Un cuento es un destello —José Donoso— o una epifanía —James Joyce—. Todo cuentista es un joyero —Norman Mailer— o simplemente un pozo con mucha agua que debe ser regularmente controlado para que no se seque —Ernest Hemingway—. Para algunos narradores los talleres sirven al proceso de escritura, para otros simplemente se aprende con los errores y sin recibir consejos de nadie, las teorías no sirven – William Faulkner-.
Según la narradora argentina Samanta Schweblin, un cuento es una travesía placentera, así sea uno terrible o grotesco. Esta definición engloba la naturaleza de su estilo y de su escritura. Ganadora de muchos premios como el premio Casa de las Américas (2008), el Premio Juan Rulfo (2012) , el premio de Narrativa Breve Ribera del Duero (2014) y finalista del Premio Booker Internacional (2017), entre otros, representa una de las máximas exponentes de la narrativa argentina e hispanoamericana de los últimos años junto a Mariana Enríquez, Pola Oloixarac y Ariana Harwicz.
Harold Bloom, en su texto “Cómo leer y por qué”, menciona que el cuento moderno está dividido en dos tradiciones rivales: la chejoviana y la kafkiano-borgiana. En la primera, los cuentos se ponen en marcha de golpe, terminan elípticamente y no se preocupan por llenar los huecos que uno esperaría encontrar cubiertos en los relatos. Se establece así una fidelidad al realismo y a la existencia ordinaria. En la segunda se tiene como base lo fantástico y lo fantasmagórico.
Ambas vertientes enriquecen la narrativa del siglo XX y de lo que va del presente siglo. En algunos escritores, estas tradiciones aparentemente tan opuestas o lejanas terminan unificándose para consolidar un solo bloque narrativo. Este es el caso de Samanta Schweblin, ya que en su narrativa ambas tradiciones están muy presentes. Gran lectora y heredera de la narrativa norteamericana (Raymond Carver, Flannery O’ Connor, etc.) del siglo XX que tiene a Chejov como gran influencia narrativa (hay que tener en cuenta que en muchos casos se percibe una atmósfera siniestra y oscura en ese realismo), también se nutre del absurdo kafkiano y de la tradición del cuento rioplatense donde lo fantástico linda con lo cotidiano.
Esto se percibe claramente en el libro “Pájaros en la boca y otros cuentos”, publicado en el 2009. Aquí encontramos veintidós relatos que se mueven entre lo real-cotidiano y lo fantástico, lo cual otorga una riqueza temática y polisémica a la interpretación que cada lector hace de ellos. Oscuros, pesimistas, fabulosos, todos plantean situaciones adversas y confusas donde a veces se puede escapar y en otras solo aceptar trágicamente lo que nos depara la vida y el destino. Cuentos como “Irman” o “El hombre sirena” representan ambas tradiciones ya mencionadas anteriormente.
Entre las diversas características que se encuentran en el libro, tenemos la ausencia de referencias topográficas, las referencias y atmósferas ambiguas, lo tácito y subrepticio de los desenlaces, un predominio del lenguaje sencillo y nada ornamentado y la verosimilitud como elemento primordial en la construcción del discurso literario.
Incluso en los textos catalogados como fantásticos, se debe tener en cuenta que la realidad es el único fundamento adecuado para la construcción de atmósferas y personajes literarios. La característica literaria de la verosimilitud demarca este espacio. Flanery O Connor mencionaba en su texto “El arte del cuento” que todo escritor que escribe un relato fantástico debe mantenerse más estrictamente atenta al detalle concreto que quienes escriben en una cuerda naturalista, por ello es que no se debe desligar los discursos fantásticos de un base social, política y económica de un territorio.
De todo este conjunto de relatos, el cuento que, según mi criterio, explora con mayor profundidad la degradación de las relaciones familiares y presenta de manera explícita las situaciones que alteran una posible normalidad cotidiana, generando una verosimilitud tensa y oscura es el cuento que da nombre al título del libro: «Pájaros en la boca».
El recurso principal de esta historia es lo grotesco que aparece en el entorno familiar, profundizando una atmósfera que de por sí ya es muy conflictiva. Hay dos padres separados, una infelicidad que ronda cada de sus vidas y una hija (Sara) de por medio que para alterar más esta atmósfera empieza a comer pájaros vivos. Esto genera dudas y el deterioro mental de los padres, la ambivalencia y la oposición de personalidades. Mientras que por un lado este hábito alimenticio de la niña le genera salud y hermosura; por otro lado, los padres se van direccionando a la pérdida de la lucidez. Este detalle da a entender una ruptura de relación entre estos tres personajes.
El cuento se puede dividir claramente en cuatro momentos explícitos:
La indiferencia familiar: presente en el diálogo inicial de los padres.
