hagas la loca, Maite.
—Déjame conversar con la astróloga y luego te hablo. ¿Te parece?
¿Quién me manda a contactarme con astrólogos o videntes en estos tiempos de pandemia? Las posibilidades de que el vaticinio se cumpla en esta época son elevadísimas, sobre todo con tanta muerte por el Covid-19. Lito corre riesgo ahora que Urano, un planeta malvado que se encuentra en la Casa VII de mi carta natal, lo puede asesinar.
No aguanté más y le comenté lo sucedido a Annabelle.
—¡Ni los astros lo quieren! —me dijo sonriente.
—No es broma, Annabelle ¿Crees que deba contarle a Lito?
—¿Es en serio, Bea? ¿Estás creyendo en esas tonteras? Lo único cierto de ese vaticinio es que esa farsante te sacó 150 dólares en treinta minutos.
Annabelle tiene razón, las probabilidades de que haya sido víctima de una estafa son más altas de que esa «profecía» se cumpla. ¿Qué necesidad masoquista tenemos algunos seres humanos de buscar las respuestas a nuestras interrogantes en el universo? ¿Qué culpa tiene el pobre planeta Urano, que además no puede defenderse de las calumnias de una falsa vidente? Ay, Maite, desde el colegio, siempre me metes en líos.
Estaba en esas cavilaciones cuando sonó el celular. Es Lito.
—Bea, no te preocupes por lo que te voy a decir, pero acabo de tener un pequeño accidente.