Cultura

César Vallejo, “Mi reino es de este mundo”

Published

on

Comentario acerca del libro “El arte y la revolución”

Los intelectuales son rebeldes, pero no revolucionarios
C.V

Es difícil ser escritor en el Perú, sí, es difícil, pero no es un impedimento para serlo. Esta lucha está plagada de pros y de contras, pese a los esfuerzos titánicos en organizar concursos, eventos y caravanas literarias que se celebran anualmente. Reafirmo, es difícil ser escritor en nuestro país, y no lo digo con un afán retórico, hueco e inconcluso. Lo digo porque las condiciones socioeconómicas, que aún seguimos arrastrando desde hace siglos, son complejas, injustas y contradictorias.

La literatura no es un producto estático, sino dinámico, ya que tanto el arte como la ideología están relacionadas productivamente en el proceso social. Se puede decir entonces que el arte es un fenómeno histórico. Hay un elemento trascendental para todo ello: la economía (sirve como “demiurgo social”). Toda sociedad está condicionada por los cambios trascendentales en lo económico, lo cultural y lo político. Estos tres factores son indesligables.

Como afirmaba Antonio Cornejo Polar en su libro “La formación en la tradición literaria en el Perú”:

La producción literaria, sin perder su especificidad en cuanto plasmadora de símbolos verbales, es parte y funciona dentro de la totalidad socia, de la cual -por consiguiente- resulta incomprensible.

Por ende nuestra literatura es heterogénea, híbrida y conflictiva entre los dominios internos y externos del país. Nuestro contexto ha permitido que aparezcan escritores rabiosos y transgresores, pero también ha impedido que surjan otro tipo de autores. Por ejemplo, hace algunos meses leí un texto donde el autor se preguntaba ¿por qué no pudimos tener un poeta naturalista como Thoreau? Bueno, pues, posiblemente porque los posibles Thoreaus que pudimos tener, fueron maltratados o asesinados por algún gamonal o hacendado en nuestra serranía, hace ya muchos años.

Ahora, todo lo mencionado anteriormente tira a la borda la polémica que se gestó durante la segunda mitad del siglo pasado en nuestra tradición respecto a la esencia y/o función de la literatura. Al diablo con la distinción entre la pureza y el compromiso del arte.  En nuestro país son extraños los casos en que el creador decide teorizar acerca de su arte, sabiendo las consecuencias que esto podría tener.  César Vallejo lo hizo, quién más sino es él. Nuestro brujo andino.  

Hay libros que te forman un carácter como lector, estos abundan, pero también hay otros que forman un carácter como escritor (cuestión totalmente distinta), de estos hay pocos, y son mucho más importantes.  Uno de ellos es “EL ARTE Y LA REVOLUCIÓN”.  La lectura de este libro te da madurez, amplía la visión de la realidad y del arte, forja tu ambición y reafirma lo que es ser un artista pleno, quizás por ello son los pocos los autores que emprenden el difícil camino de teorizar su propio campo de escritura, la gran mayoría prefiere simplemente ignorarlo.

Este “libro de pensamientos” escrito, en su gran mayoría entre los años de 1928 y 1932, consolidan una idea que Vallejo fue tejiendo desde que se inició en la poesía. Decir que el autor de “Fabla salvaje” recién recurrió a una poesía colectiva y de protesta en la última etapa de su vida es caer en un grave error. Según el crítico Gonzáles-Vigil, “Los heraldos negros” fue un factor medular en el acercamiento de Vallejo a la concepción marxista”. Este poemario da los primeros pasos para la búsqueda de una utopía poética que se consolida con “España, aparta de mí este cáliz”. El viaje a España y Rusia, un acercamiento más realista y teórico sobre el marxismo, ser consciente de la realidad del Perú y del mundo entero y la influencia de José Carlos Mariátegui (por qué no decirlo) le permitió a Vallejo ahondar y desarrollar convicciones estéticas que tuvo desde muy joven.

El abismo que pareciera haber entre la literatura “pura” y la “comprometida” se va acortando cada vez más con la lectura del libro. Por qué hallar una división absurda donde no lo debe haber.  Los autores y los lectores tienen derecho a cambiar, mejor dicho, transformar su pensamiento.

En el proceso de la escritura del “Arte y la revolución”, Vallejo se supera a sí mismo, embraveciéndose con todo y contra todos en la búsqueda de definir el verdadero arte. Acusarlo de dogmático es otro grave error. Tanto él, como Mariátegui, criticaron duramente a aquellos marxistas que no sabían condicionar lo teoría al contexto y las circunstancias de una realidad.