La presentación de la conducta anormal de la hija: el padre se entera de que su hija come pájaros vivos.
El conflicto entre padre e hija: la madre envía a su hija a vivir con el padre, dejando cajas con pájaros dentro para no alterar la anormalidad.
Una aparente normalidad en la vida cotidiana: el padre se muestra dubitativo e incierto ante la conducta de su hija.
La lejanía de la madre y la aceptación del padre ante la conducta de la hija: la madre desaparece, lo cual genera que sea él quien empiece a buscar los pájaros para que su hija siga devorándolos. Ante un nerviosismo inicial, llega una sosa tranquilidad al no tratar de alterar la anormalidad en el que están inmersos.
Ninguno de los dos padres tiene la voluntad de transgredir la conducta grotesca e inaudita de Sara. Solo son tristes acompañantes de una situación anormal. La historia es narrada por el padre, lo cual da entrever una posible alteración de los datos, ya que todo va a girar desde su perspectiva. Hay detalles en su narración que dan la desgastada relación con su ex mujer y con su hija.
En el primer caso, ante el diálogo inicial con su ex mujer, menciona lo siguiente:
“Hola- dijo ella, y entró sin que yo alcanzara a decir nada-. Tenemos que hablar.
Señaló el sillón y obedecí, porque a veces, cuando el pasado toca a la puerta y me trata como hace cuatro años, sigo siendo un imbécil”.
En el segundo caso, se torna más agresivo ante la impresión que tiene de su hija:
“Sara estaba en el sillón. Aunque por ese año ya había terminado las clases, llevaba puesto el jumper de la secundaria, que le quedaba como a esas colegialas porno de las revistas”.
Se puede llegar a la idea de que el hecho de que la hija empiece a comer pájaros es el último eslabón de un conjunto de problemas y conflictos vividos ya hace algún tiempo. La conducta de ninguno de los tres es lúcida. La familia, lejos de ser un espacio de convergencia y unión, empieza a funcionar como un espacio de desconfiguración de la normalidad. Se percibe cierta desconfianza entre ellos, más entre los padres, claro, ya que, en lugar de unirse y superar el problema de su hija, empiezan a echarse la culpa y a distanciarse más de lo que ya estaban. Sus conductas grotescas exponen situaciones límites. El hogar como espacio de protección es alterado y se metamorfosea a uno de violencia y horror. Lo grotesco del accionar de la hija genera angustias en sus padres.
Lo grotesco, según Wolfgang Kayser, es todo aquello que en su condición de deformidad desarticula el orden fijo del mundo familiar produciendo angustia. Esta sensación es la que se posesiona de la conducta de los padres de Sara, quien emocionalmente se mantiene neutra e indiferente ante ellos, debilitándose o vigorizándose por la alimentación de los pájaros. Además, hay que tener en cuenta que esta angustia ante lo grotesco aparece con la desarticulación del mundo familiar.
Kayser también señala que lo esencial de lo grotesco en su naturaleza ambigua y su carácter inarmónico que, por el contexto, perturba tanto al individuo como a su entorno, volviéndolo inestables. Es lo que sucede en la historia, ya que hay una transgresión de los parámetros de la normalidad y en la conducta y mente de los padres. A ello hay que agregar que la conducta de Sara se ve enfocada desde un humor disolvente. Un ejemplo claro es en este en diálogo que mantiene con el padre:
“Comés pájaros, Sara –dije. –Sí, papá. Se mordió los labios, avergonzada, y dijo: –Vos también. –Comés pájaros vivos, Sara. –Sí, papá.
Ella está construida en base a un trastorno límite de sus actos y personalidad, hallándose en medio de una conducta aparentemente estable y de la locura misma. Incluso el padre piensa seriamente en internarla a un centro psiquiátrico. Inquieta, perturba, da la sensación de que aparentemente es una persona peligrosa para la sociedad, incluso cuando una especie de agorafobia se va apropiando de ella.
Lo grotesco en este cuento ayuda a exhibir un estado de salvajismo inherente a toda persona, devolviéndole un carácter confuso, real y descarnado. Este tópico que es central en la mayoría de los demás cuentos, representan la anormalidad, la angustia, la repugnancia y el miedo a no saber cómo actuar al ser testigos de estas irreverencias. Además, hay que considerar que la aparición de la anormal conducta de Sara, conlleva a cuestionar la conducta de los padres, del entorno familiar y del lector mismo.
La literatura de Samanta Schweblin parece decirnos que el mundo es una casa extraña y que la escritura consiste en decidir ir a los espacios más oscuros y ocultos para descubrir quiénes somos. En lo tenebroso de lo cotidiano está nuestro verdadero rostro.