Política

Con Merino vuelven los muertos vivientes

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—Mira —te dice asqueado—: ¿esto es el Perú? ¿Nos merecemos tanta mierda?

            Te muestra un diploma de honor en donde una universidad pirata reconoce como Doctor Honoris Causa al flamante Presidente del Consejo de Ministros, aquel vejete que muy suelto de huesos afirmó que los peruanos somos menos que una recua de llamas y vicuñas. Pensar en él era como volver a los peores años.

            —Pero, Néstor, esa universidad ya no existe —le aclaras intentando enmendarle la plana—. SUNEDU la cerró e hizo bien. Ya fue: ¡échale tierrita!

            —Ahora que el gallero de Tumbes está de ocupante precario de Palacio de Gobierno vuelven todos los muertos vivientes. Y, por si fuera poco, el tío Acuña va a poner filiales de su universidad hasta en la Luna… hasta en el polo norte.

            —Ese patita, hace varios años, inauguró una feria del libro en Trujillo y se sinceró, a lo bestia: dijo que le sorprendía estar en un evento en donde se celebraba la lectura de obras literarias, pues él nunca había terminado de leer un solo libro de cuentos o una novela. Nada: ¡ni un solo libro! Es un tipo bien pintoresco… no leo nada, dijo, pero tengo plata como cancha.

            —Ese no ha leído ni “La caperucita roja”. ¡No ha leído ni Coquito!

            —A veces parecemos un país hecho a la medida de esas lacras.

            —Yo te confieso que cuando recién llegué a Lima no encontraba chamba y tuve que trabajar en la ‘Telesuper’ y en otras universidades piratazas.

            —¿De qué año estamos hablando, Néstor?

            —El 2014 más o menos. Lee el nombre del rector que firma el diploma que le dieron al Gato Gordo.

            —¿Colán? —le preguntas revisando la imagen en cuestión—. A ese gil no lo ubico.

            —Yo sí. Como te decía: me recurseaba en todo lado, no le hacía ascos a nada, y caí en esa universidad fintosa. Te juro que ha sido una de las peores experiencias de mi vida. Sobre todo, para cobrar… para conseguir los cañones multimedia…

            —¿Por qué?

            —Mira, mis clases empezaban a las ocho de la mañana, pero yo tenía que estar desde las seis en la puerta de la universidad.

            —¿Dos horas antes?

            —Sí, porque sólo había quince cañones multimedia y, suponte, eran unos cincuenta salones. Entonces entre los profesores estábamos a la gana-gana, ¡carajo!, hasta se mechaban en la cola. Quien llegaba primero tenía su cañón y perdía el tiempo acomodándolo con papelitos para que no se moviera o colocando pedacitos de cartón en la base. Una improvisación terrible, hasta un chonguito es más ordenado.

            —Pero me estabas hablando de los sueldos…

            —Sí, en esas universidades que ahora el gallero va a volver a abrir nos hacían hacer cola en los estacionamientos con papelitos. Ni boletas de pago ni cheques bancarios. Hacíamos colas como las de la época de Alan García para conseguir azúcar o leche. Pero eso sí: obligatorio, antes de recibir los chibilines, teníamos que escuchar al rector dar “charlas” sobre cómo uno podía fundar una universidad sin tener plata. Ese Colán es un plomazo de primera, sobón del Lunático, así le decíamos. Pero las conferencias del Lunático y las de su hijo, que ahora huevea en el congreso, eran un auténtico castigo, querías cortarte los huevos. Creo que más renuncié para no volver a escucharlos: eran heces mentales, se te caían las muelas… envejecías diez años.

            —¿Y cuánto tiempo duraste, Néstor?

            —No más de un ciclo.

            —O sea, medio añito…

            —Es que en esas universidades tú llegabas a fin de mes y nunca sabías cuándo te iban a pagar. Tampoco en cuál de sus sedes te iban a cancelar la guita. De un momento a otro corría la volada; un profesor nos decía: este mes nos pagan en la sede de la avenida Arequipa. ¡Puta, al toque agarrábamos una combi con todos los profes! Siempre en el parqueo haciendo la colita: nos alcanzaban los billetes y sobre todo las monedas, el sencillo a lo cobrador de combi, por eso yo iba a cobrar con mi canguro. Al otro mes, nada de nada, hasta que una semana después nos mandaban a la sede de Los Olivos: otra vez embalados buscando una combi y rezando para llegar a tiempo, si no teníamos que esperar al otro mes. Nos paseaban por todo Lima para pagarnos los muy basuras, ¿parece broma, no?

            —Sí, una calamidad.

            —Eso mismo yo pensaba. Mi esposa no me creía. Y fue ella la que me animó a renunciar. La Carmen me dijo: “Néstor, date tu lugar. Tú te has quemado las pestañas estudiando. ¡Renuncia, algo mejor vas a encontrar!”.

            —Y acertó.

            —Sí, pero ahí no queda la cosa. Renuncié, sin embargo, a fin de año me llamaron y me dijeron que pasara a cobrar en la sede principal.

            —¿Se huevearon?

            —No. Me dieron utilidades. Esos payasos que me pagaban con papelitos y que no tenían más que unos cuantos cañones multimedia, me dieron un sencillo en utilidades. Ni tonto ni perezoso fui a recibir mi propina y me tomé mis chelitas en el bar Don Lucho.

            —Tienes razón: estamos jodidos. Al lado de estos payasos, Vizcarra es un estadista.

            —No te olvides: somos un país hecho para Merino… o para su socio Acuña.

            —Ese Merino no se la cree: está más perdido que Marco en el Día de la Madre. Se para escapando al congreso, no sabe qué hacer…

            —No sólo él, todos. Pero lo que importa es que Lapadula meta el gol de la victoria para ganarle a Messi y viva el Perú. Acá la educación siempre puede esperar, ¿o no?

            —Es que somos una recua de auquénidos, como dice el señor Flores-Aráoz.

            —¡Qué hijo de la guayaba! Ese consejo de ministros es peor que una patada en los huevos. ¿Sabes que les dicen los viejos lesbianos, no? Ya nada me sorprende: el Perú siempre puede estar peor.

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