Enrique Congrains Martin fue uno de los más destacados
escritores de la segunda mitad del siglo XX en el Perú, y fue un honor para mí
compartir su amistad, que empecé a cultivar vía correos electrónicos gracias al
contacto de otro gran amigo en común: el reconocido escritor peruano Gregorio
Martínez, por quien Congrains sentía gran admiración por su magnífica prosa.
El primer mensaje que recibí del autor de “Kikuyo”, fue enviado
desde Cochabamba, en Bolivia, donde residía desde hacía algunos años, el jueves
3 de agosto de 2006; en este correo me contaba que acababa de terminar dos
novelas un tanto extensas, una de ellas dedicada a Gregorio Martínez (aunque no
mencionaba el título, comentó que pronto me visitaría en Chincha por
recomendación del autor de “Canto de Sirena”).
Después sabría que aquella novela dedicada al escritor
nacido en Coyungo llevaba el nombre de “999 palabras para el planeta Tierra”, y
que en una conferencia de prensa, un inadvertido lector le preguntó -quizá
llevado por el título del libro-, si había migrado del realismo a la ciencia
ficción. Congrains le respondió que si leía bien el libro se daría cuenta de que
no había ocurrido tal hecho. La segunda novela estaría dedicada a nuestro Nobel,
Mario Vargas Llosa, y la tituló “El narrador de historias”.
Respondí inmediatamente el mensaje del 3 de agosto, contándole un poco de mi labor como docente, promotor y periodista cultural. Congrains me escribió el martes 8 de agosto escribiendo en sus primeras líneas: “Hola, mi querido Víctor. Gracias por esa microbiografia elemental. Hablando de microbiografías, la mía sería así: limeño, 74 años, editor como medio de vida, novelista resucitado, izquierdista de alma, vida y corazón”. En el párrafo siguiente sentenció: “Víctor, presiento que vamos a ser muy buenos amigos”. Y no se equivocó.
Congrains me prodigó con su generosa amistad y ello se
demostró cuando le pedí que en su visita
a Chincha tuviéramos una reunión con personas interesadas en su literatura. Y
así fue. Congrains era muy conocido por su cuento “El niño de junto al cielo”,
pero alguna vez me confesó que él no entendía el por qué, pues creía que habían
mejores relatos que ese. Le pedí entonces que me contara el origen de aquel
relato, y el sábado 9 de setiembre de 2006 me envió un correo electrónico donde
escribió: “Hola, querido Víctor. Ahora sí doy sustancia a la génesis de “El
niño de junto al cielo”. Fueron dos afluentes que se juntaron. Yo mismo, hace
55 años, encontré en el centro de Lima, botado en una acera, un billete, ya ni
recuerdo su valor. El otro afluente fueron mis correrías por la actual zona de
El Agustino y de Yerbateros cuando apenas se estaban poblando la zona y los cerros.
Con los ojos de la memoria recuerdo haber visto chicos serranos, migrantes, dar
sus primeros pasos hacia el sector de La Parada. Y todo lo demás fue pura
imaginación. El niño provinciano, ingenuo, que es sorprendido por la malicia de
su contemporáneo limeño. En síntesis: elementos reales pero con trama o
anécdota inventada”.
En una oportunidad acompañé a Congrains a una conferencia
que brindó en la Biblioteca Nacional del Perú y antes de ingresar se le
acercaron diferentes personas a saludarlo, una de ellas fue la maestra y
primera actriz nacional Delfina Paredes, quien lo saludó tan efusivamente
expresándole su admiración, que momentos después nuestro escritor, medio
sorprendido, se enteró de quién se trataba.
Un día, Enrique Congrains llegó a Chincha y se quedó dos
días, donde hablamos de todo un poco. Desde luego, el tema principal siempre
fue nuestra amistad en común con Gregorio Martínez. Me percaté que llevaba consigo
“El libro de los espejos. 7 ensayos a filo de catre”. Congrains decía que Goyo
tenía tal erudición que se podía dar el lujo de escribir como lo hacía.
Congrains era un lector impenitente. Entonces le mostré un artículo que había
publicado Martínez en su columna del diario Perú21, donde lo mencionaba, e
inmediatamente reparó que había una palabra en el texto que consideraba
perfectamente reemplazable: “gilipollas”. Congrains le hizo la observación a
Goyo y me escribió diciéndome que le había dado un jalón de orejas por el
empleo de ese término.
“999 palabras para el Planeta Tierra” se presentó en el
auditorio de la Biblioteca Municipal de San Isidro, en Lima, con un lleno total.
Al finalizar y en una breve conversación, quedamos en que después de su regreso
de Bolivia concretaríamos las presentaciones del libro dedicado a Goyo en las
ciudades de la Región Ica, empezando por Chincha. Incluso me dio los ejemplares
para las personas que comentarían el libro. Fue la última vez que lo vi.
Semanas después le escribí para coordinar la presentación de
su nuevo libro pero sólo me respondió el silencio. Congrains había fallecido en
Cochabamba y yo me había enterado tarde de su partida. Mi correspondencia
virtual con mi querido Enrique había llegado a su fin, pero no mi gratitud y
admiración.
Enrique Congrains Martin es un escritor indispensable dentro
del panorama literario peruano. Su aporte a nuestras letras es reconocido por
académicos y creadores. El más justo homenaje que se le puede hacer es entonces
leer sus libros. Y seguirnos asombrando.