No hay cómo negar, y no niego que se puede disfrutar, yo también lo hice, pero solo hasta cierto punto, la atmósfera de muerte, de olvido, de derrota, de gran melancolía, en suma, de lento canto ritual de despedida. El cine o la vida se terminan y no hay nada más que hacer, queda la depresión por lo que no se pudo hacer, no hay marcha atrás… Y quiero que la despedida sea larga, larga y triste. La última hermosura. La tristeza coronada.
Pero cuántos recuerdos, cuántos sentimientos agonizan dulcemente… Que se prenden y se apagan como luces navideñas y no se terminan de morir. Todos los escombros, la suma de todas las pérdidas todavía alcanzan… Son materia (como unos momentos mágicos de Ana Torrent) para una película.
Abrir los ojos al pasado, cerrar los ojos al futuro. Erice no es punk, en un sentido, está viejo en más de un sentido (qué contraste con Godard) y se identifica con el no-futuro del cine de manera intensa. ‘No hay nada después de mí, no hay nada después de esta raza de cineastas de la que yo formo parte’. O lo que viene es algo que yo no…
Ahora lo que falta es que el cine le dé la contra y apenas si esté empezando… ¿No hay demasiado por explorar, investigar, no hay mundos que aún nadie imagina ni descubre ni inventa? Película ‘eso es todo amigos’, sabes, ya no hay más, este es el final-final-final. La pereza de la desesperanza.
¿A quién le habla Erice? A los nostálgicos, a los tradicionalistas, a los que aman Hollywood sobre todas las cosas… A los que creen que hay una manera de hacer películas y que si no es de esa manera no vale la pena hacerlas. Pena, por ellos.
El cine ha muerto. Ay, el cine siguió muriendo. El cine no termina de morir. ¿Cuándo morirá el cine? Se está demorando. O tal vez renazca. O tal vez son ellos quienes mueren. Se confunden a sí mismos con el cine. Incluso Erice, que ha hecho películas que existirán… mientras el cine exista. Al cine le gusta Erice.
Cerrar los ojos acaba cuando el hombre-olvido abre bien los ojos, mira una película, que tal vez le devuelva algo precioso de sí.