Acabada la segunda guerra mundial, Hollywood no tuvo necesidad de seguir creando farsas sobre héroes de ensueño (John Wayne a la cabeza) con el propósito de encender el espíritu patriótico, reclutar voluntarios y recaudar fondos. Era momento de empezar a contar historias verídicas sobre los horrores del conflicto bélico.
“Almas en la hoguera”, dirigida por Henry King en 1949, expone por primera vez el auténtico drama psicológico vivido por los miembros de un escuadrón de la Fuerza Aérea americana, cuya misión era bombardear a plena luz del día los objetivos nazis asentados en la Francia ocupada durante el otoño de 1942.
Los pilotos, víctimas de aterradores complejos de persecusión, se encuentran desmoralizados, sufriendo altos niveles de fatiga a causa de las constantes escaramuzas. No todos los que parten de la pequeña villa de Archbury, en Inglaterra, regresan a su base. Las posibilidades de ser derribado en acción alcanzan el 71%. El liderazgo ha perdido eficacia. Gary Merril, su comandante (futuro esposo de Bette Davis en la vida real), está demasiado involucrado emocionalmente con ellos y los sobreprotege como si fueran sus propios hijos.
El alto mando, entonces, realiza un cambio drástico. Gregory Peck es nombrado como el nuevo oficial a cargo del grupo. Desde su llegada trata de imponer mano dura. Imponiendo su autoridad, luce insensible e inflexible. Está decidido a corregir lo que él considera actos de cobardía. Su objetivo es hacer crecer a sus subordinados, enseñarles a comportarse como hombres valientes, no como niños asustados. “Estamos en guerra”, les dice. “Tenemos que pelear. A veces tenemos que morir. El miedo es normal”. Después de varios roces, resistencias y desencuentros, logra sembrar en ellos la motivación necesaria para despegar con espíritu de triunfo. Volando a su lado, peleando codo a codo contra el enemigo, aprende a comprenderlos y respetarlos. Termina solidarizándose y defendiéndolos del peligro igual que su antecesor.
Finalmente se quiebra. Minutos antes de embarcarse en un ataque directo sobre Berlín, se siente incapaz de trepar a su B-17. Ni siquiera tiene fuerzas para lanzar adentro su equipo de paracaídas. Suda, tiembla, queda petrificado, muerto de pánico. El médico de la unidad -Paul Stewart (actor de tercera línea, aunque en 1967 personificó veladamente a Truman Capote en la versión cinematográfica de “A sangre fría”) explica que el colapso mental que lo abate proviene del exagerado esfuerzo por mostrarse firme e implacabale sin tregua alguna. Sólo se recupera cuando el grueso de sus muchachos retorna a salvo.
Pese a que el Oscar a mejor actor -de reparto en este caso- fue otorgado a Dean Jagger, en el largometraje asistente de Peck, la actuación de este último es la que sobresale. Tiene sólo 34 años de edad y lleva apenas 5 en la industria (desde su debut en 1944 con “Días de gloria”, en la que es un guerrillero ruso en tiempos de la revolución, y de su primer éxito con “Cuéntame tu vida” de Hitchcock, al lado de la preciosa Ingrid Bergman), pero con su masculina elegancia y portentosa estatura, unidas a ese potente timbre de voz con el que parece romper las paredes, descuella en sobriedad -como en “Moby Dick” (1956) y “Matar a un ruiseñor” (1962)- y simpatía -como en “Vacaciones en Roma” (1953) y “Mi desconfiada esposa” (1957), haciendo pareja con Lauren Bacall y Audrey Hepburn, respectivamente.
“Almas en la hoguera” no constituye un remake de “La escuadrilla de la aurora”, dirigida en 1938 por Edmund Goulding y estelarizada por Errol Flynn, David Niven y Basil Rathbone, como aviadores de la RAF (Fuerza Aérea inglesa) en el transcurso de la primera guerra mundial, pero su argumento -enfatizando más en las crisis personales de los combatientes, ocasionadas por la angustia y la tensión nerviosa que supone enfrentar la muerte de manera violenta- resulta bastante similar.
Los segmentos de la cinta concluyen suavemente, en silencio, con un plano abierto que se alarga hasta desaparecer en la oscuridad, lo que confiere un aire de calma previo a otro de mayor vértigo. Varias escenas muestran a los personajes bebiendo whiskey de la famosa marca “Vat 69” mientras charlan en salas revestidas con macizos enchapados de madera, ambos elementos idénticamente reproducidos 5 décadas más tarde en algunos episodios de la aclamada serie de televisión “Band of Brothers”.
El título original, “Twelve O’Clock High”, responde al argot empleado por los navegantes militares –guiándose por las manecillas del reloj- para describir la ubicación de aviones adversarios justo encima de ellos.
El film, carente de los actuales adelantos técnicos para recrear crudas escenas de combate, en contrapartida cuenta con el valioso aporte de secuencias genuinas, proporcionadas por la Fuerza Aérea de los Estados Unidos y la Luftwaffe alemana para ilustrar el infierno de la batalla.