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CIEN OJIVAS NUCLEARES DE POETAS DEL ASFALTO

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Esta vez los Poetas del Asfalto (PdA) sí se excedieron: acabaron la maratón y continuaron cuesta arriba o cuesta abajo con los fanzines y la carreta de poemas que llevan para todos lados. Nadie sabe cómo lo hicieron, cómo se agenciaron para llegar, esta vez, al número cien, en aproximadamente veinte años de producción ininterrumpida y a destajo y batallando en las “sucias calles”, como dicen ellos: jirón Quilca, La Colmena, jirón Caylloma, Malambito, Loreto, o los bares La Cámara de Gas, Don Ciro o el Queirolo; prácticamente, cuatro gobiernos “democráticos” con sus bastardos, felipillos, dictadores, yanaconas y esclavos. Y pensar que ayer nomás andaban con los pegotes, las tijeras y la goma en la casaca llena de chinches o en el pantalón roto a dentelladas, para armar como sea esos primeros números que ahora son una joya, incunables para la biblioteca del Congreso norteamericano o comida para las ratas, cucarachas o polillas, que, quieran o no, son sus principales seguidores. Y ellos no se ofenden, más bien se enorgullecen, sacan pecho y espalda con los chillones roedores y cualquier batracio o sierpe que se suba a este vehículo destartalado y sin ruedas que es la Poesía en nuestro país.

Richie Lacra es el abuelo de los fanzines limeños, vive (o muere) en el cerro El Pino (ese mismo que tiene más del 50 % de su población con TBC-Multidrogo resistente) y trabaja de conserje, como el viejo Chinaski, en un viejo edificio de Santa Beatriz. Ahí aguaita a todos los vecinos, los pone en vereda y les cobra “mantenimiento”, y sabe de memoria los horarios de las trampas y de las señoras que cotorrean de un lado a otro buscando alguna vida que no tienen dentro de casa. Pero Richie convierte en poesía todo este oficio de fisgoneador profesional –léase “acosador”– y se da espacio para empujar la silla de ruedas de un proyecto que todo este tiempo ha sobrevivido sin saber cómo, porque dinero no hay y solo se trata de ideas, ideas-fuerza, pero, al fin y al cabo, ideas que se materializan gracias a los ocasionales amigos, los compañeros de ruta o alguno o que otro diletante que deja su óbolo para calmar su conciencia judeocristiana o sus culpas lacanianas o cualquier cosa que no está bien dentro de su cabeza.

Y, así, entre garrafones de ron metílico e isopropílico y choncholí de la tía Veneno y el señor Vísceras (recientemente fallecido: q. e. p. d.), fueron creando esta memoria viva y despierta que es este fanzine todoterreno, aumentado y corregido a punta de patadas y peleas internas, estilo gatoperro o full metal jacket, por el que han pasado casi todos los rapsodas limeños, principalmente los borrachos, los bohemios, los aculturados, los marginales, los punks, los metalizers, los sin causa, los vitriólicos, los eruditos de crucigrama o los que no tenían nada que hacer, salvo ponerse a escribir kilómetros (o hectolitros) de poesía, que, tranquilamente, podrían haber acabado en el retrete o en una bolsa de basura. O quizás la poesía hubiera acabado con ellos. Pero no fue así. Y aquí están los resultados: este nuevo número, que puede ser visto como un ataúd o como la biblia negra de Antón LaVey. Ya quisiera el diablo hacerse de estas almas.

Porque estos PdA se tomaron en serio esta cuestión de las calles, el concreto, la grava, la brea e hicieron sus vidas en las veredas, durmiendo a la intemperie, en los parques, al costado de algún contenedor o debajo de alguna estatua meada por los perros, porque ellos son subtes y no comulgan con los modales de los señoritos hipstéricos o la moda avant-garde de los sobaquientos intelectuales o los críticos a sueldo de alguna revistilla de medio pelo que entrevista a Mario Vargas Llosa o reseña a Vila-Matas o hace algún reportaje a algún poeta-caviar de moda. Ellos, los PdA, nacieron de los ladrillos y lo hicieron con hormigón forjado y con su respectiva tapa de desagüe en la cabeza. Esa es la imagen que ellos han cultivado como si fuera una perla preciosa de un millón de quilates. Y no hay vuelta que darle: ninguno, como ellos, ha logrado vivir como se piensa. Eso quizás es un trauma de guerra o algún síndrome impuesto por la división internacional del trabajo, pero ellos lo consiguieron. No acabaron el colegio, fueron amonestados, fueron castigados, fueron expulsados de los reformuladores y/o correctores del pensamiento clasemediero falogocentrista. Son poetas al fin y al cabo, escriben al fin y al cabo, y exhiben sus defectos como el choro exhibe sus cortes, sus chuzos y sus fríos, unos tatuajes de lágrimas al costado de los ojos. Y esta es la mejor prueba de que están más vivos y felices que perro con dos colas. Así, aunque varios de sus colaboradores ya hayan pasado a mejor vida, la fiesta es de ellos, de Charlie (no Hebdo, sino Ricardo Quezada), del Cachinero, de Leo Bacteria, del Maya y de tantos otros que ni siquiera sabemos si están muertos o si se pasean por esta realidad de cartón piedra al estilo de George A. Romero.

