Luis Ospina fue uno de los cineastas colombianos más importantes de Sudamérica, llevó más de 40 años dedicados al cine. Junto a Carlos Mayolo y Andrés Caicedo fundaron en los años setenta el Cine Club de Cali y la revista Ojo al cine.
Hoy me enteré de su muerte y no quise creerlo, pero la triste realidad es que uno de los pilares del cine colombiano dejó de existir a los setenta años en Bogotá.
Ramiro Arbeláez, quien fue integrante del llamado ‘Grupo de Cali’, reveló que Luis Ospina había pedido que no se realizarán ceremonias fúnebres a su nombre, por lo que al parecer su cuerpo será cremado.
En una de sus visitas a Lima en el año 2017, me reuní con Luis Opina en el auditorio del MALI. Yo lo admiraba por su cine, y fue la primera y única vez que estuvimos frente a frente. Acompañados entre más de cien butacas vacías comenzamos a conversar de la vida y del cine. Luego de nuestra conversación off record, prendí la grabadora.
Curiosamente, en una parte de la entrevista le pregunté ¿cómo se imagina su muerte? luego de una sonrisa me respondió: «Ojalá dormido».
Duerme en paz, estimado Luis Ospina.
(Aquí la entrevista publicada en la revista impresa Lima Gris N° 11)
Tu
padre era un apasionado del cine ¿Hay algún personaje que acercó a tu padre al
cine?
Bueno, yo no diría que mi padre fue un
cinéfilo. Él, como mucha gente en los años 50, descubrió el cine por un aparato
para registrar las escenas familiares, muy popular en esa época (home movies).
Pero, a su vez, él alquilaba y compraba películas en sus viajes. Compraba películas
animadas, de vaqueros, seriales y las veíamos en casa para disfrute de la
familia y de los vecinos. No era un cinéfilo pero si tenía afinidad por los
actores. Le gustaba Gary Cooper y siempre nos llevaba a ver las películas de
Cantinflas. El hecho de haber tenido proyector, una pantalla, una cámara y
aparato para editar, hizo que naciera mi pasión por el cine desde muy niño.
Hasta el punto que no sé cuál fue la primera película que vi, como digo en la
película Todo Comenzó Por El Fin. Mi
segundo gran aliado de mi cinefilia fue el servicio doméstico porque mi familia
nos mandaba al cine con las empleadas. Muchas veces ellas escogían las
películas que íbamos a ver. Así conocí películas muy interesantes, por ejemplo,
los grandes melodramas de esa época, directores como Douglas Sirk, Ross Hunter
y desde luego las películas con las grandes estrellas del momento como Rock
Hudson, Gary Cooper, Marilyn Monroe, Marlon Brando, y así se volvió una pasión
para mí que luego se acrecentó porque mi hermano Sebastián también era
cinéfilo. Íbamos juntos al cine.
Mencionaste
que ibas con el servicio doméstico al cine, ¿de alguna forma le reprochas la
falta de tiempo a tu padre?
Mi padre era un hombre muy ocupado.
Lamentablemente murió cuando era muy joven, tenía 22 años. Él trabajaba muchísimo.
Puso un negocio muy exitoso de planta de purificación para piscina. Su lema era
“si quiere hacer piscina, acuérdese de Ospina”. Todas las piscinas de ese país
eran de Pedro Ospina, su compañía. Entonces, él dejó de ir al cine. Mi mamá sí
seguía yendo y me llevaba al cine. Sobre todo, porque en los años cincuenta
Colombia tenía una censura muy estricta para entrar al cine. Estaba clasificado
para público 12, 18 y 21 años. Cuando la película era para mayores de 21, ella
me llevaba. Le agradezco mucho. Mi cinefilia se acrecentó en Boston donde hice
los últimos años de bachillerato. Allí conocí el fenómeno de las salas de arte
y ensayo como dirían en Colombia. El cine hindú, las películas japonesas, de la
nueva ola, cine checo, Polonia, Polanski, Antonioni. Me volví un cinéfilo
obsesivo hasta el punto que decidí estudiar cine y me fui a California en mayo
del 68.
Luis,
sin duda, tuviste cosas a tu favor. Una posición económica para acceder al cine
de esa época, además de estudiar en Boston. Una ventaja en tu generación. Ahora
con este grupo que formaron en Cali se generó todo un movimiento.
Tanto Andrés Caicedo como Carlos Mayolo eran unos chicos como yo del norte, con familias acomodadas. Quizá yo pertenecía a una familia con más dinero que ellos. Es por eso que tuve la oportunidad de estudiar en el exterior. Pero también hay que tener en cuenta que la época en que nosotros comenzamos todo fue muy agitada. Somos hijos de lo que pasó en mayo del 68. Sufrimos también y decidimos desplazarnos y buscar otras alternativas a lo tradicional, nuestra familia y clase social. Entonces, optamos por soluciones como pertenecer a una especie de comuna, de centro cultural que fue la Ciudad Solar y creer mucho en el trabajo comunitario.
