El maestro y poeta Marcos Martos junto a Roger Santiváñez presentó su libro «Viento del Perú» (antología 1965-2013)
Escribe Luis Felipe Alpaca
En la sala Blanca Varela de la FIL ayer se presentó “Viento del Perú”. Nueva antología personal (poesía 1965-2013) del maestro y académico Marcos Martos. Según el programa del evento en la mesa debía estar presente Hildebrando Pérez; pero en su lugar, el poeta fundador de Kloaka Roger Santiváñez recién llegado de Nueva York abrió la presentación con un monologo más que lucido en el que dio un recorrido por la poesía de Martos que data ya casi cinco décadas. En la que resaltó el nombre del anglo-estadounidense T.S. Eliot como poeta preferido del desaparecido Javier Heraud, y lo inexplicable de su cruel matanza que consternó grandemente a los poetas sesenteros, y más aún a Martos, que en un acto de memoria cobró en esa época la apariencia de un poeta individual y personal, asumiendo así en cierta forma a Eliot.
Pero al mismo tiempo, desarrolló la anti-poesía de Nicanor Parra, en un breve estado de rebeldía. Luego, todos esos poetas contemporáneos, incluso Luis Hernández; traen a la escena peruana una especie de renovación en el verso, como por ejemplo; el ritmo.
De esa manera Santiváñez mencionó algunos poemarios publicados del maestro; entre ellos el primero: “Casa nuestra” (1965); “Cuaderno de quejas y contentamientos” (1969), en la que despliega un lenguaje coloquial, pero en el que también plantea un trasfondo universal a través de la propia lengua.
También hizo alusión al libro “Donde no se ama” (1974) en el que resalta un poema hermoso, aunque extenso pero fascinante; Naranjito se llama, y que habla también en un lenguaje coloquial, poema que alude a su amigo Oswaldo Reynoso, en una singular anécdota incendiaria de parte de él.
Con “Carpe diem” (1979) entró ya en su etapa clásica, posteriormente siguió “El mar de las tinieblas” (1999) que alude al surrealismo como tendencia. Aunque luego mostró cierta frescura con “Vértigo” en una poesía conversacional.
Seguidamente, hizo uso de la palabra el maestro Martos, que se sintió bendecido con el discurso introductorio del ex –Kloaka. –Roger acaba de dictar una clase—afirmó satisfecho, resaltando grandes afinidades entre ellos porque son de la misma tierra (Piura).
Martos hizo un breve paso por su infancia, hablando de su padre que también era escritor e historiador, y que lo inició en el mundo de la lectura, ya que desde muy párvulo leía poesía. Los versos del colombiano Rafael Pombo fueron una de sus primeras lecturas.
Algo que mencionó con gran carga sentimental obedece a sus primeros años escolares en el colegio San Miguel de Piura (fundado 1825) lugar que le brindó los mejores profesores, y que hasta el día de hoy es honorablemente invitado para sus celebraciones.
Su abuelo Jorge Eulogio Garrido, por un instante cobró vida en palabras del académico que con orgullo reveló ante la sala que había sido gran amigo de César Vallejo; semejante a la relación que mantuvo él con su entrañable amigo Washington Delgado, que por cierto era un tipo muy versado en la novela.
Sobre José Miguel Oviedo, reconoció que una frase suya le desconcertó casi hasta el día de hoy. –Martos escribe mal excelente poesía—aunque luego se hicieron buenos amigos.
En otra parte de su exposición mencionó que si bien su patria es Piura, también tiene su pequeña patria que es el puerto de Paita.
Dentro del espacio de su oratoria, se dio un tiempo para leer un poema “El príncipe zarrapastroso”, que evoca al poeta que muchas veces es maltratado, pero que en otras, muy por el contrario y al estilo de un príncipe recibe el mejor de los tratos; según confirmó, sobre su ultima estadía en Santo Domingo, que se alojó en un hotel cinco estrellas y que ahí mismo escribió el poema.
Antes del término de la presentación, el público intervino con deleite. Para ser más exactos, el poeta Winston Orrillo exclamó orgulloso las bondades y la constancia de Martos a través del tiempo.
Y en una intervención final, uno de los asistentes le pidió al académico que evoque en sus nuevos poemas al desaparecido bar Palermo de la avenida La Colmena. Seguidamente, y con absoluta nostalgia, él reconoció que en sus años jóvenes pudo ver en el Palermo a personajes tan representativos como Esperanza Ruiz, Julio Ramón Ribeyro, Pablo Macera, el cineasta “huanca” Villanueva, Gálvez Ronceros, y Vargas Vicuña.
Admitiendo con cierto pudor, que casi siempre evitaba frecuentar el Palermo porque apenas podía pagar una cerveza; pero que luego aparecía un fraterno amigo escritor, para decirle: –No importa; yo te invito…y luego tú harás lo mismo con otro— el amigo era nada menos que Oswaldo Reynoso.