Solo quienes hemos hecho del Centro de Lima una patria, nos podemos dar ciertos lujos con tan solo unas cuantas monedas en la relojera. Pequeños placeres como el de encontrar sitios emblemáticos que, a pesar de la ferocidad del tiempo y la desidia edil, aún funcionan en distintos rubros antes inimaginables. Es común tropezar también con libros originales autografiados por el propio autor a solo 10 soles, conocer a algún artista callejero prodigioso que se apodera del espacio público cuando el serenazgo se ha marchado o el goce de una vida nocturna sin freno, escabullirse entre sus bares, llamar al mozo por su nombre, prolongar la tertulia hasta que asome el aserrín y dejar las últimas monedas en una rockola.
Son las cinco de la tarde de un jueves tranquilo. Un amigo que visita la capital quiere tomarse unas cervezas para celebrar el reencuentro, el lugar indicado es emblemático “Bar de Ciro”, un espacio ubicado en la cuadra dos de Quilca, que tiene ya varias décadas viendo desfilar por sus mesas a escritores, poetas, pintores, periodistas y gente joven que descubre el encanto del Centro Histórico de Lima. Pero el “Bar de Ciro” no se llama así oficialmente. Luciano Luis Ayudante Mendoza, chiclayano de 22 años de edad, lo rentó en 1970 y lo bautizó como “Don Lucho”.
Desde entonces las puertas no se cerraron para deleite y festín de cuanto bohemio incorregible apareciera en busca de regocijo amical, entre el humo del tabaco y los alaridos de trasnochadores negados para el canto. Don Lucho se jubiló hace ya un buen tiempo, pero el mítico local continúa operando, porque la vida, como las cervezas, no deben detenerse (aunque a veces lo hagan). ¿Cómo entonces es que todos lo llaman “Bar de Ciro”?
Son varios años ya los que visito este huarique de sano esparcimiento y selecto público. El fondo musical, que hasta hace poco provenía de una antigua Wurlitzer, ha sufrido los embates de la tecnología para dar paso a una caja de brillantes colores con canciones cantineras en formato MP3 sostenida en una de las paredes laterales. Atrás quedó el sonido de los discos 45 RPM que anunciaba el drama de los amantes heridos o los hombres burlados por el mal amor.
Artistas noctívagos, poetas consagrados, aprendices de poetas también, estudiantes universitarios, uno que otro académico, sanmarquinos, abogados al sastre, pintores de Bellas Artes buscando musas, fotógrafos urbanos, conforman una cofradía de los brindis perpetuos y debates acalorados, penas ahogadas o celebraciones del simple hecho de existir. Punto de encuentro luego de marchas ciudadanas y reclamos nacionales contra nuestra podrida casta política, este lugar está lleno de historias tan interesantes como intensas.
“¡Ciro, una cerveza!”, grito en medio de las decenas de voces que pueblan el ambiente lleno de parroquianos. “Aquí tiene, profe. Son 9 soles. Ahora le traigo su vuelto”. Ciro viste una guayabera blanca y pantalón negro. Desde que lo conozco viste así. Su rostro es la marca de este bar. Su voz también. Todos saben quién es el dueño del local pero eso no importa. Es el bar de Ciro. La gente lo llama el Bar de Ciro. Y el dueño ha tenido que resignarse a ello. Ciro empezó a trabajar en “Don Lucho” el 17 de agosto de 1987, luego de haber trabajado 8 años en un bar de la calle Huacavelica, también en el Centro de Lima. Pasó por Quilca y vio un letrero donde requerían de un mozo. Presencia y experiencia no le faltaba así que conversó con la señora encargada, quien lo presentó con Don Lucho, que le hizo una oferta que Ciro no pudo rechazar: el 10 % de la venta de cervezas sería el pago del nuevo mozo como comisión.
