Para Lumet no es importante identificar al asesino. Tampoco se interesa en revelar el veredicto presentado ante la corte. Lo que resalta es el proceso de deliberación. Y cómo las cualidades de liderazgo, el grado de educación y los motivos egoístas pueden afectar positiva o negativamente una decisión colectiva. Aprovecha además la oportunidad para exponer algunas modalidades de votacion: secreta, por voz, a mano alzada.
Las evidencias iniciales, supuestamente inequívocas, son cuestionadas por una inocente duda razonable, bajo la premisa de que ningún jurado puede enviar a la silla eléctrica a un acusado sin haber llegado a una certera conclusión después de un debate responsable, debidamente informado.
El mecanismo entra en funcionamiento cuando un miembro del jurado manifiesta su discrepancia a un asunto aparentemente claro. Se pide a cada uno de los otros que sustente su posición. Algunos lo hacen de manera articulada e inteligente. Unos cuantos sólo balbucean palabras para salir del paso y uno incluso se abstiene.
Ante la persistencia del desacuerdo, los ánimos empiezan a encenderse y las sensibilidades a irritarse. La contundente e irrefutable prueba, consistente en la imposibilidad de duplicar el puñal homicida, pierde peso cuando Henry Fonda –personificando el valor de la voz solitaria- extrae del bolsillo de su saco uno idéntico y lo clava con desafiante determinación sobre la mesa de madera.
En el transcurso de la polémica, más argumentos son desbaratados y se suceden continuos cambios de opinión. El grupo se desdobla. De manera natural se forman partidos. Surge un ala inflexible e implacable. A ella se opone un sector más conservador, escoltado por un pequeño número de indecisos o indiferentes. La confrontación deriva en ataques personales.
El mérito de Lumet radica en su habilidad para construir, mediante acercamientos individuales y encuadres grupales, una atmósfera de crisis que hace sudar al espectador junto a los protagonistas. La acción entera acontece dentro de un estrecho cuarto lleno de humo. Los personajes no paran de fumar cigarro tras cigarro. La sensación de claustrofobia crece a medida que “la tarde más calurosa del verano” (información que el director provee mostrando las camisas transpiradas de sus personajes y confirma en las líneas de uno de ellos) desemboca en una lluvia torrencial que oscurece la sala desde afuera, detalle que sirve a Lumet como un símbolo para expresar el clima de conflicto que se respira en ella.
Después de una minuciosa y paciente explicación sobre la forma de usar el arma homicida, la tendencia de votación toma un giro radical y luego de apoyar por abrumadora mayoría la condena del acusado, el jurado se vuelve hacia su absolución. Los duros se ablandan, los torpes entienden y los tercos aceptan.
El ventilador de pared, malogrado a lo largo del film, pese a los esfuerzos de varios integrantes por repararlo, empieza a funcionar cuando el grupo alcanza el consenso. Otra señal -de triunfo esta vez- que Lumet sabe colocar con inteligencia hacia el final de la cinta, la cual es complementada con el gesto de Henry Fonda quien, acabada la controversia, gentilmente se acerca a un abatido Lee J. Cobb para ayudarlo a ponerse el saco, en clara demostración de que un debate franco y directo no tiene por qué suponer una guerra entre enemigos sino un sincero afán por llegar a la verdad y, en este caso, alcanzar la justicia.
Merece destacarse la escena en que uno de los jurados (un relojero inmigrante) increpa a otro (fanático de los “Yanquis” de Nueva York) por haber cambiado su voto a la ligera, de manera alegre, sin pizca de conciencia, empujado tan sólo por el apuro de ir a ver un juego de béisbol. Y en otro momento el mismo personaje remarca ante el resto del grupo el privilegio que cada uno tiene de ejercer su libertad, pero también su responsabilidad, para defender su manera de pensar, su neutralidad –si ésa es su elección-, sin sentirse comprometido a tomar partido en favor de uno u otro bando.
“12 hombres en pugna” ostenta un elenco extraordinario. Realizando un trabajo prácticamente teatral, junto a Henry Fonda (en una de sus actuaciones más sobresalientes después de “Las uvas de la ira” e “Incidente en Ox-Bow”) destacan Lee J. Cobb (fabuloso en “Nido de ratas” de Elia Kazan), Martin Balsam (de participación en “Psicosis” de Hitchock), Jack Klugman (recordado por su serie de televisión “Quincy”), Ed Begley (presente en muchas películas de cine negro) y Jack Warden (parte de “Todos los hombres del presidente”). Completan el reparto un grupo de actores de segunda línea como Joseph Sweeney, Edward Binns, George Voskovec, John Fiedler, E.G. Marshall y Robert Webber, muchos de ellos con apariciones en una variedad de otras películas y programas televisivos.
“12 hombres en pugna” era un proyecto largamente anhelado por Henry Fonda. Pero en el camino encontró que ningún estudio de Hollywood estaba dispuesto a financiarlo por considerarlo pobre en sus aspiraciones de taquilla. Entonces decidió producirlo él mismo: consiguió el dinero entre sus amigos y se arriesgó contratando al novato Lumet como director. Su temeridad probó ser acertada.
No por gusto Lumet lograría 19 años más tarde, en 1976, otra obra maestra con características similares: “Tarde de perros” con Al Pacino, en la que los protagonistas desarrollan su actuación en un solo escenario, siguiendo la huella dejada por Hitchcock en “Náufragos” (1944) y “La soga” (1948).
Existe una actualización de “12 hombres en pugna” realizada en 1997 con Jack Lemmon y George C. Scott, pero la versión original es tan contundente y poderosa que descarta cualquier posibilidad de verla si quiera por curiosidad.