Los marxistas rigurosos, fanáticos, gramaticales, que persiguen la realización del marxismo al pie de la letra, obligando a la realidad histórica y social a comprobar literal y fielmente la teoría del materialismo histórico – aun desnaturalizando los hechos y violentando el sentido de los acontecimientos- pertenecen a esta clase de hombre. Está hablando de aquellos hombres que se forman una teoría y encuadran la vida, cayendo en el dogmatismo.

Vallejo se supera a sí mismo en ideología y en escritura. Respecto a lo primero, en plena gestación de “Trilce”, Vallejo considera que “el artista es, inevitablemente, un sujeto político”, pero también reclama y apuesta por un arte libre de toda instrumentalización política. Una década después, luego de su afiliación al Partido Socialista, termina confesando a su amigo Pablo Abril de Vivero (posterior a su primer viaje a Rusia):

“Estoy dispuesto a trabajar cuanto pueda, al servicio de la justicia económica, cuyos errores actuales sufrimos (…). Voy sintiéndome revolucionario y revolucionario por experiencia vivida, más que por ideas aprendidas”.

 Esta gran confesión lo complementa en el libro al afirmar lo siguiente:

El literato a puerta cerrada no sabe nada de la vida. La política, el amor, el problema económico, la refriega directa del hombre con los hombres, el drama menudo e inmediato de las fuerzas y direcciones encontradas de la realidad social y objetiva, nada de esto llega hasta el bufete del escritor a puerta cerrada.

Los críticos han considerado a “Trilce” como una obra netamente vanguardista, aseveración polémica y controversial. Para calificarlo de esta manera se debe investigar en qué consistió el vanguardismo y tomar como punto de referencia las frases desdeñosas que tuvo Vallejo hacia el futurismo (tanto ruso como italiano) y el surrealismo. Ahora, si solo nos abocamos al elemento transgresor que la sintaxis y la gramática, resultaría más controversial, ya que en “El arte y la revolución” se afirma que:

“Cada poeta forja su gramática personal e intransferible, su sintaxis, su ortografía, su analogía, su prosodia, su semántica. Le basta no salir de los fueros básicos del idioma. El poeta puede hasta cambiar, en cierta manera, la estructura literal y fonética de una misma palabra, según los casos. Y esto, en vez de restringir el alcance socialista y universal de la poesía, como pudiera creerse, lo dilata al infinito …”.

Para Vallejo, la obra ha dejado de ser tratada como un artefacto literario, donde solo encuentras en el interior fonemas, prosodia, ritmo y entonación, para adicionar un elemento que resulta conmovedor y esperanzador: EL VITALISMO.

La noción de forma poética que posee una integridad dinámica y concreta contenida en sí mismo, debe cambiar y avocarse a la sociedad en sí (masivo y popular). La lengua poética ya no solo solo es intencional, sino también transformadora (“España, aparta de mí este cáliz”).

Con “El arte y la revolución”, Vallejo apuesta por una posición humanista ante el arte, hablamos de un humanismo que emprende una lucha contra lo hegemónico, de un humanismo confrontacional y activo, no de uno caritativo y pasivo.

Reflexiona críticamente sobre la función social y política del aspecto artístico, tomando como gran referencia el compromiso del artista socialista, “socialista” desde una concepción más antropológica que política (cabe mencionar ya que esta palabra suele asustar a muchos).

No se puede hablar de arte socialista en sociedad en que el hombre es explotado por el hombre.

Los distintos subtítulos en interrogantes: ¿Qué es un artista revolucionario?, ¿Existe el arte socialista?, ¿En qué medida el arte y la literatura soviético son socialistas? Dan a entrever lo que ya había afirmado anteriormente en uno de sus artículos sobre que todo artista es político. Pero no por ello debe estar su arte condicionado como un instrumento político, sino que busca orientarse hacia algo más grande, responder a un concepto universal de masa, sentimientos y sensibilidad para que las personas tengan los mismos intereses, y de esa forma evitar la explotación del hombre por el hombre. Esto va más allá que cualquier doctrina política “antes que el arte, la vida y la justicia”.

Sí existe un arte socialista, lleva un concepto universal de masa y sentimientos, ideas e intereses comunes.