31 años han pasado desde entonces, como pasaron Sendero Luminoso, Alan García, los dos gobiernos de Alberto Fujimori, Valentín Paniagua, Alejandro Toledo, Alan García de nuevo contra todo pronóstico, Ollanta Humala, Pedro Pablo Kuszynsznki y ahora Martín Vizcarra. Se puede afirmar sin temor a equivocarnos que mucho de la vida política de nuestro país se ha discutido en esas mesas: el Centro de Lima es el epicentro de todas las tensiones populares porque ahí se encuentran todas las instituciones principales del Estado. La Marcha de los 4 Suyos no estaría completa sin la presencia de este y otros bares donde después de la lucha los ciudadanos fueron a refrescar las gargantas o a esconderse de la persecución policial. Ciro aún engomina su cabello y este 22 de diciembre cumplirá 70 años. Es cajamarquino de nacimiento (de la provincia de Santa Cruz) pero limeño de corazón. Sólo dos veces ha regresado a su tierra luego de arribar a la capital. La primera para “robarse” a quien luego fuera su esposa y madre de sus dos hijos. Y la segunda para el sepelio de su padre.
Ciro se acerca a la vieja rockola, la enciende y mete unas monedas, cree que nadie lo observa pero cierra los ojos y empieza a sonar “Somos novios”, de Manzanero. En las mejores épocas, un viernes cualquiera se vendían hasta 80 cajas de cerveza. El Dios Baco se había nacionalizado peruano, pagaba las cuentas y le dejaba buenas propinas a este mozo que sigue destapando botellas con la rapidez de un ninja. El trato con los nuevos dueños es otro ahora, trabaja solamente 3 días a la semana, los días fuertes, de jueves a sábado, sin comisiones interesantes y con propinas son cada vez más esporádicas. La calle está dura ¿cuándo no lo estuvo? Ciro no piensa en la jubilación, el piensa en las fuerzas, en sus fuerzas de aguante. Un grupo de jóvenes ha llegado con un cuadro donde se ve el rostro del escritor Oswaldo Reynoso, habitúe de este lugar histórico. Le piden permiso para poder colgarlo en una de las paredes para celebrar así al autor del ya mítico “Los inocentes” y que estuvo en este bar pocos días antes de morir, en mayo de 2016.
Tal vez no lo sepa, pero somos muchos los que le guardamos aprecio y cariño auténtico, y, aunque nunca le dejemos la propina que merece, en el fondo vamos ahí porque queremos que él, con la agilidad de un felino nos coloque las botellas en nuestra mesa y nos converse un poco. Solo así nos sentimos congraciados. Prueba de ello es que en el Poema “Una botella en el centro de la mesa” del poeta Henry Martín Córdoba Bran, hay una estrofa dedicada al buen Ciro:
Ángel Ciro, Arcángel noble y testigo;
Atleta del “lleva y trae” de vasos y botellas.
Los poetas de todas las calles
También te dirán: “qué tal viejo, Ché su mare”
Como un guiño de tu destino de guardián
De nuestros sueños de poetas y locos,
De nuestros cantos de rockola y de amantes nocturnos de la vida,
De nuestro humo esparcido en las cuatro direcciones del orbe,
De nuestro desenfreno para gritar por no morirnos,
De nuestra rabia masticada como quien muerde al Perú por la frontera,
De nuestro silencio cuando no queremos decir nada
Por miedo a que nos salgan balas, porque dan ganas de matar al mundo
Y silenciarlo de una buena vez.
Meses atrás “Don Lucho” había cerrado y el desconcierto hizo tragar saliva a más de un parroquiano, las nostalgias en cadena incendiaron las redes sociales, como cuando muere un viejo amigo de una manera inesperada y misteriosa, para algunos urgían explicaciones: ¿qué pasó? ¿Por qué cerraron? Y Ciro, qué va a ser de él, ¿a qué se dedicará ahora? Se bocetearon caricaturas al respecto y hasta un diario local tatuó en papel esta tragedia limeña. Nuestro último caballo de Troya había sido diezmado por el infortunio.
Pasaron tres largas semanas hasta que el bar reabrió con nueva administración. Don Lucho devolvió el local a sus verdaderos dueños. Este pequeño Gran hombre que alguna vez presidió la alcaldía de Villa María del Triunfo, de sonrisa cálida y de voz apacible se fue en silencio y sin despedidas protocolares a sus 69 años de vida, algo cansado pero jamás rendido, dejó para siempre el jironcito que tantas alegrías le dio y por donde tantos amigos cosechó, no sin antes recomendar a los nuevos propietarios a su mejor marinero para que continúe trabajando a bordo de la nave: ¡Ciro volvió, y nosotros también!
(Texto publicado en la revista impresa Lima Gris número 14)