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Cine: Arirang, de Kim ki-duk (2011)

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Godard en más de una ocasión señaló que hay dos tipos de cine: el de espectáculo y el de investigación. Me gusta eso. Así que acudí hasta Arirang apostando a que encontraría más de lo segundo que de lo primero; y a decir verdad no estoy muy seguro de lo que me encontré. Bueno, al final sí. Mi curiosidad se mantuvo en una intrigada y prolongada perplejidad. A ratos, también divertida.

El menú: un cineasta precocido. Listo para que lo consumas (‘es un autor’) sin mayor misterio. Kim se asigna tantos papeles: El cineasta recluido – el cineasta en crisis – el cineasta traumado, pues se siente culpable; el cineasta que, por otra parte, se siente traicionado; también, cómo no, el cineasta que repasa su carrera, por lo demás muy exitosa (entonces de qué te quejas, Kim, ya, pero siempre hay un pero, sí pues), el cineasta que deja entrever (pintoresco desdoblamiento, Kim vs. Kim) sus heridas, las recientes y las antiguas, sus debilidades y amarguras. ‘Soy casi un genio pero soy solo humano’.

La cámara espejito espejito qué cineasta más bonito se pasea a lo largo de un camino y ese camino se llama Kim ki-duk. ¡Oh! Esa épica del yo, ¡oh! el heroico esfuerzo de cargar con uno mismo. Eh, pesas. Qué destino. La carga se hace más liviana y amena si la compartes con los demás. ¿Película para tu club de fans? ¿La imposibilidad de dejar de hacer películas se mezcla sin pudor con la autocomplacencia y la autocompasión? Y con amplia locuacidad.

No es el silencio lo que prima, salvo en los primeros minutos, casi mudos (miau). El gato aporta frescura budista. El cliché ‘oriental’ del hombre solitario, la cabaña apartada, la leña, el fuego… Come tu comida, mójate la cara, etc. Imágenes varias y repetitivas de su devenir cotidiano. Qué se saca de esto.  El fabuloso velo de la ficción como que no se descorre mucho. Si ficción es expansión, multiplicación y transformación del yo… fructífera puesta en duda… pero qué tenemos, ah Kim, qué haces haciendo caritas. ¡Por Buda y por Cannes!

A favor: el perdedor solitario prácticamente sin amigos que trabajaba mucho y dormía poco, pero que observaba muchísimo, años después, y premios mediante, se convierte en el orgullo de su nación, aunque sus historias, bien vistas, en realidad sean una crítica a su sociedad y una descripción del caos.

A favor: reniega del sistema, usa una pequeña cámara digital para grabar algo que le es urgente, aborrece la industria, el dinero que solo pone obstáculos a la expresión libre. Mucha gente y toda esa producción cuando lo que necesita es ser humano, ser personal. Se siente nervioso y siente que esta película es su primera vez, su nueva primera vez.    

Kim necesitaba filmar, para él no filmar no era una opción. No importaba la perfección. Entiendo que uno necesita salvarse, y en ocasiones salvarse de uno mismo. La confesión era urgente. Kim se salvó. Eso está bien. Se dio el gustazo de darse en espectáculo, y a la vez dice varias verdades, rompe el pacto corrupto del cine, y yo se lo agradezco, porque da fuerzas a los mejores, que quieren un camino limpio, yo que echaba de menos, como humilde espectador, algún tipo de investigación. Pero al final su pequeño experimento comunica bien su locura y su desgarro… Una película desesperada con una rareza irónica de final feliz.

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