Si bien hoy el cine cubano logra escapar a veces al control directo del oficial ICAIC, no por eso nos entrega necesariamente películas transgresoras, originales, rompedoras. Parece ser que ya pasó la época de los chabacanos filmes que imitaban a la comedia popular italiana y lo que ahora se puede ver, como es el caso en Toulouse, en el festival Cine Latino, son melodramas moralizadores, cargados de santas intenciones, en los que los personajes nunca cobran vida en la pantalla porque en verdad no son personajes sino seudo encarnaciones de vicios o virtudes, lo que está mal o lo que está bien, comportamientos desviados o comportamientos ejemplares, etc.
Dos ejemplos de lo que decimos los hemos encontrado en estos días de festival en Toulouse. Uno es «El acompañante», película dirigida por Paven Giroud, que forma parte de la sección competitiva del evento. Este melodrama, que transcurre en un «sidatorio», o sea los sanatorios donde se encerraba manu militari a quienes lleveban el virus Hiv en la sangre, confronta a un boxeador que se dopó y tuvo que dejar los guantes, a un exsoldado que se infectó de sida en África, una doctora militar muy estricta pero de corazón bueno, un doctor descarriado, mentiroso, degenerado, y un enfermo que no piensa sino en ganar dinero a través de apuestas, entre otros seres «ejemplares» negativa o positivamente.
Algunos de ellos se redimirán con el sacrificio y la bondad y, en un caso, podrá triunfar (el boxeador) o morir entregándose a una «causa buena». Otro ejemplo de este cine moralizante y «didáctico» es «Conducta», filme de Ernesto Daranas, que se exhibe en Francia con el título: «Chala, una infancia cubana».
Aquí lo que encontramos es un niño semi abandonado a su suerte por una madre puta y drogadicta, una maestra abnegada que lucha contra la rigidez de las normas y las decisiones burocráticas, un vecino (amante de la puta) que se dedica al combate de perros y a las apuestas, etc.
Aquí también se trata de prototipos que se utilizan como marionetas para moralizar sobre lo que está bien y lo que está mal en una sociedad como la cubana y plantear una moraleja didáctica. Estas películas tienen algo en común con, por ejemplo, el cine que se hacía en España en la época franquista: filmes que debían educar, moralizar, señalar el buen camino, es decir, plantear tareas que no son las del arte auténtico.
Sin embargo, siempre en el marco del cine independiente, se puede oponer las películas antes señaladas a verdaderas creaciones cinematográficas como «Juan de los muertos» de Alejandro Brugués, un filme de vampitos que es, al mismo tiempo, una de las críticas más feroces al sistema burocrático cubano post revolucionario, y «La obra del siglo» de Carlos Machado Quintela, una película que combina ficción y documental para crear una obra original, estéticamente lograda y también con una fuerte carga crítica y de ruptura en relación a mucho de lo que se viene haciendo en Cuba.
A mi parecer este filme, que el año pasado estuvo en Cine Latino de Toulouse, solo se puede comparar a «Memorias del subdesarrollo», la obra maestra de Tomás Gutiérrez Alea.