Libertad bajo Palabra / Percy Vilchez Salvatierra

Carlos Tataje ha muerto

El poeta trujillano ha fallecido y no se han dado responsos, letanías, ni grandes gestos en favor de su memoria y su fina poesía.

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La Casa de la Literatura peruana no ha dicho nada, tampoco el Ministerio de Cultura. Tataje fue un hombre frágil enteramente dedicado a su pensamiento poliédrico y su arte que excedió largamente el uso de la palabra.

Investigador curioso defendía con ardor y cierta ceguera apasionada sus tesis en torno al mundo inca. Con lo primero se podía disentir. Lo segundo, en cambio, pese a tantos distanciamientos, era admirable, no por sus aciertos sino porque aun en medio de tantas estrecheces pensaba como un patricio en el horizonte inconcluso de la nación que aun ni siquiera está en forjación en este país. Es decir que buscaba, en medio de sus problemas, la refundación de la identidad nacional.

En su desvalidez perenne exhibió casi siempre la nobleza y el orgullo del artista genuino, intransigente a menudo, pero fiel a su concepción del arte, la vida y el mundo. Fue un señor en su obra y su vida, con caídas como todos, pero, hasta donde recuerdo y sé, mantuvo siempre la frente en alto contra todo y contra todos.

Debe ser recordado por su dúctil uso del verbo que le permitió configurar un coro de voces lúcidas e intensas que ilustraron la exigua literatura hecha en Trujillo con dosis de inteligencia y brillo sumamente raras. Ví, en su momento a través de screenshots que enviaban amigos en común, que una serie de tipejos fueron insolentes con el poeta en las redes, más me había bloqueado por diferencias acerca de la identidad que debe tener el país y por mis críticas a su incanismo exagerado. Nadie defendió al poeta ante aquella turba de pobres diablos, gente que no tiene categoría ni siquiera para llevarle el maletín al bardo huanchaquero, acaso ni siquiera para lustrarle las botas.

Lamento no haber hecho eso, pero en la posición en que estaba no iba a fijarme en unos insectos, pero ahora me exalto porque no recuerdo que nadie haya defendido al vate que pese a su lucidez era un vallejólico rendido (acaso por una cierta mala conciencia de clase o por saberse tan o más abandonado que el espergésico, dicho sea de paso, otro motivo de distancia entre nosotros).

Deploro ahora su perdida y que, por supuesto, pocas voces se alcen en su homenaje. Era más poeta, artista y talentoso que la entera totalidad de su generación. Vayan para ti estas palabras como un homenaje, como un hierro ardiente a través de la niebla, como luz sobre la inmunda presencia de aquellos que no te valoraron.

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