Es necesario mencionar que la figura de Lenin ha sido importante en la consolidación de la postura vallejiana, ya que apoya la voluntad de crear una literatura inspirada en la idea socialista y en la simpatía por los trabajadores. Pero la figura de ruso no solo ha sido considerada por Vallejo, sino también por José María Arguedas, al afirmar que gracias a Mariátegui y a Lenin pudo encontrar un orden a sus cavilaciones, incertidumbres y sueños

César Vallejo no solamente aporta a la cultura de nuestro continente, sino que también lo hace con la estética marxista, teorizando y poniendo en práctica la unión entre la estructura histórica (plano ideológico) y la estructura artística.

Uno de los mayores esfuerzos que se busca en el libro es la delimitación la estética marxista, haciendo una clara diferencia entre tres tipos de artes:

El arte burgués, nubla la conciencia de las masas, sujetando el progreso de la ciencia y retardando el desenvolvimiento cultural de la humanidad.

El arte bolchevique, principalmente de propaganda y agitación. Se propone adoctrinar la rebelión y la organización de las masas para la protesta, para las reivindicaciones y para la lucha de clases.

El arte socialista, aquí existe una preponderancia de los valores humanos. No se reduce a los temas, ni a la técnica, ni a movilizar requisitorias, sino a una sensibilidad orgánica y tácitamente socialista. Es preciso afirmar que aquella sensibilidad debe producir una obra vitalista que enmarque el espíritu del contexto sobre el cual se escribe.

Hay otro aspecto muy interesante que propone Vallejo, este consiste en que es imposible la posibilidad de crear una obra alejada del contexto social, ya sea de forma consciente o subconsciente. Me es difícil, entonces, no pensar en José María Eguren, el poeta que recurre al simbolismo para alcanzar una interpretación figurada de la realidad. Del autor de “Simbólicas” se ha escrito que su obra es pura, irreal y onírica. Quizás lo sea en algunos poemas, pero en otros se deja entrever una crítica al contexto político y social en que vive. Revisar el poema “Tiza blanca” y el análisis que hace Fernández Cozman sobre esta.

Por último, es casi trascendental el análisis que se hace del “intelectual revolucionario”, buscando transformar la idea de que los intelectuales son rebeldes, pero no revolucionarios.

Para Vallejo, el intelectual revolucionario actúa siempre cerca de su realidad circundante, no es ajeno a todo lo que sucede en su contexto, de ello se alimenta para crear una obra vitalista. Ser un artista pleno es ser un revolucionario en arte y política.

“El intelectual revolucionario desplaza la fórmula mesiánica, diciendo: “mi reino es de este mundo”.

“El espíritu de heroicidad y sacrificio personal del intelectual revolucionario, es, pues, esencial característica de su destino”.

Si hablamos de sacrificios y de arte, no debemos olvidar a Javier Heraud y a Carlos Oquendo de Amat. Este último muriendo en España por una tuberculosis que se agudizó mientras estaba encarcelado en “El frontón” por su filiación marxista. De Heraud, ya lo sabemos casi todo.

Poco o nada nos sirve seguir con la tonta concepción de que el escritor santiaguino encarna el dolor, la pobreza y la desdicha. Incluso hay cierta intencionalidad, por algunos grupos, en que esto permanezca así. No hemos llegado a nada pensando de esa manera. Posiblemente algunos escritores, que aparecen después de los cincuenta, leyeron mal a Vallejo. Acusarlo de llorón, de quedado, de provinciano, refleja la dejadez y la falta de tino para poder llegar a su esencia poética. Es cierto que en algunos poemas, encontramos la nostalgia de un fallido retorno a la infancia, la muerte de sus familiares, la soledad de saberse provinciano, amores olvidados e hiriente (entre otros tópicos) , pero qué es un poeta, sino la suma de sus propias voces, la suma de sus propios recuerdos, la suma de sus propios ideales, la suma de sus propias luchas (internas y sociales) y la suma de sus propias utopías. Esto último es muy importante. César Vallejo emprendió la búsqueda de una utopía donde arte e ideología formen un solo corpus, desliteraturizando el lenguaje (salir del canon dariano) para alcanzar un retorno a la oralidad, tal como lo decía Pablo Macera “a partir de la oralidad se reconstruye una patria, recupera un pasado y se delinea una utopía.

Primer paso para ser escritor en un país tercermundista, pobre y dependiente de los grandes sistemas de poder: leer “El arte y la revolución” de César Vallejo.

No hay más.

Comentarios

Trending

Exit mobile version