Cultura

«Condorito en la peluquería», por Angello Alcázar

Yo descubrí a Condorito en una peluquería. Y acaso sea por eso que mis recuerdos de él están inexorablemente asociados a imágenes de tijeras, peines y montículos de cabello regados en el suelo.

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Este 14 de julio se cumplen dos décadas de la partida del caricaturista chileno René Ríos Boettiger, más conocido por el seudónimo con el que firmó la mayoría de sus historietas: “Pepo”. No sé por qué, pero tengo la impresión de que su historia personal, la cual es tan interesante y divertida como sus obras, ha tendido a verse opacada por estas últimas.

Niño prodigio, Pepo publicó su primera caricatura a los siete años en el diario “El Sur” de Concepción, su ciudad natal, e hizo su primera exposición a los 10 en una confitería. Años más tarde, luego de abandonar la carrera de medicina, se mudó a Santiago para estudiar dibujo en la Escuela de Bellas Artes. Una vez allí dio inicio a una fructífera carrera como creador de tiras cómicas en las que retrataba la vida política de Chile. Entre las revistas en las que colaboró, cabe mencionar “Topaze”, “El Jefe”, “Can Can”, “El Peneca”, “Pichanga” y “Pobre Diablo”. Recibieron una gran acogida sus caricaturas de presidentes de la República y otras figuras del mundo político como su tío Juan Antonio Ríos, Gabriel González Videla (“Don Gabito”), Pedro Aguirre Cerda (“Don Pedrito”) y Carlos Ibáñez del Campo (“Don Sonámbulo”).

Ahora bien, cuenta la leyenda que, a mediados de 1949, Pepo vio la película animada “Saludos amigos” de Walt Disney —cuyo principal objetivo era congraciarse con el público sudamericano— y se quedó profundamente fastidiado con la imagen de Chile que daba un personaje llamado “Avión Pedrito”. Acto seguido se propuso crear un personaje más representativo de lo que, a su juicio, era su país. Y fue así como nació Condorito, aquel cóndor antropomorfo de clase trabajadora que ha hecho reír a miles, sino millones de niños y adultos por más de setenta años.

Autocaricatura de René Ríos «Pepo» en «Los actuales dibujantes de Zig Zag» (1955)

Junto a “Mafalda”, del humorista argentino Quino, “Condorito” encabeza la lista de historietas escritas en castellano. Salpicadas de humor blanco y desprovistas de groserías y chilenismos difíciles de digerir, las historias en las que se ve envuelto Condorito suelen terminar con un “¡PLOP!” que expresa lo absurdo de sus vivencias, y, a la vez, sirve como un recordatorio de que a veces no hay que tomarse tan en serio las cosas (empezando por uno mismo). Puedo imaginar a Pepo en el balneario de El Quisco, donde ahora yace una estatua de su personaje más famoso, dibujando y carcajeándose día y noche frente a las olas del Pacífico. 

Yo descubrí a Condorito en una peluquería. Y acaso sea por eso que mis recuerdos de él están inexorablemente asociados a imágenes de tijeras, peines y montículos de cabello regados en el suelo. Tendría unos cuatro o cinco años la primera vez que me llevaron mis padres. Recuerdo que ya en ese momento el local tenía una muy bien surtida colección de revistas, entre las cuales resaltaba, de lejos, la tira cómica de Pepo. Con el tiempo aprendí que las peluquerías son espacios de gran intimidad en los que uno constantemente deposita su fe en el otro (o por lo menos en sus manos). Pero, además, que pueden ser lugares propicios para la lectura. Una lectura más ligera, si se quiere; pero lectura al fin y al cabo.  

En los sofás y las sillas de esa peluquería me retorcí de risa al lado de Yayita, Coné, el perro Washington, el loro Matías, Doña Tremebunda, Don Cuasimodo, Pepe Cortisona, Don Chuma, Huevoduro, y tantos otros seres de cuyos nombres me he ido olvidando. Hasta ahora no me atrevido a leer “Condorito” en otro lugar. En parte, porque sospecho que, si lo hago, esos personajes y las situaciones rocambolescas que protagonizan perderán su magia y me parecerán acartonados y frívolos.

Espero volver pronto. Aunque sea solo para ver en qué anda ese pajarraco al cual todavía no sé si llamar desplumado o lampiño.

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