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Cinema inferno, de Rafael Arévalo (Perú, 2019)*

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Escribe: Mario Castro Cobos

Con el sexy nombre de Cinema inferno (el mismo del Iibro de 2010, Cinema inferno. Celluloid explosions from the cultural margins, con el que guarda alguna relación) lo que veremos y oiremos, por poco más de una hora, será un paseo que tiene de memoriosa (y sudorosa) bajada a los infiernos del trauma y la nostalgia, sin claras opciones de redención y de pinceladas cuasi arqueológicas de un pasado elocuente, en el presente casi mudo, obtenidas con un iPhone.

Lima es una ciudad que no cesa de ser destruida. Y los cines -o lo que resta ¡qué triste! de ellos- son un espejo de dicha destrucción. Cinema inferno sobresale menos por el hilo narrativo-conductor de su ficción (conversaciones de un periodista-cinéfilo al borde del despido con vecinos que recuerdan -o no- los cines-fantasma, transformados por el mismo capital que los produjo en algo más rentable, o abandonados como poco menos que basura) que por algo que subyace en la imagen bajo palabras y sonidos.

Me refiero al aspecto del registro documental, las fachadas de más de 100 cines como umbrales -arruinados- a otros mundos ya perdidos o como portadas de discos de los que ya no podemos extraer la música que llevaban dentro. Esta desnudez es sin duda lo mejor. La peregrinación del periodista (interpretado por Darío Abad, a quien recordamos por su actuación en Cada viernes sangre (2011), de Fernando Montenegro, una de las mejores películas peruanas de la década) parece paulatina y acertadamente contagiarse por el deterioro de los cines que fotografía.

La música electrónica aporta una atmósfera que contrasta, enfría y distancia de la acumulación aplastante del catálogo de fachadas: gloriosas o inútiles lápidas tercas. La elegía en modo ‘todo cine-pasado fue mejor’ es una trampa en la que tal vez te gustará caer… Cinema inferno alcanza por una parte (finalmente) la épica modesta de un trauma originado en una sala de cine que solo puede resolverse volviendo ahí. El trauma del protagonista de la línea de la ficción puede repararse; el trauma de unos cines que ya no existen; de algo que fue valioso para una ciudad y sus habitantes; eso sí que resulta irreparable. Pero queda el documento.

A mi gusto la mejor película de Rafael Arévalo desde Alienados (2008), su primer largo. 

*Película estrenada en el VII Festival Transcinema

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