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Cine: La senda tenebrosa

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Por fin un título traducido de manera decente. Considerando el argumento, “La senda tenebrosa” no es una elección alucinada para “Dark passage” en español. La película, filmada en 1947, es la tercera de cuatro que realizaron juntos Humphrey Bogart y Lauren Bacall, una de las parejas más emblemáticas de Hollywood.

Boggie es un reo condenado injustamente por el asesinato de su esposa. En su fuga de la prisión de San Quintín (los estudios Warner Bros lo enviaron allá también en 1937 con ocasión de la cinta homónima, al lado de Anne Sheridan y Pat O’Brian), es rescatado por la Bacall, una joven pintora que se solidariza con su causa tras sufrir la misma penuria debido al encarcelamiento de su padre.

El director Delmer Daves realiza un trabajo interesante con la cámara. Los primeros 40 minutos la utiliza como si fueran los ojos del prófugo, que sólo sale de espaldas o en sombras. El espectador no ve su cara sino lo que éste mira a su paso, y escucha de su propia voz la descripción de sus acciones y motivos. El artificio funciona además para otorgar a los objetos –un par de zapatos llenos de barro, el tapiz de un auto descapotable, los recortes de algunos artículos periodísticos- una relevancia poco frecuente para crear el halo de misterio que rodea a la historia.

A fin de eludir la cacería policial, Boggie decide aceptar la sugerencia de un taxista conectado con el bajo mundo y se somete a una operación para cambiar su apariencia física. El cirujano plástico es un anciano tan arrugado como su puerca bata, la cual le confiere un aire de peluquero con toques de carnicero. La escena que describe los efectos de la anestesia –un cómico juego de imágenes con recuerdos de personas ligadas a él- reproduce los posibles vericuetos del subconsciente.

Mientras se encuentra en convalescencia, el espectacular vendaje que envuelve la cabeza de Bogart hace recordar a “El hombre invisible”, clásico de terror dirigido en 1933 por James Whale y protagonizado por Claude Rains. Pasa 20 minutos sin hablar. Se comunica escribiendo notas en una libreta (Bacall las lee en voz alta para que el espectador se entere del contenido). Tampoco puede comer. Chupa los jugos y toma la sopa con una cañita. Su talento de actor se revela expresando con claridad sus sentimientos y emociones a través del solo movimiento de sus ojos. Una vez recuperado se afeita, se baña y se viste para cenar. Recién entonces muestra su rostro en la pantalla.

La mecha encendida entre el simpático Boggie y la subyugante Bacall durante el rodaje de “Tener y no tener” en 1944 (cuando él tenía 44 años y ella sólo 19), se mantiene fresca y resulta abrumadoramente obvia. Aunque no se puede menospreciar la perturbadora presencia de Agnes Moorehead (famosa por su papel de “Endora” en la serie de televisión “Hechizada”). Menuda y de finos modales, es guapa sin ser bonita, dueña de una sensualidad sutil. Su mirada tramposa y su tabique agresivo la favorecen para encarnar a la villana y verdadera autora de los crímenes por los cuales persiguen a Boggie.

“La senda tenebrosa” es el segundo largometraje en que Bogart menciona su deseo de viajar al Perú. El primero es “Pasaje a Marsella” (1944) de Michael Curtiz, el mismo director que lo convirtió en estrella mundial con “Casablanca” (1942). En la vida real Bogart, igual que otras celebridades en aquellos años, había quedado maravillado con el paisaje en su visita a Cabo Blanco, una pacífica caleta de pescadores ubicada al norte de ese país. En la ficción, impotente de demostrar legalmente su inocencia ante las autoridades, su única opción es seguir huyendo. Entonces recala en el puerto de Paita –otro apacible paraje en la costa peruana-, donde se reúne con Bacall para iniciar una nueva vida. El centro nocturno que sirve de escenario al romántico encuentro ostenta una elegancia y un encanto que dista mucho de la realidad propia de un pueblo pesquero dominado por la pobreza y la ignorancia. En este segmento es evidente la ingenuidad de Hollywood pretendiendo recrear un lugar sobre el que jamás ha puesto un pie. Hasta la música que acompaña la secuencia se oye más como un son cubano antes que como un vals criollo, típico del Perú.

Todo lo contrario sucede con las vistas auténticas de San Francisco, en las que se pueden apreciar sus empinadas calles, sus pintorescos tranvías, su famosa bahía y sobre todo el impresionante puente Golden Gate, una monumental pieza de arquitectura, todavía virgen y limpia de tráfico, a esa fecha con sólo 10 años de haber sido inaugurada. La pelea entre Bogart y el extorsionador que lo acosa, revolcándose en una colina bajo su estructura de acero, pone al descubierto el burdo truco de cambiar a los actores por extras en los segundos de mayor violencia.

Humphrey Bogart en “La senda tenebrosa” no es el temible gangster que aparece en “El bosque petrificado” (1936) compartiendo roles con Leslie Howard y Bette Davis, aunque en algunos momentos vuelve a encrespar las manos con la misma torpeza. Aquí es especialmente extraordinario cuando se pone nervioso ante el detective que lo toma por sospechoso y empieza a interrogarlo en el vagón-restaurante en plena madrugada. Le tiembla tanto el pulso que debe agarrar la taza de café con ambas palmas mientras sonríe tontamente para justificarlo.

Lauren Bacall, por su parte, no baila moviendo graciosamente las caderas, como al final de “Tener y no tener”, pero su gruesa voz tiene un tono que inquieta y rezuma la firmeza de su carácter. Es una belleza felina que brilla y excita cuando lleva el pelo suelto, pero pierde prestancia cuando se lo acomoda en un moño formal.

Una de las características fascinantes del cine negro es que presenta personajes lidiando con sus naturales contradicciones. No hay buenos ni malos, sólo seres humanos con un lado luminoso y otro oscuro. Tipos corruptos que sorprenden con actos de lealtad, junto a almas caritativas que no dudan en traicionar a un amigo por un puñado de billetes.

“La senda tenebrosa” asegura un paseo cargado de suspenso -y un poco de humor- por el exuberante norte de California.

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