Y, después de este número cien, el futuro es incierto: ya se habla de la claudicación (al modo del general Prado), de bajar las velas y echar el ancla, y, cómo no, del esperado suicidio de Primo Mujica, luchador de sumo, valetodo y streetfighter, quien ha venido soportando estoicamente todo este tiempo, como cátaro redimido, la sordera de R. Lacra (que conste aquí el audífono que este servidor le compró y que acabó malamente en la cachina de Las Malvinas de la avenida Argentina, porque para Richie más importante era estar embriagado que escuchar lo que, dizque, ya sabe de memoria). Quizás sus amaneramientos y su obstinada manera de realizar eventos contra viento y marea, mejor dicho donde no hay vientos ni marea, sea su sino y su designio: arar en el desierto, buscar la piedra filosofal en los restos derrumbados del otrora Averno.

Primo Mujica es el segundo en mando y subjefe verdugo de este fanzine-ojiva nuclear con efecto de mamá rata y nunca lo hemos visto tan cariacontecido ni multialegroso que cuando vino a comentarnos que el centenario de PdA marcaría su retiro de las canteras picapedreras y asfaltosas para pasar, en sus palabras, a la clandestinidad y convertirse en un ser humano que camina las calles y que vive una vida normal: se enamora, se casa y se reproduce, o al revés. Al fin y al cabo, la poesía no puede ser solo palabritas arrojadas al viento o metáforas que se arrejuntan en el papel Bond A4 o en los megapíxeles de la pantalla del computador. La poesía también puede ser dejar de escribir o arrojarse por la ventana. Llegar a viejo es una vergüenza.

Siguiendo esta lógica outsider, la otra probabilidad de Primo Mujica, y también la de Richie Lacra y la de todo colaborador de PdA (el maestro multifacético Fernando Laguna; el ufólogo y máster poetik Edgard Cooper; el novelista, impulsor y factótum  Miguel Fegale, el asistente y crítico literario Carlos Valencia, etc., etc.) fue y es la de convertirse en hombre-bomba e inmolarse por una causa mejor que un trago de sol cincuenta en La Cámara de Gas. Quizás optar por vivir sea también un suicidio, sobre todo si has elegido la poesía como carrera o como compañera prostibularia o incestuosa. Lo cierto es que el fanzine, sea como sea, llega a su número cien: cien ojivas nucleares que esperan reventar en tu cerebro y hacer saltar todas esas neuronas dormidas o adormecidas por las grasas saturadas, la televisión chatarra y la educación alienante con promoción del autoesclavismo, pues, por si no se han dado cuenta, este fanzine de PdA es antisistema, promueve la ociosidad sociológica, el mataperreo y la toxicidad poemática (lee o muere, CTM). Mientras más veneno poético tengas en la sangre, más odiarás el trabajo, la familia feliz, el perro en tu jardín y el paseo de fin de semana.

Y, sobre esto, ya lo han entendido bien los que tienen años en este negocio, pues la literatura no te salva, te destruye; la literatura no te sana, te enferma; la literatura no te arrulla, te grita, te samaquea; la literatura no te hace un mejor ser humano, generalmente es todo lo contrario y quizás vayas a parar a un frenopático o a un hospital del Estado, sin seguro y sin jubilación. Y un fanzine literario es una pastilla de estricnina, un ácido bajo la lengua o un pinchazo de Ketalar o Ketamicina o Krokodil en estado puro pudriéndote las carnes, agusanándote el cerebro. Y eso nada más y nada menos es este fanzine de PdA, un vicio secreto para ocultar a la enamorada o a los seres queridos o a tus mejores amigos. Te odiarán y pasarás al grupo de los sospechosos o los que no son in.

De seguro, un día de estos, si alguien circunspecto o con cara de pocos amigos se te acerca con un fanzine de PdA en la mano, podrás apreciar, con mayor detalle, todo lo que aquí se cuenta a medias, pues no hay otra forma de hacerlo. Lo otro, es decir, la explicación aristotélica y detallada califica como burdo acto culturoso para refregarlo en las mejillas grasientas de los académicos y demás acaumas, caníbales, jíbaros y reductores de cabezas, pues ya son veinte años, carajo, 240 meses, 7300 días, haciendo como Sísifo, llevando la gran piedra hacia arriba, ahí mismo donde están los despreciables lectores, los que no se dan cuenta de que lo valioso no tiene porque ser televisado o promocionado en radio y diarios. A veces lo valioso simplemente aparece, explota, relumbra como una luz de Bengala y se desvanece en el éter. Eso es todo o todo esto es el número cien o hasta el cien.

Larga vida a los Poetas del Asfalto.

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