La emoción dibuja un oasis en el desierto. Los octavos de final, en su primera jornada, han traído una versión de la Copa Libertadores a la Copa del Mundo. Salvo el segundo tiempo bien jugado de Colombia, el resto ha sido más lucha enconada que despliegue de calidad.
Chile desaprovechó la ventaja de no enfrentar hoy a un monstruo como Holanda sino a un conjunto clamorosamente inferior, huérfano de talento y pobre de espíritu. Alexis Sánchez corrió todos los sectores de la cancha, pero nunca levantó la cabeza. Fuera de su gol, terminó ahogándose en un derroche físico sin sentido ofensivo. Era obvio, desde el principio del torneo, que la Roja necesitaba un organizador en el medio; alguien que pensara, administrara y propiciara jugadas de peligro. Arturo Vidal, el supuesto astro rey, no pasó del fiasco.
Sampaoli desgastó demasiada energía en el campeonato caminando como un demente de una punta a otra de la zona técnica en lugar de ocupar su cerebro en desarrollar un sistema de ataque que no se limitara a esperar los errores del rival. Su excelente marca a presión resultó insuficiente. Cuando recuperaba el balón carecía de una estrategia eficaz para perforar el arco contrario.
Lo más triste fue perder ante un Brasil que, según avanza, evidencia con mayor énfasis que no podria ganarle ni a la selección de un asilo de ancianos.
Colombia dudó e hizo dudar. En el tiempo inicial, si no fuera por el super golazo de James, hubiera sido como ver a la blanquirroja en sus buenas épocas: toque sabroso y pícaro, pero intrascendente e improductivo. Pese a alinear su artillería completa –incluyendo los otros delanteros estrella que guardaron banca en la fase previa- no creó una situacion capaz de poner en zozobra la valla charrúa. Por momentos el espectáculo venía de la tribuna, que no cesaba en oles ni olas, antes que del campo.
En el descanso Pekerman replanteó el esquema y aceitó la máquina. Lo que haya hecho o dicho a sus jugadores en el camarín dio frutos. Colombia fue otro equipo: virtuoso, simple y letal. Ganándole, además, esta vez sí, a un oponente más fogueado que sus 3 anteriores.
Lo cual, dicho sea, no alcanzó a los celestes para seguir en camino. Consecuencia directa de la estupidez cometida por Luis Suárez en su deuelo frente a los italianos, que además los dejó sin aire. La Federación uruguaya debería sancionar también a su ídolo -en vez de defenderlo- por el perjuicio causado.
El fútbol, como reflejo de la vida, está plagado de ironías. No es increíble que hasta ahora el mejor partido del mundial –como expresión técnica y táctica que sorprende, impresiona y asombra- haya sido protagonizado por 2 escuadras ya eliminadas: Italia e Inglaterra.
Quizás la falta de pasión –que sobra en los latinoamericanos- los envió temprano de regreso a casa.