A pesar
de ser ajeno a esa gente.
Sí, y también de descubrir lo popular. En el
medio donde vivíamos había poco contacto con las clases populares y para
nosotros fue todo un descubrimiento que se nota en la novela de Andrés Caicedo.
Hay que tener en cuenta que era una época muy politizada, se estaban dando las
teorías en el cine latinoamericano, cine cubano. Había esta efervescencia que
surgía de las dictaduras del cono sur.
Ya que
mencionas a Caicedo. Él dijo que vivir más de 25 de años es una vergüenza,
¿crees que se equivocó?
A veces yo creo que no se equivocó porque su lema era morir joven y dejar obra. Él realmente lo hizo. Dejó un gran legado. Cuando abrimos los baúles encontramos muchas obras de teatro, adaptaciones, cuentos, versiones de esos cuentos, fragmentos de diarios, poemas, guiones cinematográficos, varios intentos de novelas y varias versiones de música. En su caso, como la gente que muere joven y bella, no necesitaba vivir más. Así como Kurt Cobain, James Dean. Es una tontería ponerse a pensar sobre lo que hubiera pasado con Marilyn Monroe si hubiera sobrevivido, lo mismo con Janis Joplin o Jimmy Hendrix. Además, yo no lo veía como una persona que me lo puedo imaginar viva. No me lo imagino vivir el mundo que nos ha tocado a nosotros. Pienso que ha sido, a excepción de esta etapa de los 70 y 80, un mundo horrible. La humanidad se descarriló y todas las ideas que surgieron a finales de los 60 no tienen cabida.
Entonces,
¿ya no sigues pensando que se puede cambiar el mundo?
No. Viví esa ilusión, esa utopía, pero después
la historia ha sido implacable. Creo que el último momento en que la juventud
podía cambiar el mundo fue en esos años que mencioné. Vino un desencanto y
luego llegó una juventud autista que es la que tenemos ahora, dominada por los
teléfonos, computadoras, donde no hay esperanzas políticas. Lo que hay son
causas, no para cambiar el mundo sino para salvar el planeta. Temas ecológicas
y animalistas. Pequeñas causas con las que no creo que se cambie la humanidad. La
humanidad ya está jodida. Si bien el capitalismo triunfó y los milenios del
capitalismo ya están contados.
Sobre
este fenómeno que se creó en Cali, esta ciudad tiene mucha importancia en la
historia del cine colombiano, ¿Te gustó que lo llamaran Caliwood?
Nos acusan a nosotros de haber creado un mito.
No solo sobre Andrés Caicedo, diciendo que él era un escritor coyuntural que
delimitaba una región llamada Cali y que fue un mito que lo creamos sus amigos.
Pero si el mito ha perdurado más de 30 años y sus novelas están traducidas y
reconocidas en otros países, yo creo que teníamos razón en crear ese mito. Tan
pronto lo conocí y leí sus textos, me di cuenta que estaba ante un genio. Era
una persona con un talento excepcional y precoz desde luego. Sus obras están
traducidas al francés, inglés, finlandés, portugués. Reconocimiento tardío por
decisión de las editoriales que creían que era un fenómeno local.
¿Era
una especie de Bolaño colombiano?
Sí, en cierta medida. Respecto al grupo de
Cali, ellos decían que estábamos creando otro mito pero de un tiempo para acá
hubo festivales, museos, muestras, concentrados en el plano cinematográfico de
nosotros y tenemos una filmografía muy extensa para probarlo.
Dentro
de esa filmografía acuñaron el término “pornomiseria”.
Cuando hicimos esa película Agarrando Pueblo tuvimos la premier mundial en una pequeña sala en París, lanzamos un manifiesto sobre la pornomiseria, que también es un término que en estos años se han venido usando y agarraron más vigencia ahora porque sigue existiendo. Este término no solo se limita a ese cine que se hacía en los años 60, 70 sino en general a las artes plásticas y audiovisuales. Sigue siendo un problema ético de filmar al otro, de cómo enfocar el tema de la miseria y la pobreza. Lo de Caliwood fue un chiste que salió en una fiesta, nosotros borrachos dijimos que si existe Bollywood ¿por qué no Caliwood?, lo cual permaneció. Y se extendió mucho. Mientras iba en el taxi vi un letrero que decía “Venta de arepas y empanadas Caliwood”. Incluso hay un museo que se llama Caliwood y una canción de salsa choque que se llama igual, entonces, el chiste ha perdurado.
Sobre
este personaje que has creado Pedro Manrique Figueroa, ¿Perdurará?
