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CONVERSACIÓN EN EL MONARCA

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Escribe Helen Hesse

Y de pronto, me dices que no te escucho. Coges una chela, y mientras bebes me hablas del tiempo, me dices que el tiempo lo es todo. Más que el dinero, más que el amor. Sin tiempo nada existe, repites. Y tiempo es lo que te doy a ti siempre. ¿Entiendes? ¿Me entiendes? No, no entiendes. ¿Y sabes por qué?, porque nunca escuchas, nunca.

Entonces, coges otra chela, bien heladita hermanito, le sonríes al mozo vintage que nos atiende siempre. Te miro y pienso en lo empático que eres con las personas, me pongo a pensar en ese don del que yo carezco, luego sigo mirándote y pienso, en lo lindo que te pones cuando el sol te da a la cara, tus ojos van cambiando de color hasta ponerse de un verde terroso tan hermoso que me provoca acercarme y besarlos, y sigo, pensando en silencio mientras tú hablas que no te quiero, y sigo pensando en lo hermoso que sería si en ese momento tocarás mi mano, si me dedicarás esa sonrisa colgate que muestras impávido a la gente que no conoces. De pronto, quiero ser esa gente que no conoces.

Te consentí demasiado, malcriarte fue un error, continuas diciendo mientras te embarcas en la tercera chela. Tú no correspondes de la misma forma. No das lo que recibes. Y todo es mi culpa, todo es mi culpa. Repites, una y otra vez.

Te sigo mirando, hey estoy aquí, digo en silencio. Si supieras, que siempre te escucho, si supieras que me encanta esa barba y esa voz tan potente que me hace derretir cuando me dices que soy TU tiempo. Qué bella frase pienso, algún día la colocaré en algo que escriba. A ver hazte una, dile algo hermoso, dile algo hermoso. Vamos dile algo hermoso.

– Yo también te dedico mi tiempo. Podría estar cerrando un negocio ahorita mismo pero no, estoy aquí contigo escuchándote.

– ¡Crees que a mí me importa tu dinero… Odio tu dinero!, preferiría que no lo tuvieras. Sí al menos pudieras escuchar.

– Entonces, ¡porqué sino te escucho, porqué me quieres!

– ¿Por qué?


– ¡Sí porqué!

– Porque crío gatos. Y tú eres como ellos. No hablan, no escuchan, me arañan, pero yo los quiero y las cuido porque son mis gatos. 


Entonces, me conmuevo, me acerco, y beso al criador de gatos con una efusividad contenida y le digo ronroneante que me lleve a casa.

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