Precedida de un aparato publicitario impresionante, esta primera novela de Jeremías Gamboa empezó a generar comentarios mucho antes de su publicación (cosa curiosa: cómo comentar lo que no existe, para bien o para mal), y ha logrado su objetivo: generar lectores, y, cómo no, muchos detractores.
Presentada como una de las publicaciones más esperadas del año en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara por los directores editoriales de Mondadori de varios países de habla hispana, y de la mano de la agencia literaria de la mítica Carmen Balcells, Jeremías Gamboa es parte de su novela personal y ha conseguido lo que muchos solo en sueños (y algunos ni en ellos) anhelan alcanzar: la internacionalización de su obra y el respaldo literario de un Premio Nobel de Literatura. Pero esto es lo externo, lo que no tiene que ver con la obra en sí, porque la novela es una historia aparte.
“Contarlo todo” inicia desde el final, es decir, desde ese lugar de “realización” (entendido como la meta alcanzada) que ha conseguido el personaje narrador, Gabriel Lisboa, álter ego del autor. Novela de aprendizaje que ha puesto todo el talento en la narración de la historia antes que en la estructura de la misma (es una historia lineal), nos presenta a un Lisboa cuyo destino está trazado, en apariencia, por un azar luminoso que lo va poniendo a prueba constantemente y que lo enfrenta consigo mismo y sus temores y resentimientos más íntimos. Hijo de padres separados y entregado por su madre quechua hablante a unos tíos que lo tratan y aman como si fuera hijo suyo, la vida de Gabriel Lisboa transcurre en el popular distrito de Santa Anita, y es desde esa realidad emergente y marginal que logra ingresar a una de las universidades más elitistas y caras de Lima en condición de becario, y que para mantener dicha condición, debe sacrificar la vida “normal” que desarrollan sus compañeros universitarios, buscando trabajos que le aseguren no solo la subsistencia sino también la posibilidad de devolver el crédito que le ha sido concedido por su educación. Y este nuevo escenario se torna más agresivo toda vez que, inicialmente, Lisboa tiene como primera casa de estudios a la Universidad de San Marcos de 1992: “Apenas llegué al campus de mi flamante universidad sentí una sensación de frío en el espinazo. Distribuidas en una serie de tristes edificios que representaban las carreras a las que habíamos ingresado, separadas por campos de tierra apenas puntuados por hierbajos, las paredes de la Ciudad Universitaria, que era como la llamaban, lucían todas inscripciones violentas en las que un pulso agresivo llamaba a todos a emprender la lucha popular y la guerra de guerrillas contra el Estado peruano”. Es sencillo entonces comprender el shock que en Lisboa significó el cambiar tan radicalmente de escenario.
He aquí su primera batalla personal: luchar contra un medio universitario al que, en definitiva, no pertenece, y que además se lo enrostra en silencio en cada acto, en cada gesto y en cada lugar donde sus carencias económicas, las profundas diferencias sociales, raciales, duelen. Y sin embargo es la vida misma la que se encarga de ir forjando su carácter, huraño al principio, ajeno a la realidad económica y de gollerías de los demás, refugiado en un taller de narrativa donde comparte carpeta con varios personajes que van madurando y transformándose a lo largo de la novela, estableciendo sus primeros lazos amicales basados en un gusto en común: la creación literaria. Luchando luego contra un acné criminal que lo devora, que lo hace sentir un monstruo (ironía mayor la de formar una banda imaginaria llamada «Hijos del Roacután») y que lo lleva a acrecentar esa soledad marginal de la que logra escapar a duras penas.
Pero “Contarlo todo” es también una historia de la educación sentimental, la de Lisboa, por supuesto, y en este aspecto Gamboa ha conseguido algo que el lector agradece: ha perfilado situaciones en las que la ternura y el amor sobrepasan a sus propios personajes logrando algunas escenas memorables, por ejemplo, la relación con Emilio, su tío, a quien considera (más bien, a quien quisiera que fuera) su padre (padre a quien quisiera golpear capítulos más adelante para demostrarle que no lo necesita, que nunca lo necesitó: pero no es así. Ese vacío es, secretamente, uno de los motores que lo va estimulando). Y esta ternura también se ve representada en la forma en que va estableciendo lazos con los personajes que van apareciendo en su vida profesional y amical: Montero, Francisco De Rivera, Saúl Vegas, Ramírez Zavala, Spanton, Cecilia, Claudia, Fernanda… Todos los personajes llegan a la vida de Lisboa, lo enriquecen, lo “maduran” (en el dolor y la alegría) y lo convierten en el escritor que, desde el saque, ya sabemos que logrará ser.
Cada capítulo cuenta una parte de todo el proceso de maduración y aprehensión del personaje, y así vamos acompañando a Lisboa desde la universidad a la redacción de un diario (El Comercio) y los suplementos por los que transita, hasta llegar a formar parte del equipo de redacción de “la revista más leída de país”, y es aquí, durante esta parte de su aprendizaje que descubre una Lima oscura y sórdida, de putas, drogadictos, asaltantes, criminales, políticos, y también el otro lado, el frívolo, que se preocupa de las tendencias en la moda, por ejemplo, y el mundo fashion. Pero también descubre a otros personajes que, como él, comparten secretamente la misma ambición (personajes con los que, finalmente, va estableciendo más empatía). Este mundo es, a todas luces, parte de la vida misma del autor, quien se transforma junto a su personaje en un héroe indiscreto, que va urdiendo su trama con elementos, espacios, situaciones y personajes fácilmente reconocibles. Y el punto de quiebre de toda la novela es, justamente, la renuncia de Lisboa a todo ese mundo construido a punta de esfuerzo, malas noches, quemadas de pestaña y mucho, mucho sacrificio (es bastante significativa la escena donde Lisboa regresa de Miraflores a Santa Anita y la descripción, amargada, de ese regreso que juró jamás vivir), y reconocer que estuvo viviendo una vida ajena. Pero su renuncia al periodismo para dedicarse a escribir la gran novela que no puede volcar, finalmente, en la página en blanco, es el eje sobre el que gira toda esta búsqueda personal: ¿para qué renunciar a una estabilidad asegurada y lanzarse al abismo de lo desconocido sin más herramientas que una voluntad de la cual se duda en todo instante? ¿Es acaso que la renuncia (que funciona también como una alegoría de la lucha que significa el avatar de la creación) es un requisito para poder encontrar el detonante tan esperado? No, no lo es: la respuesta aparece donde Lisboa menos lo esperaba (es interesante el simbolismo que establece el narrador entre los tablistas que están en el mar durante horas, a veces días enteros, simplemente esperando «la» ola, que llegará: pero ellos la esperan en el mar, no en la orilla, listos a tomar la oportunidad).
Escrita con un lenguaje claro y directo, sin preciosismos ni adornos innecesarios, “Contarlo todo” es una buena primera novela, qué duda cabe, pero dista mucho de la exagerada comparación con el nacimiento de un “nuevo boom”, que, a todas luces, responde más a una estrategia de marketing publicitario y a la consolidación de un nuevo mercado en tiempos de crisis, pero esto último, como señalé al inicio, es otra historia.
Contarlo todo/Novela – Jeremías Gamboa / Literatura Mondadori, 2013. 507 pp.