Mi narración perdurará dice al final de la
película. Yo no inventé este personaje sino mi sobrino Lucas Ospina, cuando
estudiaba arte en 1996. A él y a sus amigos les pidieron que escribieran sobre
su artista favorito. Ellos decidieron crear uno. Yo terminé la película en el
año 2007 entonces pasó mucho tiempo. Lo que pasó con Pedro Manrique es que se
ha vuelto un referente, y hasta en Facebook tiene su página.
¿Hay
gente que te llama diciendo que lo conoce?
Me ha pasado que una vez terminada una proyección
en la costa colombiana y se me acercó un señor diciendo que era historiador y
que había conocido a Pedro Manrique en la cafetería de la universidad. Se me
hizo halagador que ese personaje se había vuelto real.
Hay una
especie de bisagra en tu obra, en un inicio visibilizas la otra Colombia y
luego viene el trabajo de reivindicar algunos personajes como el caso de
Manrique o Fernando Vallejo, ¿Has cambiado tu discurso?
Mi discurso ha cambiado porque al principio
había una preocupación, que nuestra ciudad y provincia del Valle del Cauca no
tenía una tradición audiovisual. La tuvo en la época del cine mudo porque Cali
fue pionero de ese cine. No fueron muchas pero aparentemente todas
desaparecieron. Prácticamente fue la ciudad donde nació el cine. Se hizo la
primera película muda colombiana que fue María en 1921. Por cierto, yo hice un
documental sobre esa película que se llama En
Busca de María. Entonces nos preocupó que no hubiera una cultura
audiovisual y que a partir del año 1971 vimos que la ciudad estaba cambiando.
No solo los cineastas sino también los artistas plásticos. Se dieron que los
Juegos Panamericanos iban a cambiar la ciudad para siempre. Por ejemplo, se
destruyó gran parte del patrimonio arquitectónico de la ciudad y se trató de
convertir una pequeña ciudad de provincia en una gran ciudad. El lema de esos
juegos era “Cali, ciudad de América”. Nos preocupó registrar ese cambio sobre
todo porque los documentalistas trabajábamos con el tema de la memoria, siempre
filmando cosas que están en tránsito de morir. Si este momento es filmado, se
volverá pasado en un instante y tendremos un segundo más de vida, un segundo
más viejos.
¿Qué es
el cine para ti?
El cine para mí es memoria. El cine documental
es el medio ideal para hacer biografías y lo otro que te digo es que al
principio mi obra se dedicó mucho a guardar memorias sobre la ciudad y la
cultura popular de la ciudad. Mi obra cambió cuando me fui de Cali, se volvió
más intimista, más enfocada hacia personajes de la vida cultural, personajes
que quería rescatar de la vida cultural colombiana. Se volvió intimista también
por las condiciones técnicas que se dieron en los años 80 con equipos livianos
digitales de filmación y porque Bogotá no es una ciudad agradable para filmar
la calle. Trabajo de puertas para adentro. Antes, el cine para mí era como una
ventana hacia el exterior, ahora es hacia el interior, hacia la luz.
Este
tema de la tecnología tuvo un impacto en el cine. Veo que lo que haces es
filmar solo, tú y tu cámara.
Sí, me he ido reduciendo a mi más mínima expresión porque los medios digitales lo permiten. Trabajo solo, pero en edición necesito a alguien que se sepa operar las máquinas. La última película la hice con un grupo reducido de personas. Me gusta mucho que el cine sea hecho por un pequeño grupo de amigos que por una empresa militar como lo es el cine de ficción. Abandoné ese cine porque no me sentía a gusto manejando presupuestos tan grandes. Con tanto personal uno se ve en la obligación de ser un mariscal de campo.
¿Vives
del cine?
Afortunadamente he podido vivir del cine,
porque si bien tuve una fortuna, yo la perdí toda en algún momento de desgracia
que me tocó vivir. Inicialmente, viví de la docencia y después del cine.
Herzog
dice que imagina su muerte en una montaña, ¿tú la imaginas en algún lugar?
Ojalá dormido. Quizá la mejor manera sea morir
en un hotel porque llegan los ‘room
service’ y ellos se ocupan de llamar a la ambulancia y llevar a uno a la
morgue. No le toca a alguien cercano ocuparse de esas cosas. Una muerte
anónima. Respeto mucho a la gente que se suicida en los hoteles.
Para
finalizar, ¿qué conoces del cine peruano?
Lamentablemente conozco muy poco del cine
peruano. En una época comencé a ver las películas de Lombardi pero te hablo de
hace años. Del nuevo cine peruano he visto La
Teta Asustada, una película de Gálvez, una de los hermanos Vega. Veo que
hay como un resurgir del cine peruano que también veo que pasa en otros países
de Latinoamérica. En Chile se hace muy buen cine, en Colombia también. Estamos
en un buen momento y muy creativo.