“La voz y el cuerpo hablan cuando reconstruyen la escena, vemos como se crispa, es un espanto individual, hacia el terror colectivo, no podemos evitar el desconcierto. ¿Es posible que los muertos puedan aparecer en sueños? O simplemente la vida es un sueño que termina cuando despertamos…” (Virginia Woolf).
El inicio: una movilización, la calle, ahí donde se deshace la individualidad, donde se organiza la vida civil, cuna de la modernidad, para gritar el desgarro, vomitar las molestias y luego ese paisaje lunar, de piedras gigantes, seres ancestrales que han presenciado el inicio de la galaxia, desde antes que los Imperios, los Virreinatos y los Estados, por donde se inician los relatos.
Un documental entregado en el momento casi preciso, quizás atrasado, como la justicia humana, tan precaria. Ese aparataje institucional de engranajes que termina por oxidarse y toda esa masa de zombis, mirando algo por Netflix, aclamando ese mundo edulcorado que presenta el regreso a ese apellido, o marca. Es como si realmente fuéramos a un corte comercial, entre verdad y verdad, aparece Keiko-Cola. Esos episodios pasan de la ironía a la amargura, aparece el valor del archivo, están ahí las señales de la evidencia y sin embargo no las vemos, pasamos por alto los actos de una cadena de sicopatías. Estamos absortos, mirando las pantallas, convertidos en ejércitos de consumo.
El modus operandi se reitera, la repetición, ese estándar de la locura: jóvenes desaparecidos, estudiantes, jamás vistos, asesinados a quemarropa, indígenas vejadas, la historia de Latinoamérica y la desaparición. Porque el poder hace alarde de su crueldad y es parte de Nerón hacerlo, exhibirlo en la plaza pública. Fue parte del nazismo; es lo que hizo Fujimori, y el legado de su hija. No entendemos cómo es posible que ante nuestras narices haya personas que estén en el poder, que nos mientan en la cara y aún así deseen ser presidentes de un país. Y peor aún, que sean elegidos por nuestros pares.
Volvemos a la calle, escuchamos los gritos y vemos una bandera gigante, llevada por un grupo de manifestantes, en ella se refleja la sombra del realizador. No hay nada inconsciente en esa decisión. Pero a estas alturas, ¿será necesario exacerbar los valores patrios que representa ese símbolo? O más bien habría que cuestionarlos para llegar a su disolución? No existe un tal Perú, ni un tal Bolivia, ni un tal Chile…, si no fuese por la matanza y las inversiones extranjeras, para que esto pasara. Esta repartija de tierra entre familias blancas-mestizas, este genocidio constante contra el pueblo. Alguien diría no es le tema del documental, pero al final este es el tema. La construcción del Estado moderno ha sido la edificación de sus símbolos. No habría Keiko, sin esto, el Estado es el que alberga los vicios para que esto se produzcan y por lo tanto, el que propicia la cancha para albergar este juego de relaciones tóxicas.
Es un documental necesario, porque siempre es necesaria la denuncia. ¿Cuántos relatos faltan para que despertemos? ¿Y cuántas acciones faltarían para provocar una bofetada activa en la cara del fujimorismo? Que ya es sinónimo de neoliberalismo, corrupción, ultraderecha, narcotráfico. ¿Qué acto mítico sería necesario para derrocarlo?
El documental de Fernando Vílchez es una propuesta formal, suerte de seguidillas de documentales de denuncia política que ha realizado en torno a la pesadilla del fujimorismo. Esta vez a través de entrevistas, y archivos busca reconstruir lo indecible, él se filtra, es una bisagra de la memoria, logra grabarlo, montarlo, tratar de entrar en la secuencia de los documentales de denuncia histórica, gran peso, gran talla: la calle, la gente, el Estado, el humanismo, finalmente.
Hay una especie de final esperanzador, ¿sería esta la proyección del futuro presentada al fin de cuentas por el realizador? Cuerpos femeninos tocan una batucada. La mujer, esa construcción moderna, sinónimo de conflictos, epicentro de la tendencia política. Nos imaginamos que es el centro de la capital, el lugar donde se inicia la movilización ciudadana. La metrópolis, el lugar del poder en donde supuestamente transcurre la vida civil. ¿Es ahí en donde la voces tendrían más valor? ¿es ahí donde estaría la solución?
Imaginemos, que estos gritos, son la catarsis de liberación de un pueblo que se revela definitivamente, sin reiterar el horror.