Opinión

Cines viejos y de barrio

Lee la columna de Rodolfo Ybarra

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No es ninguna novedad que los cines de barrio terminaron eclipsados ante la crisis de los ochenta y noventa. Primero convertidos en iglesias o mercados y hasta fábricas; y luego la estocada final fue dada por los cines o multicines de franquicia cuya mejor oferta tanto en estructura y mejores películas de estreno no dejó cabida a los cines independientes.

Yo recuerdo perfectamente los cines de la plaza Italia, el Pizarro y el Unión que estaban frente a frente; en este último se estrenó El Cóndor Pasa de Alomía Robles; y el Delicias que estaba a la espalda, en la cuadra donde está la Piedra del Diablo que reseñara don Ricardo Palma. También recuerdo el cine Conde de Lemos, en la plaza Buenos Aires, donde escuché tocar por primera vez a SDM, una banda de rock subte emblemática.

Lo curioso de estos cines de barrio era que también servían para las peñas o tocadas que se daban a fin de mes o épocas fiesteras de 28 de julio o fin de año. También ahí se organizaron muchos conciertos de rock. Y un poco antes, fueron el escenario de los proto-roqueros de la nueva ola que los alquilaban para hacer sus famosos matinés.

Estos cines de barrio eran enormes y siempre hacían un intermedio para que la gente saliera a comprar canchita, un sanguche o fumarse un cigarro. Y siempre había la posibilidad de pasar como polizón por la puerta trasera.
Si más no recuerdo en el cine Conde de Lemos se presentó el Chavo del Ocho y en otros cines se presentaban Anamelba, Vicky Jiménez u Homero. El Odeón, el Beverly Hills, el Sucre, el Bolívar, etc. Es decir, los cines de barrio no eran excluyentes del mainstream.

Otros cines importantes fueron el Colón que terminó pasando puras películas triple X, el Metro (donde vi Tiburón 2) que ahora es una iglesia evangélica dedicada a hacer exorcismos. El cine Independencia que funcionó hasta 1990 y ahora se ha convertido en un almacén. El cine Vitarte también pasó a manos de dios al igual que el cine San Isidro. Pero a otros cines les fue peor, el Concorde de la avenida Petit Thouars se pintó de naranja y se convirtió en partido político.

El Cinelandia se convirtió en lo que ahora es los Libreros de Amazonas y el cine Delicias se transmutó en una agencia funeraria.

(Columna publicada en Diario UNO)

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