“Existe entre nosotros algo mejor que el amor: una complicidad
-Marguerite Yourcenar
Dice Stendhal que «el hombre no es libre para dejar de hacer lo que le causa mayor placer que todas las demás acciones posibles. El amor es como una fiebre: nace y muere sin que la voluntad tenga en ello la menor parte».
Definir el amor ha de ser uno de los retos inconclusos de la humanidad. Un sentimiento de connotaciones comunes pero de manifestación tan particular en cada uno de nosotros, que cuesta comprenderlo en palabras generales. Sí, las canciones y la literatura han querido hacer su trabajo, y han intentado durante siglos condensar en diferentes trabajos la contundencia con la que el amor maniata nuestra débil voluntad. El sentimiento anhelado por el individuo, y sin embargo el menos practicado por las masas tendrá siempre un rol protagónico en las artes puesto que la experiencia solitaria de contemplarlo es la que magnifica nuestra ilusión por sentirlo y por poder ser parte de la experiencia que tantos virtuosos pintan, musicalizan o narran.
En la literatura, el amor, hasta en la obra más bárbara, resulta un ingrediente suculento e inevitable. Componer personajes sometidos al idilio de la pasión desenfrenada de la que Stendhal habla es un deleite para quienes nos sentamos delante de una hoja en blanco en pos de construir un mundo ficticio que golpee con más fuerza que la realidad. «Nada es más misterioso, excepto el amor», dice Susan Sontag, dejando por sentado esa sensación mutua que la humanidad comparte. No se refiere en absoluto amor como producto, ese que asimilamos en nuestra cabeza al consumir toneladas de televisión y anuncios publicitarios, ese que ha sido inventado por las grandes compañías de marketing y que ha creado personas encharcadas en la cursilería, el consumismo y la necesidad insaciable de manifestaciones monetarias de afecto como placebo para la rutinaria existencia que comparten en casa; sino del amor que se manifiesta lejos de esa presión social que pugna por homogenizarlo todo, un sentimiento propio, alimentado solo en base a su experiencia, dictador en nuestra razón; el amor que rompe patrones y cánones y que, como bien sentencia Anaïs Nin, «acepta a la otra persona sin importar lo que la otra persona sea». Hablo del amor como sentimiento primigenio, por encima del bien y del mal y de todo juicio; el amor en esencia, no como premio; el amor que se forja en los vericuetos de la adversidad y que nos hace debatirnos entre el éxtasis y la tristeza. «Donde quiera que viese en la tierra algo que pudiera llamarse “felicidad”, ésta se componía de sentimientos», escribe Hermann Hesse.
¿Cómo saber qué es amor lo que sentimos por la persona que tenemos al lado? José Ortega y Gasset dice que el amor se sostiene en la aceptación de la otra persona tal y cual es, sin importar cuál sea su comportamiento frente a la sociedad o ante nosotros mismos: «hay muchos “amores” donde existe todo menos auténtico amor. Hay deseo, curiosidad, obstinación, manía, sincera ficción sentimental, más no esa cálida afirmación del otro ser, cualquiera que sea su actitud para con nosotros».
Y sin embargo, he ahí la interminable obstinación de llamarle amor a cualquier cosa, por alejada que resulte del sentimiento mismo. Le llamamos amor al hecho de no estar solos, le llamamos amor al hecho de mentirle a alguien para cautivarlo y luego pretender cambiarlo a punta de condicionamientos, le llamamos amor a la sostenida rutina que solo rompemos con protocolares cenas de aniversario y paseos campestres de fin de semana, le llamamos amor al acto egoísta de arrebatarle el mundo a la persona que decimos amar. Al control, al sometimiento; al vacío que a punta de demandas hacia nuestra pareja, llenamos. «Con la pasiones uno no se aburre jamás; sin ellas se idiotiza», dice Stendhal, en alusión a que hay, en el amor mismo, una chispa que llena de intensidad la vida, sea en su frenesí como en su melancolía, una experiencia que va más allá del simple hecho de pasar tiempo al lado de alguien o compartir un lecho para amortiguar la mustia repetición de la vida. El amor, escribe Shakespeare «no mira con los ojos, sino con la mente».
