¿Presencia sobrenatural o respuesta espiritual de artistas perturbados en su lecho eterno? Todo es posible en esta versión que Lenin Solano entrega del Pére Lachaise, un cementerio que al parecer ostenta el tétrico poder de comerse vivos a quienes osan perturbar el descanso de sus huéspedes, sin importar la procedencia, incluso legal, de los profanadores.
Desde su primera novela, “No le reces a los muertos” publicada en el 2011, Lenin Solano ha mostrado su preferencia por el género policial, enriquecido esta vez por una sustanciosa dosis de terror. “Cementerio Pére Lachaise” exhibe una combinación bien elaborada de ambos elementos.
El hábil flujo narrativo rápidamente enciende el interés de quien decide ingresar con el autor a las entrañas del emblemático camposanto parisino. La descripción física del lugar, incluyendo la vegetación y fauna circundantes, así como su ubicación dentro de la ciudad, los antecedentes de su construcción y la mención de sus residentes más célebres sirve como introducción del edificio en su calidad de personaje principal y constituye una herramienta eficaz para situar al lector en el escenario donde se desarrollan los hechos.
Inmediatamente se suceden una serie de horrendos crímenes, ejecutados con extrema crueldad: una pareja irlandesa de recién casados que cumplen una fantasía sexual sobre la tumba de Oscar Wilde, cuatro estudiantes que planean un juego de ouija ante la lápida de Moliére, dos indigentes alcohólicos que buscan refugio junto a los restos de Edith Piaf, un par de inmigrantes centroamericanos que al abrigo del sepulcro de Miguel Ángel Asturias confiesan mutuamente sus pasados de violencia y pandillas.
Los continuos giros y las inagotables contramarchas que envuelven la investigación policial a cargo de dos oficiales de origen peruano contribuyen a crear la atmósfera de misterio que rodea las terribles muertes. El examen de pistas, el seguimiento a sospechosos, la consideración de posibles teorías, el surgimiento de nuevas dudas, la aparición de serias contradicciones, la evaluación de detalles en los cuerpos torturados fungen como vehículo exitoso para lograr este propósito.
La novela está dividida en dos partes. La primera, mediante capítulos alternados, muestra a las víctimas antes de que pierdan la vida y luego la forma en que las autoridades las encuentran asesinadas. La segunda revela los pormenores de los brutales ataques y deja sin definir claramente la suerte de los agentes involucrados, lo cual contribuye a reforzar la intriga que marca el tono de la historia hasta el desenlace.
Los títulos de cada capítulo simbolizan un inteligente preludio para el segmento narrado y son complementados de manera efectiva por sendos epígrafes con citas de novelistas, poetas y filósofos.
El uso de los diálogos como recurso para proveer información y apuntalar los cuadros es notable. Aunque en el curso de la lectura queda la sensación de que algunos de ellos pudieron ser mejor logrados. En más de una ocasión se alcanza a percibir que no corresponden a la naturaleza de los personajes. Los policías exhiben un lenguaje demasiado popular, exento de jerga técnica -que debería existir aunque fuera en grado mínimo, tratándose de una novela enmarcada en el género- salvo ciertas expresiones comunes. Los pordioseros -ladrones de joyas por añadidura- desenvuelven un vocabulario propio de personas cultas. Los pandilleros centroamericanos tampoco se expresan como tales. Los recién casados y los estudiantes suenan algo forzados, quizás excesivamente formales.
Sobresale un episodio, cuando se suscita una pelea entre los mendigos ebrios, en que no se logra distinguir a quién pertenece la voz del que habla. Es el tipo de ambigüedad deliberada que resulta un acierto antes que una falla.
La edición de Altazor, ofreciendo 150 páginas cuidadosamente impresas con material de alta calidad, confirma el auge y la seriedad con que vienen trabajando ciertas editoriales independientes en el Perú.
Lenin Solano, además docente y promotor cultural radicado en París, se halla en viaje constante entrevistando y difundiendo la obra de otros escritores. Con “Cementerio Pére Lachaise” ha realizado una admirable y meticulosa tarea de exploración policial en la que él mismo se asume como el detective responsable.
Su principal mérito: arrojarse con audacia, apoyado en su talento, a batir el desafío.