Ha de ser la experiencia la única que nos permita entender los linderos del amor, que en lo personal me resultan hasta ahora inexpugnables. Es una experiencia que a menudo aplastamos en esta vida de presiones y metas, de hitos falsificados a punta de protocolos que le marcan un falso significado a nuestro paso por la sociedad. Las personas quieren demostrarle madurez al mundo y ganarse sus aplausos, y en esa retorcida necesidad de aprobación no dudan en querer reparar un noviazgo arruinado recurriendo al matrimonio, o salvar su matrimonio trayendo otro hijo al mundo, cumpliendo las metas de cartón que la sociedad les traza, para no sentirse culpables ni cuestionadas, cargado en silencio su infelicidad. Y en esa torpe insistencia de mantener su imagen, dejan de lado la experiencia íntima de amar, y con ello echan por tierra la oportunidad de acceder a esa sabiduría existencial que llega con los años, aquella que no se dicta en universidades, y que es la única que nos llevamos a la tumba.
Si hay un consejo que podríamos tomar en cuenta, es esta carta en que John Steinbeck le escribe a su hijo, y que no necesita mayor explicación, sino una merecida relectura, todas las veces que nos sea posible, hasta interiorizarla:
Nueva York
Noviembre 10, 1958
Querido Thom:
Recibimos tu carta esta mañana. Voy a responderla desde mi punto de vista y, claro, Eliane lo hará desde el suyo.
Primero, si estás enamorado, pues eso es algo bueno, es lo mejor que le puede pasar a cualquiera. No permitas que nadie lo empequeñezca o lo trate con ligereza.
Segundo, hay muchos tipos de amor. Uno de ellos es el egoísta, el codicioso, el vanidoso, que usa el amor para la autocomplacencia. Ese es un amor feo y tullido. El otro es el derroche de todo lo bueno que hay en ti, de bondad, consideración y respeto, no el respeto social ni las buenas costumbres, sino el mayor de todos los respetos, que es considerar a la otra persona como excepcional y valiosa. El primer tipo de amor te puede convertir en una persona enferma, empequeñecida y débil, pero el segundo puede liberar en ti la fuerza, el coraje, la bondad e incluso la sabiduría que a lo mejor creías no poseer.
Me dices que no es mero encariñamiento, sino amor. Si lo sientes tan profundamente, es evidente que no es encariñamiento.
Pero no creo que me estés preguntando qué es lo que sientes. Tú lo sabes, mejor que nadie. En lo que deseas que te ayude es en saber qué hacer al respecto, y eso sí puedo decírtelo.
Siéntete dichoso, contento y muy agradecido por lo que sientes.
El objetivo del amor es el mejor y el más hermoso. Trata de vivir a la altura de ello.
Si amas a alguien –y no hay nada de malo en decirlo- solo debes recordar que algunas personas son muy tímidas, y a veces al decirlo debes de tener en cuenta esa timidez.
Las chicas tienen un manera de saber o sentir lo que tú sientes, pero usualmente desean también que se lo digas.
Pasa, a veces, que lo que sientes no es correspondido por una razón u otra, pero ello no convierte tu sentimiento en algo menos valioso y bueno.
Finalmente, yo sé lo que sientes porque yo también lo he sentido, y me alegra que lo sientas.
Estaremos encantados de conocer a Susan. Siempre será bienvenida en casa. Pero Elaine se encargará de hacer todos los arreglos ya que ella es buena en eso y estará muy contenta de hacerlo. Ella también sabe del amor y quizá te pueda dar mejor consejo que el que yo he podido darte.
Y no te preocupes por perder, si es lo justo, sucederá. Lo importante es no apresurarse. Nada bueno se escapará.